jueves, 29 de junio de 2017

Playlist: Gitanos de verdad y de pega

Cuando llegan los días señalaítos,
hay muchos gachositos que son gitanos,
visten gitano, fuman gitano, y juran que su abuelo fue un buen gitano.

Cuando pasan los días señalaítos,
los mismos gachositos cazan gitanos,
muerden gitanos,
no quieren en la consulta a los gitanos,
y juran que en el mundo sobran gitanos.

Y cuando vuelven los días señalaítos,
hay muchos gachositos que son gitanos,
hablan gitano, cantan casi gitano,
y juran que su abuelo fue un buen gitano.
(Raimundo Amador, "Gitano de temporá")

Pos eso, primo:


1. Camarón: Soy gitano
2 .Pata Negra: Camarón ("La fragua estaba encendía, tu madre Juana cantaba, y tu padre Luis hacía alcayatitas gitanas")
3. Gato Pérez: Gitanitos y morenos
4. Lole y Manuel: Cabalgando ("van los gitanos")
5. Concha Piquer: Herencia gitana (Soy de la raza calé)
6. Patchai: Gitan
7. Balkan Beat Box: Gipsy Queens
8. Leonard Cohen: The gipsy's wife
9. Bob Dylan: Went to see the gipsy
10. The Impressions: Gipsy woman
11. La Niña de los Peines: Gitanita Tana y Tana

12. Edith Piaf: Le gitan et la fille
13. Peret: El gitano Antón
14. El Príncipe Gitano: Antonio Vargas Heredia ("Flor de la raza calé")
15. Sr. Chinarro: Gitana
16. Martín Buscaglia: La momia gitana
17. Los Amaya: Mi son gitano
18. Los Chichos: Gitanos
19: Los Chunguitos: Vive gitano
20. Gabinete Caligari: Gresca Gitana
21. Radio Futura: Canción del gitano
22. 12Twelve: Gitanita
23. José Menese: ¡Que buena gitana!
24. Estrella Morente: Salve gitana del Sacromonte
25. La Lupe: Amor gitano
26. Los Planetas: Nosotros somos los zingaros
27. Los fabulosos Cadillacs: Gitana
28. Raimundo Amador: Gitano de temporá
29. Antonio González el Pescailla: Taranto gitano
30. La Argentinita con Federico García Lorca: Zorongo gitano





lunes, 19 de junio de 2017

La revancha del jardinero fiel

Fotograma final de la película El jardinero fiel

Fue hace ya tiempo -si no recuerdo mal en otoño de 2004-. Me tocó cubrir el Congreso de la Sociedad Española de Medicina Interna, que reunió en Granada a tres mil médicos. En la conferencia de prensa de presentación, después de los principales organizadores, intervino el científico valenciano Bernat Soria que por entonces aún no era ministro de un gobierno socialista y, por lo tanto, no había sufrido la campaña de difamaciones por parte del periodista de extrema derecha Arcadi Espada que se demostró llena de falsedades. Por entonces Soria seguía en su exilio andaluz forzado por la persecución del gobierno Aznar y el búnker ultracatólico a la investigación en embriología. Lo cierto es que aquella conferencia de prensa acabó en debate entre Bernat Soria y Rolf Steuli -un debate hurtado por el segundo, pues el valenciano ya había marchado a presentar su ponencia cuando el suizo intentó desmontar todos sus argumentos ante los medios de comunicación españoles-. Streuli, valedor del lobby europeo de las industrias farmacéuticas y posterior presidente de PharmaPro, hizo sentir el largo brazo de este conglomerado patronal defendiendo que sus esfuerzos y su dinero -los suyos y los públicos- vayan a la mejora de los tratamientos a pacientes crónicos antes que a intentar curarlos con costosos programas como los surgidos de la investigación con células madre -"la medicina está para tratar, no para curar", dijo textualmente-. Antes Soria había vaticinado que las primeras aplicaciones clínicas de las células madre servirían para combatir enfermedades raras que entonces -ni aun hoy la mayoría- no tenían tratamiento conocido y sólo después llegarían alzheimer, diabetes o parkinson... A la poderosa industria del fármaco le traen al fresco las  dolencias raras; no son un mercado. En cuanto a otras más frecuentes -y rentables- ¿se resignarían los laboratorios a quedarse sin millones de pacientes diabéticos? No, mejor que se queden como están, con sus vidas dependiendo de los fármacos que ellos fabrican y comercializan. Los organizadores del congreso, bien untados por el negocio de la enfermedad -hubo más presentaciones de nuevos compuestos que ponencias, como es habitual en estas reuniones-, decían amén a sus patrocinadores, miraban con suficiencia a aquellas autoridades que osaban mantener que los medicamentos genéricos no sólo son más baratos sino a menudo más fiables que las marcas y describían a la industria del comprimido y la inyección -¡y el supositorio!- como una beatífica hermandad que invierte mucho dinero y muchos años en experimentar con un producto antes de sacarlo al mercado.

