martes, 4 de noviembre de 2008

Último artículo publicado en Granada Hoy

Discutible y apelable



No es mi intención romper el idilio entre el juez de menores más popular y los medios de comunicación que le adoran o los fans que colocan en Internet sus intervenciones. Pero para disentir de algunas recientes manifestaciones públicas de Emilio Calatayud me acojo a sus propias palabras: Sus opiniones son discutibles como sus sentencias apelables. Así no pude aplaudir una de sus sentencias ejemplares, para un colegial que había compuesto rimas hirientes contra uno de sus profesores. ¿Habrá algo más digno de aplauso que el empleo de la imaginación y la sátira contra lo establecido? Lo que el chaval merecía era que le ayudaran a pulir su técnica. Pero esa es la anécdota; pongámonos más serios.

Celebro que cuestione las banalidades del catecismo progre. También a mi me sonrojan ciertos excesos. Pero igual que detesto oír esa sorna hacia la corrección política convertida en cantinela de los tertulianos fascistas y del gallinero radiofónico episcopal, y sé que de ese pie no cojea el juez Calatayud, me desagradan sus recientes quejas sobre la difusión en televisión de besos y caricias entre personas del mismo sexo, contenidos que –dice- “nos quieren meter por la fuerza, a puntapiés” y que para el juez “hoy por hoy no son normales”. Acto seguido reconoce: “son cosas que me chocan por mi edad”, luego sus cincuenta años y su formación no le han dotado de la deseable tolerancia si aún no ha logrado asumir que toda conducta humana no dañina para los congéneres es normal, y normal es su difusión. Claro que yo desconfío de la fiebre normalizadora de la cultura gay dominante, domesticada y pequeñoburguesa, por lo que voy más allá e invito a asumir a Calatayud como normales no ya unos inocentes besuqueos entre aburridos homosexuales de telecomedia, sino que podamos ver a gays promiscuos y hasta parejas, o tríos o multitudes homo o heterosexuales aficionadas al sexo bizarro. Todo es asumible sin esperar al lento proceso de maduración social al que alude el juez, y debería bastar con que su difusión respete los horarios de protección infantil.

Comparto su crítica hacia la rendición de los progenitores o a que olvidemos lo que nuestro Código Civil dicta respecto a las obligaciones de padres e hijos. Pero no entiendo a un Calatayud que, sumado a la cerrada defensa de casta en torno al juez Tirado, reparte culpas a diestro y siniestro en la tragedia de Mariluz Cortés e inquiere a los padres de la niña sobre sus responsabilidades por el hecho de que “una criatura de cinco años ande sola por la calle”. Estoy seguro de que la infancia del juez, como la mía, transcurrió en unas calles en las que si acaso había menos coches que ahora, pero como hoy había abusones y sacamantecas, y en colegios con algún cura tocapichitas… y hemos sobrevivido al peligro.

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