sábado, 25 de mayo de 2013

Defensa del presente



Este país se ha pasado demasiado tiempo pendiente del paradero de tumbas y fosas y de en que bando te habrías alineado en un conflicto que no conociste más que por los libros y por memorias de viejos; y también demasiado tiempo atemorizado por las previsiones, a menudo equivocadas, de las agencias de calificación, por dientes de sierra y vaivenes reales o inventados.  ¿Qué sino la obsesión por tener donde caernos muertos infló la burbuja cuyo reventón nos precipitó al abismo? La creencia en que hay algo después ¿no es la que colmata los cementerios y contamina con cenizas mares y campos? Respetando las creencias de cada uno, la mía es que todo se acaba en el ataud. ¿a qué discernir entre entierro y cremación o que arrojen tu cuerpo a los buitres? ¿Acaso sufrir el calor de las llamas ería menos doloroso que ser devorados por gusanos, suponiendo que nos enterásemos de algo? Los homenajes póstumos no son sino autosatifacción o proclamación pública de cuánto amaste, admiraste o respetase al homenajeado, que nunca será consciente de  que lo fue.

Al pensar en la enfermedad hablo de recuperación. Curación me suena a sanadores y milagros. Sabéis que no soy optimista ni pesimista ni practico el  llamado pensamiento positivo. Lo que ha de preocuparnos es nuestra única vida, esa que se divide en días, semanas, años y segundos.   Confinemos el pasado a los libros de historia, la experencia propia, el saber acumulado y el patrimonio histórico y monumental. No queramos ser bibliotecarios sepultados por el  polvo de los estantes ni pitonisas que venden a incautos mentiras sobre un incierto porvenir. Pero la defensa del presente no es elogio del socorrido carpe diem, ese goce atolondrado de los placeres de la vida que nos convierte en depredadores que consumen los recursos hasta que se agotan y han de migrar a otro espacio en busca de otros nuevos o poco mordisqueados. Se trata de asumir la realidad, y asumir no quiere decir aceptar ni menos aún acatar;  si no nos gusta, trabajemos para cambiarla.  No es preciso tener éxito, ni basta con la ilusión, pero sí con la ilusión sumada al esfuerzo.  Debemos aceptar  el azar -no necesariamente los juegos de azar- como parte de nuestras vidas, esa maceta que acecha en un balcón aguardando a que salgamos a la calle para caernos en la cabeza. Nadie es tan joven para no morir ni tan viejo para no aguantar un año más. No existen el destino y la predeterminación que los calvinistas utilizaron para imponer su feroz puritanismo. Debemos pelear por nuestras vidas y condiciones de vida, y  por las de quienes nos importan y a quienes les  importamos. Héroe es quien salva vidas, no quien da la suya o las de los demás por una causa,  ni siquiera por salvar a otros, se pongan como se pongan los musulmanes. El ahora nos consume demasiada fuerza y demasiado tiempo para perderlo pensando en el pasado y en el futuro.

Para Laura, mi hermana mayor, siempre.

domingo, 19 de mayo de 2013

El cuerno de la abundancia

 Hace unos días en mi hospital me propusieron participar en un programa innovador -¡cómo les gusta la palabra innovador!- que consistía en calibrar mis  habilidades motoras y ocupacionales grabándome con un smartphone que ellos mismos me facilitarían.   Los médicos  que me lo ofrecían han de doblar turnos y trabajar por las tardes para cumplir los nuevos horarios ampliados. Mientras les escuchaba, aguardé casi una hora a que hubiera una plaza libre en una ambulancia. Cuando al fin subí a una, comprobé que las botellas que almacenan oxígeno líquido para las mascarillas estaban llenas por debajo de la marca de mínimo impreso en  el cristal.

Mi sobrino de catorce años es uno de esos niños a quienes, al entrar en la ESO, les regalaron flamantes ordenadores portátiles hoy en paradero desconocido. Su hermana, cinco años menor, se ha quedado sin artilugio. No queda dinero.

Pero que no se te ocurra disentir. Que tu voz no desentone de la unanimidad que antepone lo moderno a lo sostenible. El sastrecillo aliente era el de Valencia, no tú. No quieras ser el muchacho de Andersen y no grites que el Emperador está desnudo y que su traje invisible nunca existió. Grita que ves perfectamente animalitos inexistentes saliendo en fila del Arca de Noé. Proclama a gritos tu pureza de sangre  como los castellanos viejos del Retablo de las maravillas de Cervantes. Sopla con fuerza el cuerno de la abundancia, aunque sepas que está vacío, igual que en el pasado los pastores suizos se comunicaban de monte a monte haciendo sonar enormes astas.