He recordado este episodio del pasado -¿?- al tener noticia de Sick Sick Sick, la campaña de la asociación Salud Por Derecho que reclama medicamentos para todos y que denuncia que en la actualidad y en todo el mundo una de cada tres personas no tienen acceso a los medicamentos que necesita, lo que lleva a exigir de las empresas farmacéuticas prácticas más humanas y más honestas: es imprescindible bajar el precio de los fármacos, investigar enfermedades sea ono rentable su tratamiento -una sociedad sana siempre lo es-, revelar los datos de estas investigaciones y qué porcentaje de ellas se paga con fondos públicos. Para ilustrar la crueldad e injusticia de este sistema farmacéutico Salud Por Derecho ironiza simulando un concurso -"Sick Sick Sick" es su nombre- en el que tres participantes luchan para conseguir un medicamento que trate y cure su enfermedad y un jurado decide quien gana, es decir, quien tiene la oportunidad de curarse. Elresto, mejor no pensarlo. Juzguen ustedes:


El control férreo de las patentes por parte de las farmacéuticas es uno de los pilares de este sucio negocio: no sólo se patenta el producto final; también el principio activo, lo que, con la colaboración de las distintas legislaciones, prohibe que pueda comercializarse un genérico hasta veinte años después de que salga al mercado el producto de marca. Este oligopolio de las patentes explica los astronómicos precios: los fármacos efectivos para el tratamiento de dolencias graves como cáncer, sida o hepatitis C se venden al sistema sanitario a precios que representan entre cien o mil veces su coste de fabricación, lo que dispara la factura sanitaria que pagamos todos y amenaza con hacer insostenibles los sistemas públicos de salud, que se ven obligados a recortar personal y medios para poder pagar la desorbitada factura farmacéutica. La explicación que dan las empresas -necesitan beneficios para reinventirlos en investigar nuevos remedios- es más falsa que Judas: la industria farmacéutica sólo invierte en I+D un uno por cien de lo que gana; esa investigación se la pagan los estados, bien en educación yformación de investigadores altamente cualificados o bien en financiar directamente los proyectos. Parte de estosén últimos también los pagan mecenas privados que nada tienen que ver con el negocio farmacéutico. Así secierra el círculo: les pagamos a estas empresas la búsqueda e invención de productos que, envasados y con marca, nos venderán ellas mismas a precios estratosféricos.

Además de estas firmas que fabrican determinados principios activos y los convierten en fármacos que patentan y venden, existen otras que no fabrican nada; ompran las patentes y especulan con ellas, obteniendo ganancias multimillonarias: Gilead Sciences, a pesar de su nombre, no ha inventado ni fabrica nada, ni siquiera el Sofosbuvir, el fármaco más efectivo contra la hepatitis C; lo ha patentado y vende a precios inaccesibles las grajeas de Sovaldi, que lo contienen. Estos abusos de la industria provocaron grandes movilizaciones en 2014. Un caso aún más famoso de especulación con medicamentos es el del estadounidense Martin Schkrelli, director ejecutivo de Turing  Pharmaceuticals, un auténtico sociópata que, cuando se le han pedido cuentas por sus maniobras para multiplicar por cinco mil el precio de algunos medicamentos contra las inmunodeficiencias cuyas patentes acababa de comprar, su respuesta ha sido "son legales, se llama capitalismo" (¡viva el mal, viva el capital!)

Martin Schkrelli, el rostro del mal
Si han leido El jardinero fiel de  John Le Carré o visto su adaptación cinematográfica (The constant gardener. Fernando Meirelles, 2005) sabrán cómo se las gastan la industria farmacéutica y cómo puede tener a sueldo administraciones, bufetes y hasta sicarios para frenar en seco a quién ose obrtaculizar sus maquiavélicos planes. Y como se estarán dando cuenta de que el acaparamiento y defensa a ultranza de la ptopiedad intelectual habrán comprendido que vengar el final de personajes como los que interpretaban Ralph Fiennes y Rachel Weist pasa necesariamente por saltarse a la torera las leyes que defienden esos derechos sobre las patebtes. Y puesto que adquirir genéricos a través de Internet no es seguro, habría que optar por formas de piratería que burlen el sistema de patentes farmacéuticas establecido... y a quien le pique, que se rasque.



martes, 6 de junio de 2017

Lejos de las estrellas: El cine low cost



El culto en el cine es un fenómeno muy particular. Normalmente los títulos que obtienen la resbaladiza calificación de filmes de culto responden a una moda, morbo o al prurito de connoisseurs que algunos pretenden colocarse como una medalla en su pecho o bien a fetichismos, bizarrías y devociones fanáticas que sirven para rescatar del olvido pequeñas joyas perdidas y también bodrios que deberían yacer sepultados bajo muchos metros de amnesia. Hay mucho cine de la llamada Serie B que, tras sufrir el desprecio de la crítica de su época, se ha visto reivindicado y ha entrado en la mentada consideración de cine de culto. Empezaré este artículo por aproximarme a las raíces de un modo de producción para después detenerme en unos géneros y unos años que, por poco tratados, me parecen interesantes.

PARTE I: LOS AÑOS DEL PROGRAMA DOBLE

Tan erróneamente mitificado como injustamente despreciado, aquello a que nos referimos cuando hablamos de Serie B abarca un periodo de tres décadas -los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado- en el sistema de producción de películas de Hollywood que legó obras fundamentales para entender la evolución de la cinematografía, algunas de ellas muy notables. Serie B no es un tipo de cine sino de producción, ni mejor ni peor que el de las grandes producciones, caracterizado por los bajos presupuestos, siempre por debajo y a menudo muy lejos de los doscientos mil dólares de la época, los rodajes rápidos. los metrajes inferiores a la hora y media y la ausencia de estrellas del star system o de directores conocidos en el momento de su contratación, aunque algunos grandes realizadores comenzaron sus carreras en películas de Serie B.

