sábado, 24 de septiembre de 2016

Catálogo de mad professors

Jerry  Lewis, un Jekyl patoso y un Hyde playboy en El profesor chiflado



¿Te pedí, por ventura, creador, que transformaras en hombre este barro del que vengo?
¿Te imploré alguna vez que me sacaras de la oscuridad?
(John Milton
El paraíso perdido)

Son muchos los tipos y personajes amenazadores repetidos y recurrentes en la literatura y el cine fantásticos: invasores alienígenas, hombres invisibles, gigantes y seres diminutos. mutantes, insectos y arácnidos colosales, pero pocos tan frecuentes como los científicos locos. El temor atávico a la ciencia y el progreso, la superstición y la desconfianza en la tecnología y el futuro hacen que, a la hora de buscar un malo que provoque pataleos y silbidos en las salas de cines o nos haga ocultar la cabeza detrás del libro abierto, haya pocas cosas tan socorridas como un científico majareta sediento de fama y poder al que nada detiene en su intento de, casi siempre, dominar el mundo. Este verano y parte del otoño la exposición Terror en el Laboratorio de la Fundación Telefónica, abierta en Madrid hasta el 16 de octubre, ha sacado el bisturí.

Esta exposición se abrió en junio, conmemorando los dos siglos que se cumplían de aquel imvierno volcánico de 1816 en que Mary W, Shelley ideó su inmortal Frankenstein. Pero como eso y la escuela creada es historia ya contadaen otro artículo de este blog, me dedicaré a repasar la presencia de los mad doctors en los dos últimos siglos tanto en literatura como en cine.


En el romanticismo el estadounidense Edgar Allan Poe se interesó por los experimentos científicos más osados y fue un precursor de la ciencia ficción en relatos como Von Kempelen y su descubrimiento, William Wilson o La verdad sobre el caso del Sr. Valdemar. Es ingente la cantidad de obras como éstas que han llegado al cine (varias películas de Roger Corman) y a la televisión (las Historias para no dormir de Serrador)

Ya en la segunda mitad del siglo XIX, en una época de grandes hallazgos tecnológicos y geográficos, es publicada la obra cumbre de un escocés conocido hasta entonces por sus novelas de aventuras y libros de viajes y novelas de aventuras y libros de viajes, Robert Louis Stevenson, La novela psicológica de horror El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde hizo historia planteando el fenómeno de la personalidad escindida provocada por un científico que experimenta en su propio cuerpo y consigue resultados que escapan a su control. El número de adaptaciones de esta obra al cine es enorme y trataremos más adelante de algunas.

De Jekyl a Hyde
Contemporaneo de Stevenson  y de la segunda revolución industrial es el maestro francés Jules Verne. El misántropo Capitán Nemo de 20.000 leguas de viaje submarino y La isla misteriosa y el Robur de Dueño del mundo responden al tipo de científico al que me refiero, orgulloso de desafiar las leyes naturales con sus conocimientos.

La exposición Terror en el laboratorio se centra en seis grandes obras literarias y se estructura en tres bloques temáticos en función de la naturaleza de las criaturas ideadas por los científicos. De un lado están los autómatas: máquinas animadas pensadas para mejorar la especie humana; ahí entrarían la Hadaly supuestamente costruída por Thomas Edison en La Eva Futura del conde de Villiers o la Maria creada por el desequilibrado Rotwang de Metropolis (Fritz Lang, 1927), la primera gran distopía de la historia del cine. Por otra parte, la idea del doppelgänger, que confronta el yo con su doble reprimido; es el caso del citado El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde  de Stevenson y del posterior (principios del siglo XX) El hombre invisible, de H.G. Wells; también hablaré de algunas de las numerosas adaptaciones al cine de ambas obras:destaquemos El hombre y el monstruo (Dr. Jelyll and Mr. Hyde. Robert Mamoulian, 1931), la comedia El profesor chiflado (The nutty proffesor, 1963) dirigida y protagonizada por un desternillante Jerrry Lewis y la curiosa producción británica El Doctor Jekyl y su hermana Hyde (Dr. Jekyl and sister Hyde. Roy Ward Baker, 1971), con cambio de sexo incluido, entre las películas basadas en la novela de Stevenson; y de las invisibilidades imaginadas por Wells, la cinta canónica es la de James Whale que protagonizó Claude Rains (The invisible man, 1933) y también fueron populares Memorias de un hombre invisible (Memoirs of an insible man. John Carpenter, 1992) y Hollow man  (Paul Verhoeven, 2000). El tercer bloque es el del monstruo -creado por un científico visionario-, donde caben la criatura dotada de vida por Victor Frankenstein y las bestias de La isla del doctor Moreau -de nuevo Wells-.

