lunes, 21 de agosto de 2017

Berlín a vista de ángel (30 años sobrevolando Tiergarten)



Se cumplen ahora treinta años desde que el jurado del festival de Cannes otorgara su premio al mejor director a  Wim Wenders por El cielo sobre Berlín. Con justicia este alemán nacido en 1945 es una de las figuras más controvertidas del cine europeo -y no únicamente: también ha rodado en y para los Estados Unidos-: ha sido capaz de lomejor y de lo peor. Aunque desde mi propio punto de vista  uno de los momentos más inspirados de su filmografía es esta historia de ángeles que vacilan entre su espiritualidad y la carnalidad mientras insuflan su aliento protector sobre los hombres y enfrentan la realidad y los cambios de una ciudad en cuyo asfalto, cuyas piedras y cuyos rincones se contiene la historia de Europa. No todos estarán de acuerdo conmigo.

Dos ángeles guardianes, Cassiel y Damiel, tienen asignada la ciudad de Berlin, con el Muro aún en pie dividiéndola en dos. Están allí desde el final de la Segunda Guerra Mundial, sin poder cambiar el curso de los acontecimientos, llenos de compasión e impotencia, intentando insuflar esperanza a los humanos que ven más perdidos, pero no siempre consiguiéndolo. Son invisibles, aunque no para los niños, que aún se hacen preguntas que los adultos han dejado de cuestionar, y algunos adultos sencillos. Son testigos de la torturada historia de la ciudad y espías de las historias y pensamientos cotidianos de sus gentes; hasta que a uno de ellos se le ocurre enamorarse y sacrifica su inmortalidad por una joven trapecista y por el derecho a sentir como los humanos.

El cine debe intentar otra vez serle útil a los hombres, dijo Wim Wenders con ocasión del estreno de Der Himmel Über Berlin (estrenada en español como El Cielo sobre Berlín y también como Las Alas del Deseo), una pelìcula que lleva al extremo su cuestionamiento del lenguaje cinematográfico y de la narración tradicional apuntado en El estado de las cosas (Der stand der dinge, 1982). La presencia de una trapecista como desencadenante del amor y el deseo humano no es una metáfora casual: El Cielo sobre Berlín fue un salto mortal sin red, por el riesgo permanente de que se rompiera el equilibrio entre documento, fábula, reflexión filosófica y observación sensual de la realidad, y por el empleo de un texto volunariamente literario con imágenes al mismo tiempo inverosímiles y metafóricas. La permanente amenaza es caer en la pedantería y la vacuidad, un umbral que Wenders traspsa en algunas de sus obras de los años 90 y 2000. Sin embargo en aquella ocasión se mantuvo el justo equilibrio y El Cielo sobre Berlín se convirtió en un film tan insólito como embriagador.

Uno de los grandes misterios de esta historia creada por Wenders y el poeta y novelista Peter Handke es que sabe ser a la vez profundamente optimista y muy triste.

Vemos al comenzar la película a un ángel -Damiel, interpretado por Bruno Gantz- contemplando la ciudad de Berlín desde la estatua dorada de Niké que corona la Siegessäule o columna de la Victoria de Tiergarten. Sus alas se diluyen para que pueda caminar por las calles berlinesas y escuchar los pensamientos de los mortales. Daniel, inmortal y carente de entidad física, está intrigado por el mundo material y finito, desea lo terrenal, los placeres y los dolores de los humanos.

Damiel busca ser un ángel caído y encuentra a una mujer que ilumina su búsqueda, una trapecista de circo que maniobra vestida de ángel. En ella las alas son ficticias, un disfraz. El ángel se convertirá en humano para ser un extranjero junto a ella. La trapecista, una apátrida solitaria, ama Berlín porque en esta ciudad se siente siempre desterrada, pero todo le es familiar aquí, incluso cuando el circo cierra y ella queda de nuevo sin rumbo.