La Serie B es fruto de la Gran Depresión que empezó en 1929, como las novelas de John Steinbeck y las canciones de Woody Guthrie. A lo largo y ancho de EE.UU. los cines, en su mayor parte franquicias en manos de las productoras de Hollywood, iban cerrando uno a uno debido a la gravísima crisis económica. La industria contraatacó con el programa doble, que por el precio de una función ofrecía una producción de las grandes compañías -las majors-, que se llevaba gran parte de los beneficios, complementada por una película de Serie B que se alquilaba al cine a coste fijo, con lo que obtenía menos beneficios pero nunca perdía dinero. La nueva oferta hizo volver al público a las salas y la producción de películas de Serie B se convirtió en un negocio tan rentable que no se limitó a unas productoras especializadas -Republic, PRC, Monogram o Eagle Lion-, sino que los grandes estudios crearon sus propias secciones de cine barato, del que hablaré más adelante. La Serie B fue una mia para el cine de género, destacando la producción de western y policiaco en la d,cada de 1930, cine negro y terror en los cuarenta y ciencia ficción en los cincuenta.

Artesanos de la Serie B

Entre los cineastas especializados -o recluidos- en la serie B podemos citar actores, guionistas o directores. Entre estos últimos podemos citar a Allan Dwan, un mito de la productividad: centenario, con más de seiscientos títulos en su carrera. Hizo de todo y casi todo ya olvidado, salvo una de las mejores películas bélicas de la historia, Arenas sangrientas (Sands of Iwo Jima, 1949). También tiene su rinconcito en el fantástico más psicotrónico gracias a la impagable Driftwood (1947).  Su argumento merece ser reseñado: un predicador muere en el momento más apasionado de un sermón. Sunieta busca vengarse del Maligno en la mismísima Sodoma. En el viaje ve al Demonio surcar el cielo para convertirse en un avión que se estrella contra una montaña y encuentra un perro huido de un laboratorio cuya sangre mutada contiene el remedio contra una epidemia de meningitis. Sin complejos. Interesantísima también es su última película, Most dangerous man alive (1958), puro pulp rodado con  una escasez de medios patética , cuenta la historia de un gangster evadido de presidio que en su huida va a dar con sus huesos en una base secreta donde se realiza una prueba nuclear que hará que su carne vaya mutando en acero.

Hay un nombre esencial de la ciencia ficción de bajo presupuesto. Jack Arnold nos dejó a mediados de los cincuenta algunos de los mejores títulos de la historia del género. Nadie pensa en el exiguo presupuesto de la producción cuando está disfrutando de joyas como It came from outer space (1953), La mujer y el monstruo (Creature of the Black Lagoon, 1955), Tarantula (1955) y sobre todo El increible hombre menguante (The incredible shrinking man, 1957).

Ejemplo de simbiosis entre productor y director es el caso de George Pal y Byron Hashins. Su colaboración dio lugar a un estupendo melodrama de aventuras, Cuando ruge la marabunta (The naked jungle, 1967) y un prodigio de rentabilización de recursos y efectos visuales, su adaptación de La guerra de los mundos (War of the worlds, 1953).


Tan colorista como el cine de Haskins para Pal es la colaboración del maquetista, mago de la animación stop-motion y rey de los efectos visuales durante tres décadas Ray Harryhausen y el longevo director Nathan Juran. De entre sus trabajos en común sobresale la mejor película del ciclo de SimbadSimbad y la princesa (The seventh voyage of Simbad, 1958), y la imaginativa La gran sorpresa (First men on the Moon, 1964),  con una imaginería visual riquísima y desacomplejada que recuerda a las folclóricas ideas sobre la vida en la Luna de Georges Méliès.

Invasion of the saucer men
Edward L Cahn le llamaban malévolanente Edward can't (Edward no puede) en referencia a su supuesta incompetencia. Nada más injusto. Este duro trabajador del cine barato fue un visionario capaz de dar con soluciones visuales que suplían la escasez de medios poeedor de una gran capacidad de síntesis para narrar complejas aventuras en poco más de una hora. De Cahn son varios divertidos trabajos en torno al vudú, Zombies of  Mora Tau (1957) y Voodoo Woman ( 1957), así como cuatro de los títulos más significativos -y no por ello mejores- de la ciencia ficción de la época, The she-creature (1956), sobre regresiones hipnóticas y criaturas abisales; tres años después la casposilla The insisible invaders (1959), sobre unos selenitas que invaden la Tierra apoderándose de cuerpos humanos, casi todos con una pinta de contables con la que probablemente Cahn pretendía subrayar la frialdad y carencia de empatía de los alienígenas -pura sutilidad-, y enmedio de ambas, dos clásicos: It, The terror from beyond space (1958), principal fuente de inspiración de Alien, el octavo pasajero (Alien. Ridley Scott, 1979) y modelo de arquitectura fílmica por el uso de un único escenario dividido en cuatro niveles; laotra es Invasion of the saucer men (1957). Tiene de todo, adolescentes atolondrados que acaban siendo los salvadores del planeta, paletos armados hasta los dientes y unos impagables marcianos con cabeza de lechuga -indelebles iconos de la imaginería fantacientífica- que matan a sus víctimas inyectándoles alcohol.

Curt Siodmack, hermano menor del reputado Robert Siodmack, se ganó la vida escribiendo a destajo guiones para películas de monstruos para Universal y los seriales de El hombre invisible y Tarzán. Cuando se decidió a dirigir sus aportaciones al cine de Serie B fueron cuanto menos peculiares: Bride of the gorilla (1951), rodada en seis días, y sobre todo la divertidísima The magnetic Monster (1953). En esta última el monstruo magnético del título está metido en un bote pero puede robar la energía de una gran ciudad. Lo combaten los A-Men (¡!) -hombres-átomo, un grupo de detectives con grandes conocimientos científicos-. Para que todo suene muy tecnológico se suceden planos y más planos de contadores, cacharritos electrónicos, fórmulas matemáticas incomprensibles... pero bueno, se deja querer por su simpático alegato contra la experimentación incontrolada con radiactividad.

