domingo, 28 de febrero de 2016

Playlist nº 77: Cantándole al cambio climático

Una linda colección de coplas que en uno u otro sentido hablan de lo que se nos viene encima; de cómo defender la naturaleza y cómo destruírla de la forma más eficiente; de contaminación, radiactividad, malos humos, hielos que se derriten, bosques que arden y especies que se extinguen; de ecología pero no necesariamente pacífica. Disfrútenla los mayores de 18 años y menores acompañados; no apta para Al Gore y niñitos de Greenpeace.

1. Marvin Gaye: Mercy mercy me (The ecology)
2. Burrito Panza: Cambio de clima
3, Vainica Doble: Doñana
4, The Beatles: Mother Nature's son
5. Bobby Darin: Nature boy
6. Tito Puente: Agua limpia
7. Tachenko: Natural
8. Décima Víctima: Contra la naturaleza
9. Aviador Dro: Nuclear sí
10. Kings Of Leon: Radiactive
11. Cerrone: In the smoke
12. Beck: The new pollution
13. Pekenikes: Polución
14. Bomb The Bass: Smog
15, Explosión Suprema: Se contamina el barrio
16. Circle X: Compression of the species
17. Tom Waits: The Earth dies screaming
18. Cibelle: Melting the ice
19. Lloyd Cole And The Commotions: Forest Fire
20. Spoon: Before destruction

domingo, 21 de febrero de 2016

El limpiacristales de Dubai (reprise)


La vida es peligrosa, no por los hombres que hacen el mal
 sino por los que se sientan
a ver qué pasa
(Albert Einstein)


Cuando en la pasada nochevieja todos pudimos ver las imágenes de un pavoroso incendio devorando un gigantesco rascacielos en el mayor y más rico de los Emiratos Árabes Unidos recordé una entrada que publiqué allá por 2010 en este mismo blog y que he decidido rescatar y actualizar porque me pareció escalofriantemente vigente. Estaba inspirada en una fotografía publicada por el Daily Mail que mostraba a un hombre de aspecto asiático que limpiaba, colgado en el vacío sin arnés ni más sujección que su mano izquierda, las ventanas exteriores del piso 34 de un rascacielos en Dubai. Del paraíso petrolero para multimillonarios iba a Punta Umbría y a la estafa de aquel listillo que por entonces prometía sueldos de ensueño -3600 euros semanales, por jornadas de doce horas, eso sí- a quienes acudieran al emirato a colocar cristales en las torres,
una tarea para la que el emir de turno y su constructor de cabecera andan sobrados de esclavos orientales que se juegan el tipo a cambio de una miseria. 350 incautos creyeron en el timador y -algunos incluso venidos de lejos- llegaron a rellenar un extraño formulario en el que les pedían que contaran su último sueño -¿también los húmedos? me pregunto- y colocaran por orden de preferencia valores como trabajo, respeto, compromiso y honor.

También recordé a los personajes principales de aquella estupenda película palestina titulada Paradise Now (Hany Abu-Assad, 2005) que fue candidata al Oscar. Aquellos dos jóvenes desesperados que malvivían en las inmundas barracas que las monarquías y dictaduras petroleras destinaban a los trabajadores semiesclavos que edificaban sus imperios de lujo y derroche se planteaban inmolarse como hombres-bomba en Tel Aviv en pos del paraíso prometido a los mártires. El infierno ya les rodeaba en la Tierra.

Ignoro qué habrá sido de aquellos que quisieron ser limpiacriastales en Dubai. Es posible que cinco años después, si es que han encontrado un trabajo más acá de Dubai, se acuerden de aquel tal Garrido cuando regresen a casa, el cuchitril compartido que su sueldo le permite, agotados tras una jornada laboral interminable y mal pagada y sientan el futuro colgando del vacío como el limpiacristales de la foto, temiendo siempre que la próxima soldada -¿nómina? no lo creo- será la última.

Será peor en el mañana, cuando sus hijos, si los tienen, sólo puedan aspirar a empleos como el de limpiacristales de Dubai. a los que se aferrará cumpliendo lo que le pidan porque si los pierden no habrá subsidios al desempleo, nadie los defenderá pues ya no habrá sindicatos y tendrán miedo a enfermar porque la sanidad será de pago.

Entonces esos hijos se plantearán dirigir a sus progenitores mensajes cargados de reproches como los de Franz Kafka en su Carta al padre, no sólo por haber sido tan ilusos para creer en el sueño de Dubai que al menos no le costó un euro, sino también por tragrse el veneno de otros estafadores: editorialistas, telepredicadores, economistas de salón. Recriminará a toda su generación haber permitido que le hicieran una crisis, y otras que vendrían después, para demoler su edificio de derechos y garantías.