Lámparas de piel de judío

Era en un principio un símbolo de lo tenebroso. No es extraño que el científico loco sea una figura casi omnipresnte en el primer cine fantástico alemán. Los expresionistas no veían en esta encarnación del mal sino a la representación de una amenaza mucho menos científica: la irresistible ascensión de Adolf Hitler, cuyos científicos pondrían en práctica en los campos de exterminio conductas y experimentos que ni todas las películas de terror juntas habrían imaginado. Puede verse ya un antecedente en El gabinete del doctor Caligari (Das kabinett des doktor Caligari. Robert Wiene, 1920), donde aparece una de las constantes del género: el científico que pone a su servicio un ser monstruoso sin voluntad que emplea para el crimen sin tener que mancharse las manos de sangre.  Es en El doctor Mabuse (Doktor Mabuse, der spieler. 1922) donde Lang da protagonismo a un supercerebro criminal al frente de una macabra secta dispuesta a adueñarse del mundo empleando sofisticados gadgets. Mabuse es un personaje que Lang retomó en ocasiones hasta Los crímenes del doctor Mabuse (Die tausend Augen des dr. Mabuse, 1960).

Mad actors

La de mad doctor ha sido la especialidad de algunos conocidos actores. El buenazo de Boris Karloff fue profesor chiflado en varias ocasiones, entre ellas latrilogía que dirigó Nicholas Ginde formada por The man they couldn't hang (1939), The man with nine lifes (1940) y Before I hang (1940). En ella, probando un suero de la eterna juventud, desarrollaba irrefrenables instintos asesinos. Su sobriedad interpretativa brilló junto a Peter Lorre en The boogie man will get you (Lew Lenders, 1942): Karloff y Lorre capturan cobayas humanas para crear un superhombre con fines bélicos, y en El poder invisible (The invisible ray. Janos Ruhk, 1936) se convertía en una especie de desintegradoerhumano investigando un meteorito radiactivo. Quien buscaba el antídoto era su eterno rival Bela Lugosi.

Fue el maestro húngaro, el más elegante conde Drácula, otro especialista en científicos locos y en los monstruos creados por aquellos. Fue ambas cosas en la ridícula El hombre mono (The ape man. William Beaudine, 1943), un desatino en el que el científico se inyecta médula espinal de un gorila sin que el guionista se moleste en explicar para qué. El pobre Bela tenía que pagarse la morfina con subproductos como éste y otros parecidos hasta La novia del monstruo (Bride of the monster 1956), su último papel con diálogo, si es que podían llamarse así los dislates que ideaba Ed Wood.

Tampoco podía olvidar a otro actor fetiche en este tipo de películas: Vincent Price. Si fue un inolvidable investigador en La mosca (The fly. Kurt Neumann, 1958) y muchos años más tarde dio la vida y enseñó modales a Eduardo Nanostijeras (Edward Scissorhands. Tim Burton, 1990), entre ambas resulta impagable el Price de Dr. Goldfoot and the bikini machine (Norman Taurog, 1965), una enloquecida película playera con mad doctor. En ella se enfrenta al bronceado y cantarín Frankie Avalon, quien trata de frenar el malvado plan del doctor G. de chantajear a los hombres más poderosos del mundo entrenando a un ejército de voluptuosas androides en biquini. Gloriosa.

También es divertida una película que ya era de culto antes de estrenarse y también estaba protagonizada por Vincent Price, El abominable Dr. Phibes (The abominable dr. Phibes. Robert Fuest, 1971). Es casi un autohomenaje a la carrera del propio Price, llena de guiños a otras cintas de su filmografía y cuidadas rferencias al cine de terror desde Universal a Hammer. Su éxito facilitó la realización de una buena secuela, tan pop como la primera, Dr. Phibes rises again (Robert Fuest, 1972).