Siodmack escribió para la pequeña productora Monogram un guión que unió a dos realizadores de la casa en sendas películas basadas en el mismo texto: The Ape (William Night, 1940), con Boris Karloff,  y The Ape Man (William Beaudine, 1943), ésta protagonizada por Bela Lugosi. ¡Un solo guión para dos películas. eso sý es ahorrar!, aunque la segunda es una de las más torpes películas de la historia. Beaudine fue otro de los adictos al trabajo -¿esclavos?-, con  una filmografía cercana a los doscientos títulos. En ella destaca por absurda The face of marble men, que con total descaro mezcla vudú, mitología griega, zombis y vampirismo, con momentos especialmente gloriosos como los muertos que regresan de sus tumbas con caras de mármol o el perro vampiro trnsparente fruto de un descabellado experimento de John Carradine, actor asiduo de la Serie B.

Por lo general, un director que comenzaba trabajando en la Serie B vegetaba para siempre en ella si no tenía talento o éxito para ser ascendido a las grandes producciones. Ninguno de los dos fue el caso de Edgar G. Ulmer, magnífico cineasta checo discípulo del mismísimo Murnau, cuya eternización en la Srie B fue un castigo a sus travesuras: se le ocurrió robarle la mujer a un directivo de Universal que se encargó de que desde entonces Ulmer jamás levantara cabeza. Por entonces ya había rodado Satanás (The black cat, 1934), una de las maravillas de la edad de oro de Universal, pero después ninguno de sus rodajes superó los seis días. Durante su larga condena Ulmer nos dejó algunos productos interesantes, como The daughter of Dr. Jekyll (1957), Beyond the time barrier (1960) y la estupenda The man from planet X (1951), un argumento tontorrón con gran riqueza visual, una pequeña pieza de arte extraido de la basura. Por si fuera poco es un atrevido alegato contra la xenofobia y el terror mccarthista de la época, con el sufrido planeta X huyendo como alma que lleva el diablo de los intratables terrícolas al final de la historia.

No existe nada parecido a una Serie Z, salvo quizá el cine de exploitation: es un mero retruécano de frikis y fans del cine basura. Por eso hay que inscribir en la Serie B al más mitificado de los malos directores, Ed Wood. Ni tan rematadamente inepto como proclama la leyenda ni tan divertido desde un visionado cínico de su obra. Sus películas son tremendamente aburridas por su torpeza y falta de ritmo y sólo sus escandalosos errores de raccord y sus surrealistas diálogos provocan unas risas. Sin embargo siempre habrá que alabar su voluntarismo y e infatigable amor por su profesión que demostró el autor de Glen or Glenda (1953), Night of the ghouls (1958) o Plan 9 from outer space (1959).

Hasta ahora he recordado los nombres más conocidos pero la Serie B dio también un buen número de especialistas como Edward Berns, un exsonidista a sueldo del departamento de películas baratas de Columbia. Él firma un clásico del cine kistch, Queen of outer space (1958) -en la imagen superior-, con la irrepetible Zsa Zsa Gabor al frente de una rebelión contra la malvada tirana de Venus, planeta habitado por mujeres de largas piernas y cortas faldas en el que aterrizan tres astronautas masculinos que revolucionan las feromonas de medio astro y hacen que la protagonista luzca un modelo por secuencia. Una de las películas más petardas que puedan verse. Divertida.

House on haunted hill (1958) de William Castle, un director de Allied Artists, revela a un cineasta en las antípodas de un Jacques Tourneur: Castle no insinúa, él muestra crudamente, optando por la artificiosidad y el descaro cuando los pobres efectos especiales denuncian baratura. La contraposición de un exterior moderno e interiores góticos, lo rebuscado de la trama y un siempre elegantemente sobreactuado Vincent Price convierten a House on haunted hill en la gran película de fantasmas de la Serie B.

Joseph Newman es un director que se asocia a un sobrevalorado clásico de la ciencia ficción, This island Earth (1955). Pese a acabar aburriendo, la colorista invasión de los habitantes de Metaluna dista mucho de la mediocridad que caracteriza el resto de su filmografía. Roy Del Ruth es otro hombre de una sola película -que merezca la pena recordar-. The alligator people (1959), honesta cinta de ciencia ficción en la que los guionistas abordan el truculento argumento como si de un drama sureño a lo Tennessee Williams se tratara, con una puesta en escena a ratos muy osada. Por último Irving S. Yeaworth era vocacionalmente un director de cine religioso, pero en su faceta laica nos dejó otro mito del cine low cost, La masa devoradora (The blob, 1958). Un jovencísimo Steve McQueen -un James Dean más modosito- debe alertar a sus escépticos vecinos en pleno sábado noche de la amenaza de una gelatina extraterrestre que crece y crece devorando a cuanto terrícola encuentra a su paso. La masa parece enteramente una gelatina de frambuesa, lo que da a la película un toque pop muy apreciado por los mitómanos. Por si no bastara con su inolvidable canción.