Paralelamente en la Biblioteca de Berlín la efigie de ojos vacíos de Homero, símbolo universal del cronista y que, en su inocencia, puede ver a los ángeles que la pueblan, intenta en vano dar forma a una epopeya de la paz, convertirla en el presente asumiendo las heridas del pasado. El propio Muro representa el pasado. Reflexiona sobre el Ángel de la Historia representado en un cuadro de Paul Klee: está condenado a contemplar eternamente los horrores y la destrucción del pasado como una única e interminable catástrofe, lo que le impide volver la mirada al futuro. Abandonado entre las ruinas de una ciudad rota por el Muro, busca inútilmente la plaza de Postdam, los cafés  y todos los lugares destruidos por la guerra.


El ángel encontrará un inesperado aliado en el actor nortemericano Peter Falk -enormemente popular por supersonaje del dsastrado detective Colombo en una serie de televisión de los años setenta-. Falk se interpreta a símismo como la estrella de una película sobre los últimos días del nazismo que se rueda en un antiguo búnker berlinés; pero el actor acabará revelando a Damiel su condición de antiguo ángel que, como muchos otros, decidió ser humano, lo que confirma al protagonista que no ha tomado un camino equivocado y su sueño de carnalidad es posible. Falk animará al ángel a buscar el encuentro con la trapecista, para la redención de ambos, y a descubrir por sí mismo qué le aguarda en su nueva vida mortal.

Lo irrepetible condena al infierno la imitación. El Cielo sobre Berlín se convirtió en manos de Hollywood en City of angels (Brad Silberling, 1998). El remake, protagonizado por Nicolas Cage, es un absoluto despropósito. Descargado de toda sustancia, los guionistas convierten el asunto de los ángeles quedesean ser humanos en una absurda comedia romántica a la medida de la reina del género, Meg Ryan, y donde en el original había reflexión ponen bobería new-age. Lo malo es que no es mucho mejor el regreso de Wim Wenders al tema, los personajes y los lugares de El Cielo sobre Berlín cinco años después para volver a reflexionar sobre Europa a la luz de la nueva coyuntura tras la reunificación alemana. Con un título que parece sacado de Barrio Sesamo, la secuela ¡Tan lejos, tan cerca! (In weiter ferne, so nah!, 1993) contiene todos los vicios que caben en la obra del cineasta alemán, y caben bastantes. Aunque en 1987 Wenders no podía imaginar qué poco durarían el Muro y la partición de la ciudad, El Cielo sobre Berlín, una obra completa en sí misma, terminaba con un Continuara..,  y la historia de Cassiel, el otro ángel guardián, no había sido contada. No nos perdíamos nada: un autohomenaje lleno de pedantería que no redimen las breves apariciones de algunos grandes nombres del cine e incluso celebridades como Lou Reed y Mijail Gorbachov. El mensaje buenrollista de este último sobre la paz mundial me recordó desagradablemente a otra infausta secuela de obra maestra: 2010, Odisea dos (2010: The year we make contact. Peter Hyams, 1984).
La Postdamerplatz, entonces y ahora

Los malos remakes y secuelas no malograron ni ocultaron lo evidente: En 1987 Wim Wenders describió como nadie la ciudad que reúne todas las cicatrices de la historia europea, poco antes de que esa misma ciudad volviera a nacer con el derribo del muro y la reunificación. Con la perspectiva d unos pocos años después El Cielo  sobre Berlín cobró una dimensión enteramente diferente, como si aquel Ángel de la Historia hubiera mirado por primera vez al futuro. Pero es la mirada llena de comprensión y ternura hacia los individuos de Wenders y Handke -esos ángeles que escuchan atentos los pensamientos, sufrimientos y quejas de los transeuntes, esa desterrada que quiere ver rostros- lo que evita que los acontecimientos históricos, por trascendentes que sean, entierren la vigencia de la fábula. A ratos manejan conceptos peligrosamente elevados para que en una obra cinematográfica se puedan desplegar sin la máscara de la metáfora y aun así salen airosos de lo que podría haber sido un monumental ridículo -para algunos críticos lo es-. Hay, naturalmente, espacio para la alegoría: toda una idea de Europa y su historia reciente, pero también hay lírica, metafísica, incluso teología,al desnudo, sin avergonzarse de buscar la trascendencia. Todo ello, sumado a la elegantísima puesta en escena, a la hermosa fotografía-en blanco y negro y en color, según andemos entre ángeles o mortales-, dotando de atemporalidad a una fábula muy de su tiempo, y sumado a la fascinación que producen todas sus imá genes, da como resultado una de las películas más conmovedoras y necesarias del moderno cine europeo.