Dentro de este subgénero literario y cinematográfico de científicos majaretas que se pasan el juramento hipocrático por el arco del triunfo otro ejemplar de cuidado es el Doctor Moreau de H. G. Wells, cuya isla plagada de híbridos de humanos y bestias fue todo un escándalo en el Imperio de su graciosa majestad Victoria pero anticipaba algo tan actual como la ingeniería genética. La mejor de sus adaptaciones al cine es La isla de las almas perdidas (Island of the lost souls, Erle Kenton, 1932)con Charles Laghton dando vida al osado científico.

Citemos rapidamente otros mad doctors de menor repercusión. En El hombre que fabricaba monstruos (Man made monter. Dan McCornick, 1941)  Lionel Atwell transformaba a Lon Chaney Jr en Dinamo, un hombre eléctrico que a causa de sus experimentos acababa siendo un zombi asesino; Jack Arnold también abordó el tema en una de sus películas más pobres, Nonster on the campus (1958); mejores resultados obtuvo Todd Browning con su colosal Muñecos infernales (The devil doll, 1936).

Orloff, Mengele y Bacterio

Si Mabuse era Hitler, Orloff era... ¿Franco?
En tiempos más recientes anoto una alucinada pieza de cine basura, Astro zombies (Ted Mikels, 1969) y por supuesto la aparción de científicos locos en muchas de las aventuras de James Bond -si hablamos de cine, desde la primera, Dr No (Terence Young, 1962)-. Pero vayamos con unas dosis de caspa hispana: Jesús Franco tuvo su particular mad professor en Orloff, que fue Howard Vernon en la estupenda Gritos en la noche (1962), pero bajó muchos enteros en El siniestro doctor Orloff (1964); en ellas el científico rapta jovencitas para intentar curar el desfigurado rostro de su mujer. Pero una cosa es que los científicos estén locos y otra que sean tontos: la vergüenza de la profesión fue Javier Gurruchaga como el conde Nado en la infame Supernova (Juán Mirón, 1992) con es gran actriz llamada Marta Sánchez. Menos mal que para salvarnos estaban el clásico Bacterio y el demencial Chiflágoras; salidos ambos de la pluma de Francisco Ibáñez, el segundo aparece en la película El armario del tiempo (Rafael Vera, 1971) y Bacterio no faltó en La gran aventura de Mortadelo y Filemón (Javier Fesser, 2003) y sus secuelas.

Imginense a 94 niñitos cuellicortos con mostacho y flequillo levantando continuamente el brazo derecho; pues eso, más omenos fue lo que ideó Ira Levin para Los niños del Brasil. Allí el científico loco era terriblemente real, nada menos que el carnicero de Auschwitz Josef Mengele. Su fuga a Sudamérica sirve de excusa argumental para que en la novela el cazador de nazis Simon Wiesental descubra aMengele escondido en la selva embarazando a mujeres arias con esperma de Hitler -¡sí que le cundió la Viagra al fuhrer!- para producir al líder del Cuarto Reich.

Tiempos modernos

David Cronenberg también colocó a un científico chiflado al frente de un dudoso experimento para aumentar el placer sexual con nefastas consecuencias en su tercer largo, Vinieron de dentro de (Shivers, 1975).

En el cine los últimos años han conocido una cierta humanización del personaje del mad professor que, más benévolo, puede fabricar una mujer diez -Barbara Carrera en
Embryo (Ralph Nelson, 1976) o un hombre objeto como John Malkovich en Fabricando al hombre perfecto (Making mr. right. Susan Seidelmam, 1987). Incluso se pede dar el caso de que el profesor chiflado sea una máquina, como el Proteus IV de Engendro mecánico (Demon seed. Donald Cammell, 1977), que intenta tener un hijo con la mujer de su diseñador. Hasta Woody Allen se atrevió con el tema en uno de los esketches de Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y no se atrevió a preguntar (Everything you wanted to know about sex, 1972)´. Más científicos benévolos de los ochenta fueron el Emmet Brown de Regreso al futuro (Back to the future. Robert Zemekis, 1985) y us dos secuelas y el Rick Moranis de Cariño, he encogido a los niños (Honey, I shrunk the kids, Joe Johnston, 1989). Esta última película tuvo como guionistas a dos gamberros, Robert Gordon y Brian Yuzna que, a años luz de la candidez de aquel producto Disney, habían perpetrado una trituradora revisión de los cánones más clásicos del género tomando como base a Lovecraft. Hablo de Re-animator (1985), una salvajada que pasó a la historia del exceso.