Siguiente entrega: "Defensa del presente" (Proximamente en esta sala)


miércoles, 15 de mayo de 2013

15-M, dos años para no cambiar ni de nombre




 No me  gustan las efemérides.  Tampoco ésta del segundo aniversario del  15-M. 15-M,  otra de tantas fechas apocopadas -11-S, 20-N...- que se van  sumiendo en el pozo del olvido.   Conmemorar el 15 de mayo de hace dos años me recuerda que en 2012 se celebró el vigésimo anivesario de la  Expo'92. Fue como recordar con un pedo  un ataque colectivo  de gases veinte años antes; gases innobles,  livianos, gases inocuos cuyo hedor se propagó desde la Isla de la Cartuja a toda  España. El colmo de lo posmoderno: Una simulación celebrando una simulación. Pero no debo hablar siempre en tercera persona. Anque del 15 de mayo ni me enteré y fui crítico desde el principio, después yo estuve en alguna de aquellas plazas. Sentados sobre el frío suelo creímos que podíamos  cambiar el mundo por Twitter. Las redes sociales lo  han sabido agradecer,  poniendo altavoces a la efemérides de hoy y amplificando las paupérrimas manifestaciones del domingo y el lunes. En plena ensoñación revolucionaria olvidamos que aquella pluralidad multicolor era una farsa, que el movimiento exigía su propia uniformidad; había que ser propalestinos, negar el  Holocausto, apoyar los nacionalismos y admirar regímenes como el de  Cuba y el de Venezuela, tan duchos a la  hora de aplastar la libertad. Para SER 15-M  había que pensar 15-M, hablar  15-M y hasta  vestir 15-M, no diferenciarte de la norma revolucionariamente correcta, como si siguieras  aquellos anuncios de las  sombrererias franquistas que advertían de que los rojos no usaban sombrero, no diferenciarse para no ser tomados por uno de los putrefactos de Lorca y Dalí. Entre las ristras de carteles con frases ingeniosas echaba en falta los de SE VENDE que oferta cualquier papelería.

La decepción comenzó una mañana electoral de junio. Los acampados en la plaza del Ayuntamiento de Granada se levantaban saludando al sol con una biodanza.  Hippies de inocencia perdida comenzaron a venerar a los hechiceros de la homeopatía,  a seguir la monserga de los hierbajos medicinales y  a abominar de la malvada medicina tradicional. Hoy se cierran los hospitales y se despide a los médicos. Ecologistas dejaban las plazas enterradas en basura. Víctimas de la ESO que amenazaban a sus padres se tornaban en cultos pacifistas e izaban a los altares en vida a ateos como Sampedro o Vinçenc Navarro a quienes no se habían molestado en leer.  Proletarios con iPad cambiaron las barricadas por las acampadas , que son más cómodas ¿Fue casualidad que eligieran la festividad de San Isidro Labrador, el patrón de los señoritos, que se echaba a la siesta mientras unos ángeles le hacían todo el trabajo? La verborrea revolucionaria confundía el debate con las interminables asambleas y con el vicio español de acallar a quien disiente gritando más alto.

El desapego se fue ensanchando y aquel invierno, tras una cena de Navidad con otros periodistas, nos burlamos de los indignados canturreando el omnipresente que no, que no nos representan. Claro que nos representan, bobos, nos representan mal y nos traicionan, pero son nuestros representantes.

Pero los escasos amagos de participación nos llevaban a la época de los grupúsculos de extrema izquierda y las siglas más largas que las candidauras. Las pocas acciones emprendidas después -las fracasadas tomas y asedios del Congreso-  bordearon peligrosamente las fronteras invisibles del totalitarismo.

¿Qué ha cambiado en estos dos años?  Cuando nació el 15-M la burbuja imobiliaria había pinchado ruidosamente, siguiendo las leyes de la Física. Ya no había un mono capaz de cruzar España saltando de grúa en grúa. En cambio  la burbuja revolucionaria se desinfló lentamente, con una inaudible pedorreta, como un globo a medio hinchar. Donde se alzaban prepotentes edificios hoy quedan solares llenos de cascajos entre los  que crece la maleza. Aún estaban las tiendas ancladas a las plazas cuando la derecha arrasó en las elecciones. Las persianas de la tiendas están echadas, las ventanas tapiadas. A la amnistía fiscal siguió una amnistía de la memoria que la blinda ante la autocrítica. Ahora viene la amnistía al hormigón en las playas. Confiamos a programas de televisión destapar asuntos turbios. Es cierto que las corruptelas salen a la luz más que nunca, pero se cuentan con una mano quienes han pasado por los tribunales.

En 2011 los revolucionarios del Norte de África pasaron de ser esclavos de militares corruptos a ser discípulos de fanáticos religiosos. Por fortuna, nuestra revolución de juguete fue un fracaso. Gracias a ello, seguimos viviendo en una democracia, llena de defectos e injusta, pero democracia. 15-M, sic transit gloria mundi.

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