El Cielo sobre Berlín
título original: Der Himmel Über Berlin
República Federal Alemama-Francia, 1987
Producción: Wim Wenders y Anatole Dauman
Dirección: Wim Wenders
Guión: Wim Wenders y Peter Handke
Fotografía (B/N y Color): Henri Alekan
Dirección artística: Heidi Ludi
Música: Jürgen Knieper
Intérpretes: Bruno Gantz, Otto Sander, Peter Falk, Solveig Dommartin
,  Curt Bois y Teresa Harder










domingo, 13 de agosto de 2017

El periodismo que nos merecemos

Cuando comienzo a redactar esto -10 de agosto-, ignoro cómo habrá acabado, si es que acaba cuando ustedes lean publicada esta personalísima visión, el caso de la granadina Juana Rivas, la madre que a finales de julio se escondió de la Justicia junto a sus dos hijos para no tener que cumplir la orden de entregar a los críos a su padre maltratador, que exige su vuelta a Italia, donde vive. Pero si para referirme en la ola de sensacionalismo interesado y teledirigido que está azotando hoy al periodismo español, comienzo por un tema de tan incierto desarrollo próximo, es por la estupefacción que me produjo la entrevista en directo en el programa Más Vale Tarde de la cadena de televisión La Sexta que realizó el presentador accidental del espacio Hilario Pino a Francisca Garrido, asesora del Centro de la Mujer de Maracena. ¿He dicho entrevista? ¡Aquello fue un interrogatorio de la policía franquista en toda regla!. Sin embargo el tono y los métodos de inquisidor general de Castilla empleados por el periodista no lograron que la inteligente abogada rompiera su secreto profesional e hiciera revelaciones, ni siquiera involuntariamente, sobre el paradero de su cliente, y silenciaba con impaciencia a Granados cuando ésta denunciaba las irregularidades cometidas por la Audiencia de Granada y por un juez de instrucción profundamente ignorante en materia de violencia de género. Ha sido ésta presión, en algún caso un linchamiento orquestado por el supremacismo machista de la Asociación por la Custodia Compartida y sus hooligans, una práctica común de muchos medios, con la honrosa excepción del digital de ABC, que además de publicar una intensa y valiente entrevista con Juana en su encierro, ha denunciado burdas campañas difamatorias contra esta mujer. Claro que no es a este único tema al que quería referirme para hablar de la actual deriva sensacionalista de los medios de comunicación españoles, que abochornaría a los responsables de The Sun, Bild y al mismísimo William Randolph Hearst.

Lo que he contado no ocurría en Libertad Digital, 13 TV o en una soflama de García Serrano o Jiménez Losantos; era un periodista con fama de íntegro y una televisión. La Sexta,  que mira por encima del hombro los excesos y la manipulación en los demás - pero que calla cuando el siniestro dueño de A3 Media Mauricio Casals, se ve salpicado por escándalos de corrupción-, lo que muestra que en todas partes se cuecen las habas del amarillismo.