Evidentemente el cine de bajo presupuesto tiene también sus actores. En general en la Serie B lograban papeles protagonistas actrices y actores que no pasaban de secundarios -o tan solo hacían bulto- en las producciones A. Mientras algunos directores se sentían más a gusto en las producciones baratas por la independencia que les proporcionaban, para ningún intérprete eran plato de gusto, y se dieron casos dramáticos. Rodo Hatton fue uno de los actores más injustamente tratados por la industria: las armas químicas usadas en la Gran Guerra le enfermaron de agromegalia, que le deformó los huesos de la cabeza. Su aspecto fue aprovechado por las productoras para condenarle a papeles de monstruo como en The brute men (Jean Yarbourgh, 1946). Hatton, buen actor y hombre sensible, siempre se lamentó amargamente de la deshumanización y falta de matices con que se dibujaba a sus villanos. Boris Karloff pasó de triunfar encarnando a la criatura de Frankenstein (James Whale, 1931) a acabar enfrentando a su personaje a especímenes como Abbot y Costello o la Mula Francis y  protagonizar oscuros filmes mexicanos frente a luchadores enmascarados. Pero Karloff era un buenazo que lo encajaba todo con deportividad y ganó la redención en su última película, la brillante El héroe anda suelto (Targets. Peter Bogdanovich, 1968). No se puede decir lo mismo del protagonista de Drácula (Todd Browning, 1932). El húngaro Bela Lugosi. En pleno esplendor cayó en el alcoholismo, que le redujo a papeles de reparto, y no se le ocurrió nada mejor que curarse con morfina, lo que le condenaría a sbproductos como Bela Lugosi and the Brooklin gorilla (William Beaudine, 1952) y tres películas de Ed Wood en las que Lugosi era una patética caricatura.

Las productoras de Serie B

Republic, fundada en 1935 por Herbrt J. Yates, se caracterizó por un sello de calidad ajeno a otras pequeñas productoras, aunque se prodigó en seriales: Los tambores de Fumanchú (Drums of Fu Manchu. Varios directores, 1940) o Las aventuras del capitán Maravillas (Adventures of captain Marvel. Varios directores, 1941), y algonos largometrajes dirigidos por Lesley Selander, como The vampire's ghost (1945). Republic mantuvo su actividad hasta 1959.
PRC (Producers Releasing Pictures) nació de otra pequeña productora, PDC, especializada en filmes patrióticos anti-nazis que fomentaban el intervencionismo en la Segunda Guerra Mundial. Nacida en 1939, también estrenó una famosa cinta con Bela Lugosi, The devil bat (Jean Yarbourgh, 1940).

Monogram fue la pionera de las productoras especializadas en cine barato. Nació en 1930 y de su legado destaca La casa ebcantada (Ghost on the loose. William Beaudine, 1943), que se permitió el lujazo de contar con Ava Gardner. En 1953 fue absorbida por Allied Artists, que produjo la obra maestra La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of body snatchers. Don Siegel, 1956).

De corta vida, entre 1945 y 1950, Eagle Lion se dedicó al western y el cine negro, pero también fue responsable de uno de los grandes éxitos de la ciencia ficción de los cincuenta, Con destino a la luna (Destination moon. Irving Pichel, 1950), con agotadoras pretensiones de realismo documental.

Si el cine de Serie B identificaba su origen en la Gran Depresión de los treinta y los programas dobles, su final llegó a principios de los años sesenta, cuando el Tribunal Supremo de los EE.UU. ilegalizó el negocio vertical por el que las productoras eran dueñas de las salas de proyección y cuando la universalización de la televisión causó un brutal descenso del número de espectadores. Pero el verdadero fin, y el comienzo de una nueva era, lo marcan la fundación de una productora independiente, American International Pictures (AIP), de Smuel Z. Arkoff y James H. Nicholson, y un director a sueldo de la marca el ya nonagenario y aún activo Roger Corman. Sus hallazgos fueron ir directamente a por el público adolescente y reinvertir lo ganado con cada producción en otra nueva, si es posible mejor y más cara. Durante los cincuenta AIP produjo ciencia ficción y terror juvenil -I was a teenage werewolf (Gene Fowler Jr., 1957), I was a teenage Frankenstein (Herbert L. Strock, 1957)- películas sobre hombres gigantes por mor de la radiactividad firmadas por Bert I. Gordon -The amazinz colossal man (1957), Attack of the puppet people (1958)- y enormes éxitos que rentabilizaron al máximo modestísimas producciones como Attack of giant leeches (Bernard Kowalski. 1960) -leeches son sanguijuelas, no la fruta de los restaurante chinos- o Terror from the year 5.000 (Robert Guirney Jr., 1958). Entonces va Roger Corman y con La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960) inicia su serie de adaptaciones de Edgar Allan Poe, en color y con presupuestos que superaban los doscientos mil dólares por película. Cine barato habrá siempre -años más tarde Sundance y Tribeca glorificaron el cine independiente norteamericano y Troma rentabilizó el cine -, pero la Serie B tal como la entendemos había muerto.

Los departamentos de Serie B de las majors

20th Century Fox: Su producción B es muy variada y a mitad de los cincuenta se independizó en la productoa Regal Films. Suyos son títulos como Invaders from Mars (William Cameron Menzies, 1953), Kronos (Kurt Newman, 1956), The Unknown terror (Charles M. Warren, 1957) y la tardía producción con la británica Hammer The Earth dies screaming (Terence Fischer, 1964).

Warner Bros: Esta productora daba un toque de Serie B a todo lo que hacía, aunque entre su oferta low cost destaca The beast with five fingers (Robert Florey, 1945).