Los límites de la ciencia

Los hombres-bestia de Moreau, el hombre revivido de Frankenstein, la María de Metrópolis o lo que hace Jekyl consigo mismo son aberraciones de científicos en su intento de ir siempre más allá, pero ¿no es ese el papel de la ciencia. llevar al hombre a los confines de su propia existencia? o ,como defendía Brian Aldiss en su Frankenstein desencadenado, la naturaleza necesitaba ser enmendada, y enmendarla era la misión del hombre.


jueves, 8 de septiembre de 2016

The Jam: La idea joven




El miércoles 7 de septiembre el canal de televisión Sundance TV comenzó a emitir la serie de documentales sobre música pop y rock subtitulados en español Acordes Secretos con The Jam: About the young idea (Bob Smeaton, 2015), homenaje y recuerdo a la banda musical más importante que haya surgido del Reino Unido desde The Beatles tres décadas después de su disolución. Podemos ver videoclips y fotografías de sus diez años de vida y siete de carrera discográfica,  el análisis de sus seis álbumes de estudio y varios singles de enorme éxito, actuaciones en directo -hasta la despedida en Brighton en diciembre de 1982- e incluso las míticas pruebas de sonido abiertas a los fans que no podían acceder a los conciertos por edad o dinero; todo ello aparece comentado y narrado por testimonios actuales de Paul Weller -el compositor, cantante y líder indiscutible-, Rick Buckler -el batería y reciente biógrafo-, su colaborador en la biografía Ian Snowball, junto a numerosos fans de The Jam que a través de los años se han mantenido fieles a la banda con la que nacieron a la música y al espíritu, el estilo y el concepto mod que revitalizó.  Se narran curiosas anécdotas sobre la incomprensión de sus letras, como cuando los millonarios estudiantes de Eton interpretaron The Eton riffles como un homenaje a su exclusiva institución educativa de las élites inglesas. Incluso aparecen actuaciones de From The Jam, una tribute band en la que están los mismísimos Rick Buckler y Bruce Foxton. Si se puede volver a ver -de momento no lo
he logrado, aunque empiezo a escribir la mañana después-  es pecado perdérselo.

Junto a The Clash, The Jam llevaron al punk la preocupación y la denuncia política de lo que vivía y padecía Inglaterra en los últimos años setenta y primeros ochenta; The Jam unían a ello su militancia estilística y estética, una más rápida y profunda maduración musical y su progresivo acercamiento al soul y las demás músicas negras. Weller fue la principal voz frente al primer thatcherismo, que mantendría alzada en su siguiente reencarnación The Style Council. Otros artistas como The Smiths y Robert Wyatt tomaron el testigo contestatario, pero uno de los rasgos únicos de The Jam que quedan patentes en el documental es su cercanía, comunión y a veces incluso amistad con su público, unos chavales que veían a sus padres perder el trabajo por culpa de los recortes, el antiobrerismo y el austericidio de Margaret Thatcher que jaleaban los tabloides de la época y quedar ellos mismos sin futuro a la vista.

Yo, que los descubri con
su primer disco a los quince años, guardo en sus vinilos originales todos aquellos álbumes, su directo Dig the new breed y sus dos recopilatorios oficiales de singles y caras B editados con el cadaver del grupo aún reciente, Snap! y Extras. Su evolución como músicos fue la mía como oyente; casi compartíamos ideario, de modo que no necesito reivindicar ahora aquel sonido y aquellos míticos años; pero al mundo sí le viene bien recordarlos o descubrirlos.