Dicen que los medios mainstream se caracterizan por dar al público lo que el público quiere. Será entonces que el respetable no aparta sus indignados ojos de la pantalla cuando le ofrecen quejas de pasajeros por soportar colas más largas que las habituales para viajar a sus destinos vacacionales pero se aburre y cambia de canal si le explican las condiciones laborales que han llevado a la huelga a los vigilantes de Eulen en El Prat y no se interesa por saber cómo una empresa semipública -AENA- externaliza funciones y servicios entregándolos a la oferta más barata, sean cuales sean las consecuencias. Logran que los espectadores jaleen al gobierno por reventar una huelga poniendo a trabajar a la Guardia Civil, cuerpo al que, junto a los especialistas de la propia AENA, la Ley encomienda la seguridad de los aeropuertos. Estos medios se abstienen de vincular el incumplimiento de la norma a privatizaciones y recortes, y el público no les pide que lo hagan. Será  que tenemos el periodismo que nos merecemos.


Hablae del tiempo puede ser mucho más que una charla de ascensor, sobre todo si se sufre una ola de calor y otra de incendios causados por el cambio climático. Claro que en torno al calentamiento global hay muco negacionismo, como sigue habiendo alguno sobre el Holocausto judío, la llegada del hombre a la luna y hasta la muerte de Elvis. Ahora hay negacionistas de la insostenible masificación turística; son quienes han inventado la falacia de la turismofobia. Como el apocalipsis da audiencia y atrae publicidad, la mayoría de los medios les darán la impresión de que se ha desatado el caos y la caza del turista: atacan autobuses turísticos en Barcelona, se extiende como una mancha de aceite por toda España la persecución de los radicales a nuestra primera fuente de ingresos: el caos vende y por eso se amplifican las simplezas de políticos bocachanclas que se autoproclaman la alternativa a ese caos. Los de siempre, con la excusa de dar una supuesta visión rigurosa alimentan la burbuja informativa. En mi búsqueda, es curiosamente en el grupo de comunicación amarillista donde los haya, Mediaset,
 encuentro una aclaración bien informada -aunque no libre del virus del sensacionalismo- de que lo que desata el santo cabreo del vecindario no es un problema del turismo de los pobres -el llamado low cost-: la milla de oro de Marbella y Puerto Banús es escenario de la borrachera y el despiporre de cinco estrellas y Testarossa. Las miradas más atinadas, las que dejan claro que hay un problema de ambición y enriquecimiento sin freno, no d fobias inventadas por los medios, hay que buscarlas en la prensa digital más seria.

¿Recuerdan la gripe A de 2010?: aquella mortal pandemia que amenazaba con ser la peste negra del siglo XXI y diezmar la población mundial. Un sensacionalismo perfectamente encauzado a sembrar el pánico en laopinión pública llevó a que en plena recesión económica el gobierno español destinara una cantidad escandalosa de dinero a comprar trece millones devacunas desarrolladas a toda prisa por una industria farmacéutica que se puso las botas; casi la mitad fueron destruidas y la pandemia pasó de largo como un leve catarro. El ridículo y el despilfarro apenas fueron aireados; los laboratorios invierten mucho en publicidad.

En materia sanitaria el negocio del miedo se llama ahora Fipronil. La contaminación de huevos con un pesticida es tema de apertura de informativos: no abundan las noticias en agosto y vende mucho hacernos creer que en el momento menos pensado podemos caer fulminados por culpa de una palmera de crema o una tortilla a la francesa.

Este sensacionalismo que loinvade todo no es patrimonio de unos cuantos frikis de lo que gusta autodenominarse derecha alternativa -OK Diario, La Gaceta. Promecal, COPE, ciertos directivos y editores de El Mundo, a veces La Razón. Igual que los periódicos y las televisiones españolas seguían el caso José Bretón como los mexicanos una telenovela, hoy Espejo Público, El Programa de Ana Rosa, Más Vale Tarde, La Sexta Noche, Mad In Spain, Los Desayunos de TVE o La Noche en 24 Horas alimentan sus escaletas y sus tertulia con estos asuntos-basura de moda; y si se quedan con hambre siempre estarán Trump y Venezuela. El periodismo sensacionalista está aquí para quedarse. Y sin el simpático descaro de El Caso.