RKO: La sección de serie B de la productora de Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941) pasó a la historia por el trabajo del productor ucraniano Val Lewton, que incluye inmortales títulos dirgidos por Jacques Tourneur -La mujer pantera (Cat People, 1942),  Anduve con un zombi (I walked with a zombie, 1943) y The leopard man (1943)-, Mark Robson -Isle of the dead (1945) y Bedlam (1946)- y Robert Wise -Ladrones de cadáveres (The body snatcher, 1945)-.

Columbia: Importante es también el departamento low cost de esta major. Produjo el serial Batman (Lambert Hillyer, 1943), piezas de terror como The face behind the mask (Robert Florey. 1940), la tetralogía en la que Boris Karloff interpreta a un mad doctor inaugurada con The man they could not hang (Nick Grinde, 1939), la extraordinaria La noche del demonio (Night of the demon. Jacques Tourneur, 1957)  y alguna incursión en la ciencia ficción de la mano de Juran y Harryhausen: 200 millions miles to Earth (Nathan Juran, 1957).

Universal: Fue la productora de cine fantástico por excelencia en años de blanco y negro, tanto en Serie A como en Serie B, desde que en los años treinta creara franquicias de sus monstruos más conocidos: Frankenstein, Drácula, el Hombre Lobo, el Hombre invisible, la Momia. Pero esta faceta de Universal ha sido mitificada en exceso, pues sus directivos trataron con desprecio los géneros que les daban de comer -en buenos restaurantes- que, en cierta forma, les avergonzaba. El departamento de Serie B de Universal se encargó de las secuelas de sus mitos terroríficos, con marcado tono serial, en casos aislados tan magistrales como La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein. James Whale, 1935) pero también con revoltillos de monstruos -las monstermash- buenos como La cíngara y los monstruos (House of Frankenstein, Erle C. Kenton, 1944) o ridículos como aquellos en los que los monstruos de Universal debían enfrentarse a cómicos de la casa, humanos -Abbot and Costello meet Frankenstein (Charles T, Barton, 1948)- o equinos -Francis in the haunted house (Charles Lamont, 1956). Universal también produjo seriales espaciales en color protagonizados por Flash Gordon y, en los primeros años del sonoro, pequeños clásicos del terror como El cuervo (The raven. Louis Fredlander, 1935) o El gato negro (The black cat. Al Rogell. 1941). En una segunda época Universal prestó un servicio aún mayor a la historia del cine norteamericano al producir los clásicos de Jack Arnold y pel´culas de invasiones alienígenas y monstruos radiactivos como la interesante The mole people (Virgil Vogel, 1956) o las alucinadas The monolith monsters (John Sherwood, 1957) y The deadly mantis (Nathan Juran, 1957)

Top de la Serie B

Veinte títulos imprescindibles de programa doble:

1. La novia de Frankenstein (James Whale, 1935)
2. El increible hombre menguante (Jack Arnold, 1957)
3. La mujer pantera (Jacques Tourneur, 1942)
4. La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the body snatchers (Don Siegel. 1946)
5. Bedlam (Mark Robson, 1946)
6. La mujer y el monstruo (Jack Arnold, 1954)
7. La gran sorpresa (Nathan Juran, 1962)
8. Man from planet X (Edgar Ulmer, 1951)
9. Simbad y la princesa (Nathan Juran, 1958)
11. It! The terror from beyond space (Edward L. Cahn, 1958)
9. Anduve con un zombi (Jacques Tourneur, 1943)
10. La guerra de los mundos (Byron Haskins, 1953)
11. Queen of outer space (Edward Berns, 1958)
12. Night of the Ghouls (Ed Wood, 1958)
13. The alligator people (Roy Del Ruth, 1959)
134 The monolith monsters (John Sherwood, 1957)
15. La masa devoradora (Irwin S. Yeaworth, 1958)
16. Invasion of the saucer men (Edward L. Cahn, 1957)
17. Return of the fly (Edward Berns, 1959)
18. El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960)
19. El hombre con rayos X en los ojos (Roger Corman, 1963)
20. Them!, La humanidad en peligro (Gordon Douglas, 1954)



PARTE II: AGUJEROS NEGROS (CINE FANTÁSTICO DE CULTO DE LOS SETENTA Y LOS OCHENTA)

En el cine fantástico es habitual rendir un culto más o menos friki a la ciencia ficción barata de los años cincuenta, al gore más bizarro -aceptando la acepción de este adjetivo como extravagante- o a determinados creadores que levantan pasiones como sublimadores de lo barato -Corman, Wood, Franco- o por poseer universos muy particulares -Burton, Bava-, pero hay épocas de las que parece que nadie se interesa por recuperar productos que pasaron casi desapercibidos, bien por su mala suerte en taquilla, por sus pergrinos argumentos temáticos o formales o porque fueron concebidos a la sombra de modas pasajeras o para chupar rueda de obras mayores a las que imitaban a destiempo: no exploitation movies pero casi.

Las tres últimas décadas, dominadas por las superproducciones, el alarde de efectos digitales -con tanto croma y CGI no hay forma de distinguir una película de acción real de una de dibujos animados- la megalomanía y los presupuestos indecentes, han arrumbado a los desvanes a un buen puñadode filmes modestos que son almenos significativos para la evolución del cine fantástico que en algunos casos destacan por inclasificables y en ocasiones, las menos, son gemas que cayeron injustamente en elolvido. Esta miscelánea de obras mayores y menores constituye un agujero negro en la historia del fantástico posterior a 2001, una odisea en el espacio (2001, a space oddisey. Stanley Kubrick, 1968). Intentemos sacarlas del pozo.