Los hijos y los nietos de aquellos aspirantes a limpiacristales acusarán a sus antecesores de cavar sus propias tumbas y, más profundas aún, las de quienes vendrían después, cuando contemplaban indiferentes, cuando no celebraban, que la Ley se cebara con quienes defendían como sabían los derechos laborales y de huelga, mientras ellos permitían que recortaran salarios y derechos y les atacaran con toda la violencia de que el poderoso piquete del liberalismo es capaz, sin tener en cuenta que más pronto que tarde les tocaría a ellos y sus hjos el turno de pasar por la picadora de carne.

Cómo pudimos ser tan estúpidos. Cómo no supimos medir la escasa distancia entre el joven camarero que trabaja once horas y el limpiacristales de Dubai; entre éste y el niño que escarba en el vertedero de Sao Paulo. Fue tan fácil desandar el camino.

















jueves, 11 de febrero de 2016

La antorcha del moderno Prometeo



En este 2016 se cumplen 200 años de aquel largo invierno volcánico -debido a la explosión del volcán indonesio Tambora- de 1816 cuando Percy Shelley, su esposa Mary Wolstonecraft, Lord Byron y su médico personal -y cuentan que también pretendiente- John Polidori se reunieron en la casa suiza del barón inglés Villa Diodati, donde Byron les retó a componer por diversión una historia de terror. Mary elaboró el germen de lo que tituló Frankenstein o el moderno Prometeo, perfecto híbrido de ciencia ficción y terror gótico inspirado por las investigaciones de Galvani y Erasmus Darwin sobre el supuesto poder de la electricidad para revivir cuerpos inertes y por el mito heleno del titán que hurta el fuego a los dioses y lo entrega a los mortales para que se calienten e iluminen. Año y medio más tarde salIó publicado el libro con algunas correcciones. También se cumple un siglo desde que Frankenstein -entonces con otro nombre- y su criatura llegaron por primera vez a un largometraje cinematográfico -antes hubo un corto de 16 minutos- en Life without soul (Joseph W. Smiley, 1916). De este recorrido de dos siglos en el papel y uno en la pantalla siguiendo la antorcha del moderno Prometeo versa este artículo.
Prometeo según Füger
Mary  W. Shelley


Aún vendría otra versión muda de la historia (Il mostro di Frankenstein. Eugenio Testa, 1921) antes de que se diera la trascendental conjunción de talentos entre el director James Whale, el actor Boris Karloff y el maquillador Jack Pierce, El doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931). Valga la anécdota de que Bela Lugosi rechazó el papel de la criatura por temor a que sus fans no lo reconocieran, lo cual puso en bandeja a Karloff convertirse en el monstruo más humano. El resultado: un clásico indiscutible con la marca reconocible de la Universal de aquellos tiempos. Más tétrico y menos moralista que el original literario, la película se centra en la primera mitad de la novela y añade una muerte brutal y poética a la criatura del científico que quiso emular a Dios, El éxito fue grande, aunque por debajo de revisitaciones del mito muy inferiores que vendrían después. El público, sobrecogido por escenas inolvidables como la muerte de la niña a orillas del lago, pedía más. Cuatro años tardó Whale en ofrecerlo. Para justificar la reaparición de la criatura muerta al final de la anterior cinta, en la superlativa La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein. James Whale, 1935) la historia recupera a la escritora, de nuevo junto a su marido y Byron, que la retan a continuar la historia. Recuperando momentos de la novela obviados en la anterior película como el encuentro con el violinista ciego, en la nueva un personaje añadido, el siniestro profesor Pretorius, propone a Victor Frankenstein dar vida juntos a una compañera para el monstruo. Un papel de pocos minutos que consagró a la actriz Elsa Lanchester -que interpreta también a Mary W. Shelley- y convirtió en iconico su estrambótico peinado cónico -inspirador del que lleva Marge Simpson- con su mecha en forma de rayo. La novia de Frankenstein acentúa la bondad natural de la criatura frente a la crueldad de la masa, convirtiéndose en una hermosa parábola sobre la intorelancia. Entre otros hallazgos, sobre todo visuales, en esta gran secuela podemos por fin oir hablar a la criatura.

Caídas y nuevas ascensiones de Frankenstein

El propio Boris Karloff y muchos imitadores tuvieron que representar al monstruo en incontables películas, algunas realmente indignas, durante los años cuarenta y cincuenta. Recordemos charloradas como Abbot y Costello contra los monstruos (Abbot and Costello meet Frankenstein. Charles Barton, 1948) o Yo fui un Frankenstein adolescente (I was a teenage Frankenstein. Robert L. Strock, 1957). Retirado del cine James Whale -un retiro martavillosamente recreado en Dioses y monstruos (Gods and monsters. Bill Condon, 1998)-, la criatura fue hundiéndose en la farsa chusca y pasó de moda hasta que a finales de los años cincuenta la productora británica Hammer Films recupero a este y otros monstruos de Universal con más profusión de hemoglobina y terror gótico y los rejuveneció con su incomparable sello. La creación de Victor Frankenstein  fue en varias ocasiones Cristopher Lee. En las dos décadas siguientes la productora no siempre mantuvo al mismo monstruo, pero sí a Peter Cushing en la piel del científico y al director Terence Fisher, desde la primera entrega, La maldición de Frankenstein (1957) .Hubo también films irregulares como Frankenstein creó la mujer (Frankenstein created woman, 1967) o El cerebro de Frankenstein (Franenstein must be destroyed, 1969)  Mientras, seguían estrenándose subproductos en los que la criatura se veía a compartir pantalla con hombres-lobo, vampiros,  momias y hasta alienígenas como en Frankenstein y el monstruo del espacio (Frankenstein meets the space monster. Robert Gaffney, 1964), película de culto de puro mala también estrenada con el surrealista título de Frankenstein invade Puerto Rico. Franskenstein o su monstruo sólo aparecen en el título: es en realidad una historia más de marcianos necesitados de hembras como las que cité en otro artículo de este blog. Aquel mismo año hubo proyectado incluso un kaiju eida, Godzila contra Frankenstein que Toho tuvo el buen sentido de cáncelar. La productora japonesa le vio las orejas al lobo del fracaso.