sábado, 5 de agosto de 2017

Economía "colaborativa": capitalismo corrupio

Protesta vecinal contra la invasión de pisos turísticos en la Barceloneta
Quedaron atrás las hecatombes hipotecaria y financiera que hace casi una década dieron lugar a una gran recesión económica y una crisis social sin precedentes en el llamado mundo desarrollado en lo que llevamos de siglo XXI y en la segunda mitad del XX. La propia recesión, en términos macroeconómicos, parece algo ya superado; aunque la crisis social se mantiene e incluso se ha recrudecido con más desigualdad, empobrecimiento, desprotección social, pérdida de derechos laborales y una extrema precarización del trabajo. A estas consideraciones se nos había olvidado sumar otra novedad cuyas consecuencias serán -están siendo ya- trascendentales para nuestra forma de vida: la revolución tecnológica y robótica que, aparte de poner en peligro puestos de trabajo de humanos no especializados -esto era inevitable y no es una tragedia, no volvamos al ludismo de la primera revolución industrial-, da lugar a plataformas y aplicaciones informáticas que no producen, sólo intermedian,  supuestamente entre particulares que no siempre son simples particulares, también hay fondos de inversión camuflados.

A los nuevos dueños del mundo -Google, Apple, Facebook y Amazon- que en la revolución tecnológica made in Silicon Valley sustituyeron a otros gigantes empresariales más anticuados, se suman los robots y las aplicaciones manejadas desde un teléfono móvil o una tableta, que han permitido que aparezcan y crezcan sin control marcas como Uber, Cabify, BlaBlacar, AirbnbWallapop o Deliveroo. La mayor parte de estas plataformas de intermediación o empresas estériles atrae clientes, sobre todo jóvenes, por los presuntos mejores precios y una despistadísima ilusión de rebeldía contra los negocios de siempre. Además Deliveroo y las similares Glovo y JustEat responden a un proceso de asocialización y homogeinización de las clases medias-bajas que quieren consumir pero lo quieren todo ahora,  hecho y sin salir de casa, renunciando a placeres como ir de compras o salir a comer que no saben valorar y hasta les resultan incómodos. Hablo de lo que de una forma deliveradamente imprecisa llaman economía colaborativa. Cuando comprobamos que el capitalismo especulativo de la década de 2000 genera crísis y ruina y que el capitalismo salvaje de la década de la austeridad trae pobreza y desigualdad, esta economía colaborativa que nos venden como un capitalismo cool necesita un epíteto que llegue más lejos expresando lo indomito y fuera de control: para adjetivar esta clase de capitalismo aún más feroz he pensado en corrupio, un adjetivo que no existe fuera de la expresión fiera corrupia pero que les dará una idea de por donde voy.

Las empresas de economía colaborativa entran a competir en sus respectivos sectores de actividad -transporte, logística, compraventa- autoproclamándose lo nuevo frente a los monopolios y oligopolios de viejos dinosaurios y al neoproteccionismo, aunque secretamente trabajen por convertirse en nuevos oligopolios. Hablan de compartir servicios, pero bajo ningún concepto compartirán los jugosos beneficios en juego, de los que no hablan, salvo para prometerles el oro y el moro a quienes vendan sus trastos viejos en Wallapop o alquilen su apartamento a través de Airbnb. ¿Por qué me recuerda esto tanto a las estafas piramidales?

Todos los casos no son idénticos. Ni en España ni -supongo- en otros países  hay norma alguna que prohiba a unos particulares compartir los gastos de un viaje en vehículos particulares; hacerlo, sea a través de Blablacar o de cualquier otra forma de contacto, no es competencia desleal a las empresas que transportan viajeros, siempre que el propietario del automóvil cuente con los seguros obligatorios y no supere las tarifas máximas recomendadas por la plataforma o red social, es decir, no pretenda hacer negocio; así lo ha dictaminado la justicia española. En esto, nada que objetar.