Inteligencia artificial


Tal vez concebida como una respuesta más barata al clásico de Kubrick, Colossus, the Forbin Project (Joseph Sargent, 1970) es un interesante exponente de cierta ciencia ficción mecánica de su tiempo con un enfoque apocalíptico que con el paso de los años ha conseguido el reconocimiento que en su época no tuvo. El título es el nombre de una superrcomputadora a la que se ha cedido el control del armamento nuclear estadounidense. Colossus logra comunicarse con Guardian, el sistema similar soviético. Ambos se alían para neutralizar el poder de la humanidad, a la que consideran la mayor amenaza para sí misma. En ella se adelanta casi tres lustros la hipótesis que plantea de forma más infantil Juegos de guerra (War games. John Badham, 1984). La brillante premisa del film de Sargent se enriquece con la trama individual de Forbin, el científico que creó la máquina y único interlocutor humano aceptado por Colossus. Éste, en unas secuencias casi cómicas, le encierra en un apartamento, le planifica cada hora del día y sólo le prmite unas horas de intimidad con una supuesta amante, que es en realidad la conexión de Forbin con el resto del mundo.  Con unas colosalistas imágenes iniciales de la máquina, un vigoroso ritmo y una puesta en escena elegante y efectiva, merece un puesto entre las obras mayores de la ciencia ficción.

El tema cinematográfico del robot puede plasmarse de formas muy diversas, pero la más extraña tal vez sea la perspectiva feminista. Por eso The Stepford wives (Bryan Forbes, 1975), basada en un best-seller de Ira Levin, es una película de culto desde su estreno. Su trama es original: un ama de casa inquieta e inteligente fija su residencia en el plácido pueblecito de Stepford con su marido. Sus vecinas son tremendamente simpáticas, tan complacientes y dispuestas que parecen irreales, hasta que se revela la verdad: el machista club de hombres de Stepford está sustituyendo a las esposas de los convecinos por robots femeninos. tan hermosas como sexualmente complacientes. La protagonista empieza a temer que también ella sea asesinada para convertirse en robot. La referencia a La invasión de los ladrones de cuerpos (Robert Wise, 1951) es evidente, pero el vibrante suspense y el innovador uso de los recursos sonoros realzan una película mayúscula. Bastante flojo es el remake Las mujeres perfectas (Frank Oz, 2003).

No tan logrado es el curioso antecedente de las temáticas ciberpunk The terminal man (Mike Hodges, 1974); basándose en una novela de Michael Crichton. alarga demsiado las desventuras de un programador de computadoras que, para frenar las convulsiones que sufre a raiz de un accidente, se implanta un microordenador en el cerebro, lo que hace que su voluntad no vuelva a ser la misma.

Anterior en un lustro y adaptada de la preciosa novela de Daniel Keyes Flores para Algernon, otra poco conocida película que habla del incremento artificial de la inteligencia es Charly (Ralph Nelson, 1968), en realidad una historia de amor con un punto de partida futurista. Un adulto que padece retraso mental es sometido a un experimento que le convierte enun genio. Enamorado y correspondido, debe enfrentarse después a una regresión hacia su estado inicial. El tema requería una gran sensibilidad enel guión de la que éste carece. La estupenda interpretación de Cliff Robertson es lo que la salva.



Un futuro incierto

Sólo unos meses después de que se estrenara una de las mejores distopías cinematográficas, La naranja mecánica (A clockwork orange. Stanley Kubrick, 1971) era perpetrada una de las más aburridas y torpes, Edicto siglo XXI: prohibido tener hijos (Z.P.G.:Zero population growth. Michael Campus, 1972). Se adelantó algunos años a una cinta parecida pero mucho más famosa, La fuga de Logan (Logan's run. Michael Anderson, 1976). Pero si ésta era mala -sí, horrorosa, lo mantengo-, Edicto... es aun peor: la historia mil veces contada de una parejita que decide traer un hijo a un mundo superpoblado y hambriento desafiando la prohibición gubernamental. Una fea mancha en las carreras de Oliver Reed y  Geraldine Chaplin y todo un alegato en favor del aborto libre, gratuito ¡y obligatorio!.

Catástrofe y extinción

Olvídense de bodrios apocalípticos como Armaggedon (Michael Bay, 1998) o Deep Impact (Mimi Leder, 1998). Estos meteoritos destructores tuvieron un olvidado adelanto en Meteor (Donald Neame, 1979) una de pedrusco gigantesco que amenaza a la Tierra y que sin ser gran cosa tiene excelentes actores que hacen olvidar a Buce Willis y sus muchachos. Lo mejor del argumento es la forma tan ladina en que rusos y americanos reconocen tener satélites ofensivos secretos que deben unir fuerzas contra la amenaza sideral.

Más divertida -aunque realmente espantosa- es La noche del cometa (Night of the comet. Tom Eberhart, 1984), en la que las supervivientes de un Los Angeles borrado del mapa por el paso del Halley parecen animadoras de un equipo de fútbol americano.

