miércoles, 17 de junio de 2009

Cines del Sur. Sección oficial. Críticas en Granada Hoy


El viaje a ninguna parte

La otra orilla
(Gagma napiri)
Georgia / Kazajstán 2009. 35 mm. Color. 90’

Dir: George Ovashvili

Guión: Nugzar Shataidze

Int: Tedo Bekhauri, Galoba Gambaria, Nika Alajajev



Película con niño sobre las víctimas de la guerra es fórmula infalible para enternecer a los jurados de los festivales. Pero que nadie busque eso en La otra orilla. Tremenda, humanista y emocionante, pero en absoluto sentimental o compasiva, es esta gran película de génesis casi milagrosa. Si es un milagro rodar en Georgia y en la independentista Ajbasia, más lo es para un director principiante haber logrado implicar a profesionales de doce países en una producción transnacional.

Esa renuncia a la sentimentalidad a favor de un desesperanzado
naturalismo llega al corazón del espectador sin condicionarlo ni hacer trampa alguna. Logra que veamos el mundo –un mundo hostil y peligroso- con la estupefacción estrábica de Tedo, el tercer gran milagro de esta película. Tedo es un niño refugiado de la guerra independentista de Ajbasja que sobrevive en Tblisi en una primera parte de la película algo más convencional, un retrato de grupo de la común desesperanza de unos niños de la calle o unos niños de la guerra. Cuando Tedo, con toda su fragilidad a cuestas se aventura en un viaje en busca de su padre en Ajbasia La otra orilla se transforma en una poderosa road movie con algo de picaresca y mucho de verdadero terror.

La mirada de Ovashvili, tan combativa como honesta, llena de vida
paisajes y personajes, conmueve sin enternecer, se sabe parte del conflicto pero no intenta explicarlo porque le interesa más mostrarnos cómo se vive en una y otra orilla. Tedo, el actor, compone un personaje complejísimo: Tedo, el niño georgiano de 12 años, que controla sus sentimientos, incluido –cuando puede- el que marcará toda su peripecia, el miedo. Tedo es valiente, tanto como la toma de partido que hace el director George Ovashvili, y es terco. Sabe que el mundo no es un lugar agradable pero no lo imaginaba tan terrorífico.

La mirada bizca de Tedo le enseña que no hay un lugar feliz ni seguro
en el mundo, poblado por ogros para los que él no es más que una frágil marioneta a la que golpear y despreciar; sólo cabe intuir algo parecido a la belleza en las fantasías, o alucinaciones sobre la selva que le contaba su amigo, el golfillo que esnifa pegamento y qué él mismo ve al cerrar los ojos con fuerza. El resto es dolor, resentimiento y miedo.

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