Protesta de taxistas contra la competencia de Uber
¿Quién tiene razón, si es que alguien la tiene al cien por cien, en el duro conflicto que se está dando entre el sector del taxi y las plataformas de transporte urbano Uber y Cabify, que en España ha dado lugar a manifestaciones y huelgas del sector tradicional e incluso actos de violencia? Por un lado el taxi ha sido siempre un sector refractario a los cambios donde además de especular con las licencias se producen abusos laborales con los asalariados, y por otro, si las plataformas han llegado para quedarse, ¿por qué las administraciones no hacen cumplir las proporciones de VTC y reglas de competencia que ellas mismas dictan?

Otra historia es lo que está ocurriendo con Airbnb, y merece especial atención en un país como éste en el que el 11% del PIB vive del turismo. Su estrategia de entrar sin llamar ha sido similar a la de otras plataformas colaborativas, pero esta firma se mueve en un sector muy susceptible, sobre el que unos -determinadas administraciones, partidos, asociaciones empresariales y periodistas-  son partidarios de abrir todas las puertas para, dicen, no matar a la gallina de los huevos de oro, pero la población en general, los barrios y las ciudades son quienes sufren las consecuencias de la masificación de visitantes y del turismo low cost, el de borracheras o el de cruceros de visto-y-no-visto en forma de molestias, perdida de identidad local y calidad de vida, precios prohibitivos y falta de acceso a la vivienda. En muchos casos ni siquiera son particulares para ayudarse a vivir en condiciones, sino negociantes, empresas y fondos buitre quienes sacan partido a sus propiedades con la mediación de Airbnb, que llega a permitir situaciones de ilegalidad. No me busquen apoyando o justificando a unos frikis que con la callada complicidad de la Generalitat enarbolan una bandera de turismofobia con pintadas, vandalismo y agresiones contra los turistas y quienes los traen, y que además no dan una los muy torpes -se les ve dañando inofensivos hoteles, autobuses y bicicletas, no apartamentos turísticos ilegales, segways y palos selfies-, pero tengo claro que hay que poner límites a la masificación, el urbanismo destructivo y el laissez faire ultraliberal.

Se habla ya de la uberización de la economía y con ella de la sociedad al referirse a una nueva ola de desregularización y mercantilización de bienes privados, un hipercapitalismo más competitivo que nunca al margen del mercado y el Estado.

Aquel día los repartidores de Deliveroo en Madrid no repartieron
El modelo capitalista imperante no está en condiciones de defendernos de que la robotización y la uberización del trabajo nos deje con menos empleo y de menos calidad. De hecho el fenómeno conlleva rebajas de calidad de vida, sustituye trabajo asalariado por trabajo autónomo -o falsamente autónomo como el de los repartidores de Deliveroo-, un mundo laboral en el que, para competir -fíjense en que no se habla de producir- hay que trabajar sin pausas, en cualquier momento del día o de la noche: el sueño más húmedo del capitalismo hecho realidad. Aún así los promotores y máximos beneficiarios de esta cuarta revolución industrial se ufanan de que apuestan por las energías renovables y sin carbono, sacan todo el partido a Internet como principal medio de comunicación social, descentralizan y desjerarquizan la economía y reconstruyen las relaciones humanas y los vínculos sociales... si ellos lo dicen. Pero quien crea la aplicación puede hacerlo desde cualquier sitio, a cualquier hora y durante las horas que sea preciso sin descansar, estar asegurado ni cotizar, quien la explota no tiene que afrontar cargas sociales. El conductor de Blablacar no tiene sus horas de manejo controladas en un tacógrafo como sí las tiene un conductor profesional; el repartidor de Deliveroo ha de estar todo el tiempo disponible y conectado; un piso de Airbnb no ha de cumplir normas de accesibilidad.

No me busquen en ese nuevo mercado; no uso aplicaciones de móvil, le pago mi compra a un cajero humano y no paso por una caja automática, voy a gasolineras donde un empleado me llene el depósito, no uso la máquina de check-in automático en un aeropuerto, le pido el café al camarero de un bar, no a un aparato electrónico.