A menudo estas películas de ínfimo presupuesto vendían la trampa gomercial de trailers en color, pero el espectador encontraba después que, excepto apenas un minuto de metraje el resto era en blanco y negro. Fue el caso de uno de los últimos productos Universal, la casi salvable La sombra de Frankenstein (The ghost of Frakenstein. Erle C. Kenton, 1942).

Rey del glam

Años setenta, una década  que conoció la proyección ininterrumpida en los cines londinenses de una cinta de Jim Sherman, más una religión que una película,  titulada Rocky Horror picture show, adaptada casi literalmente del musical teatral -u ópera rock, como pompósamente se llamaban en la época-. Frankenstein se transforma en Frank'n'Furter, aquel sweet transvestite from Transexual, Transilvania, de medias negras y kilos de rimmel que fabrica a un rubio, musculoso y dotado monstruo.

Nuevas aventuras de la criatura

Contemporánea de Rocky Horror... es una de las sensaciones de taquilla de aquellos tiempos, el homenaje cómico y monocromático que Mel Brooks tributó al Frankenstein original, El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, 1974) es sin duda lo más presentable en la filmografía de este director. En ella está su típica sal gorda y mal gusto; sin embargo la fidelidad casi clónica con que reconstruye escenarios y atmósferas de las películas Universal, el gran trabajo actoral y los divertidísimos gags dejan alto el listón. La verdad es que James Whale habría gozado rodando la vida sexual de la criatura, contando con un lacayo con los ojos de Igor o retratando a los persecutores del monstruo com auténticos nazis. Hay que pensárselo mucho antes de despreciar El jovencito Frankenstein.

Hubo de todo, incluso blaxplotation, en aquella década para Frankenstein. Andy Warhol encargó al director favorito de su Factory, Paul Morrisey, una peculiar versión con mucho gore y erotismo, Carne para Frankenstein (Flesh for Frankenstein, 1974), del mismo modo que revisaba otro mito del terror en Sangre para Drácula (Blood for Dracula. Paul Morrissey, 1974) con resultados igualmente nauseabundos. El escultural Joe D'Alessandro encarnó a una criatura muy escasa de vestuario.

Rock'n'roll Frankenstein
Es cierto que como tema fílmico para la ciencia ficción, la inteligencia artificial y los pluscuamperfectos replicantes dejaron bastante en desuso al bueno de Frankenstein, aunque casi agotado el siglo XX  llegó la original Ffrankenstein desencadencadenado (Frankenstein unbound, 1990), penúltima película en la dirección del prolífico -y nonagenario en unos días- Roger Corman, adaptación de la novela homónima de Brian W. Aldiss en la que se une el mito gótico con el tema de los viajes en el tiempo. No es redonda pero merece la pena por su freascura. Aunque en los noventa o podía faltar una revisión cultista, la pretendida versión definitiva, Mary Shelley's Frankenstein (1994). Vino de la mano de un excesivamente ambicioso Kenneth Branagg, con un Robert De Niro  lleno de costurones como improbable criatura y mucha palabrería vacía. Un pretencioso y monumental aburrimiento.

No hay que olvidar los homenajes y apócrifos, y en este ámbito descuella la admiración de Tim Burton por el mito, plasmada en un temprano corto de animación para Disney, Frankenweenie (1984, ampliado a largometraje en 2012), y en la maravillosa Eduardo Manostijeras  (Edward Scissorhands, 1990). La última ficción estrenada en gran pantalla es la gamberrada Rock'n'roll Frankenstein (Brian O`Hara, 19999), una delirante comedia musical en la que Elvis y la criatura son uno.

Mucho más estimulante fue la revisión que el español Gonzalo Suárez rodó en tierras noruegas. La brillantìsima Remando al viento (1987) recreaba pesadillas compartidas por  los Shelley y Lord Byron en aquel anormal junio de 1816 que hacçian que la criatura se encarnase. Una maravilla con el talento cinematográfico y literario de Suárez saliendo a borbotones que vino a enriquecer un mito venido a menos pero que permanece grabado con letras góticas en la historia del cine.