La evolución no tiene por qué detenerse en el hombre pero ¿quién iba a decirnos que la próxima especie dominante en el planeta será la hormiga? Un exceso de radiación solar -¿quién me ha robado la Nivea?- aliado con una extraña conjunción de planetas provoca cambios en la Tierra, al principio imperceptibles, hasta que un científico se da cuenta de que las distintas especies de hormigas han dejado de combatir entre sí y trabajanunidas como un ente único e inteligente, una colectividad organizada y disciplinada que va tomando el control del mundo. Al final acaban generando una nueva especie, mitad hombre y mitad hormiga. Esta fascinante historia se llama Phase IV (Saul Bass, 1973) y aunque aquí se estrenó con mucho retraso y el oportunista y engañoso título de Sucesos en la cuarta fase, no es una exploitation de la millonaria película de Spielberg, que no se estrenó hasta 1977 y con la que no guarda ninguna relación. Phase IV parece, sobre todo en los momentos iniciales, un documental de National Geographic, y en la credibilidad que destila reside su radical originalidad.

Miedo pero poquito

Fantasma, ¿qué tiene esa bola...?
A mitad de camino entre el terror gótico -¡lápidas, cementerios!- y la ciencia ficción, pero claramente de culto -excesivo a mi entender-  es Fantasma (Phantasm. Don Coscarelli, 1979), que aporta, con tono no siempre voluntario de comedia negra, una interesante variante a las películas de zombis: una raza alienígena rapta y devuelve a la vida a los muertos para emplearlos como esclavos en otra dimensión. De pequeño te aterrorizaba, pero hoy provoca más bostezo  que espanto -ni siquiera risa-. Aunque esa bola asesina...

Cerrando este apartado dedicado al terror y la época, he de citar la que considero la anti-secuela: El exorcista III (William Peter Blatty, 1990) es un film cargado de tensión que tiene en su contra su título, Otro gallo habría cantado si se hubiera estrenado como lo que es, la adaptación de la novela del propio Blatty Legión. Ya se había negado a participar en la primera secuela el autor de El Exorcista, de la que sólo permanecen un par de personajes. Blatty prefiere aquí hablar de asesinatos enserie en lugar de posesiones, aunque la productora obligó a incluir unaescena de exorcismo al final. La serie Bhabía muerto, pero no las presiones dela indusria a los creadores.

PARTE III: CULTOS DE NO MUY BUEN GUSTO

En los Estados Unidoos de los años setenta se llamaba grindhouse a un subgénero cinematográfico -y por metonimia a las salas que lo proyectaban en programas dobles- básicamente formado por películas gore -casi siempre con víctimas demasiado jovencitas y tetonas- y exploitation, que acabaron en los más inmundos videoclubes. En 2007 dos mitómanos compinches, Quentin Tarantino y Robert Rodríguez,  homenajearon toda aquella basura en un díptico titulado precsisamente Grindhouse. Estaba formado por dos largometrajes; el primero, Death proof, dirigido por Tarantino, el diálogo citaba explícitamente Punto límite cero (Vanishing point. Richard Sarafian, 1971); el de Rodríguez, Planet Terror, mete en una Turmix zombis, armas largas y amputaciones; además incluye varios trailers de películas imaginarias con títulos como Werewolf women of the SS, Machete o Hobo with a shotgun.

Chuck Norris, carne de Cannon
Desde los tiempos de la Serie B, mucho habían cambiado las cosas -y los presupuestos- en el cine amerticano. Por eso se puede considerar ahorrativa la conocida cita de Menahem Golan: "Nunca haré una película de treinta mllones de dólares, No sabría qué hacer con treinta millones. Puedo hacer treinta películas con ellos". La verdad es que en su época, los ochenta, la Cannon no molaba, ni en los cines más cutres. La C y la flecha de su logotipo al principio de una película sólo podía indicar que lo que venía a continuación era un disparate: acción, explosiones, persecuciones y poco o nada más. Y aun así durante una década se codearon con las majors y hasta llegaron a producirle una película al mismísimo Jean-Luc Godard, la intragable El rey Lear (King Lear, 1987). Cuentan que William Shakeaspeare no ha vuelto a descansar en su tumba desde entonces.

En el Israel de los años setenta Golan y Yoran Globus juntaron su entusiasmo, su total desinterés por lo artístico y los ahorros y las ganas de hacer películas de Menahem y las llevaron a Hollywood. Allí se hicieron a precio de saldo con Cannon, una productora al borde de la quiebra especializada en reestrenar con otros títulos y alguna estrella norteamericana en horas bajas películas eróticas europeas. En los principios, la fórmula de la nueva Cannon es simple: películas muy baratas de terror y comedia erótica; cualquier cosa mientras tenga tetas o gritos. Más adelante llegará alguna película de aventuras en 3-D -El tesoro de las cuatro coronas (Treasure of the four crowns. Ferdinando Baldi, 1983) ¡con Ana Obregón!-, o plagios patéticos de Indiana Jones -Las minas del rey Salomón (King Salomon's mines. J. Lee Thompson, 1985).Desde ahí Golan y Globus se centraron en el gran filón de los ochenta: las películas de acción. Un ninja interpretado por un italiano, un veterano del Vietnam con muy mala leche, un vengador callejero con lanzallamas, violaciones mostradas explícitamente, mensajes fascistoides; todo colaba mientras vendiera. Pero un sorpresivo acuerdo de distribución con Metro Goldwin Mayer obligó a Cannon a producir sin descanso más y más cine -tan casposo como siempre y abiertamente exploitation de las modas de turno- por encima de las posibilidades de sus dueños. Ni el entusiasmo de éstos ni el mérito de haber abierto una senda de producción cinematográfica al margen de oligopolios fueron suficientes. Cannon murió de agotamiento.

Seran cosas de la pos-posmodernidad, de que también haya cinéfagos hipsters o de que, como dijo el torero, tié que haber gente pa tó, hoy en día también hay quienes consideran a las películas de Cannon cine de culto. En fin.