lunes, 24 de mayo de 2010

Zeitgeist


En el día de hoy, desmotivados y derrotados los últimos bastiones de resistencia socialdemócrata, los mercados han obtenido sus últimos objetivos. El Estado, tal y como lo conocíamos, queda abolido”. Así, como un parte del general Franco, podría comenzar el mañana. ¿Ciencia ficción? ¡Y un cuerno! Está pasando ante nuestras narices. Profetizar ese futuro es fácil interpretando el presente: Primero nos convencen de que nada hay más urgente que reducir el déficit y para ello solo hay una fórmula: Ajustes salariales, deflación, empobrecimiento, adelgazamiento de lo público y renuncia al crecimiento –y para compensar, el insulso caramelo de los impuestos para rentas altas- y así más pronto que tarde volverá la prosperidad. Nos ocultan que esa receta lleva tres décadas, toda la era neoliberal, fracasando... o tal vez no... ¿y si el verdadero objetivo no es salir de la crisis?



No funcionará una receta centrada en combatir el déficit público porque el problema es la deuda privada: Las familias y las empresas endeudándose por encima de sus posibilidades –y hoy afrontando sin ayudas embargos y cierres- y los inversores y la banca sacando tajada de la locura especulativa a sabiendas de que siempre habría instituciones dispuestas a salvarles. Hay sector privado y Sector Privado; y el público se subordina al que lleva mayúsculas. Lo que ocurre es que a los doctores que firman estas recetas lo público les sobra y, una vez exprimido, lo están desacreditando hasta tales extremos que peligra el propio sistema democrático. Su perverso mensaje convence: Gran parte de la población apoya el recorte salarial de los funcionarios; la derecha pide cortar el grifo a partidos y sindicatos, que salen tan caros. ¿Y si, ya puestos, los eliminamos? La solvencia de una nación la debería determinar el concepto que de ella tengan sus ciudadanos, no la calificación que le den los mercados, y está ocurriendo lo contrario: es el sector financiero el que evalúa la fiabilidad de los estados. El zeitgeist, el espíritu de este tiempo, dicta que quienes no se presentan a elecciones deciden por nosotros y han decidido perjudicarnos.

Es por tanto la propia democracia, y con ella los derechos civiles y económicos, la que está en peligro y es blanco de los ataques. No se trata de paranoia conspirativa. Esa élite que se autodenomina “el mercado” no es ninguna secta salida del último best-seller templario: Son agentes financieros, empresarios de la sanidad, de la educación, la industria farmacéutica, la energía o las pensiones privadas. Sus intereses son diáfanos, el sector público es una competencia con la que hay que acabar. Y cuando lo logren, ¿qué podemos esperar de un gobierno global de las corporaciones? Piensen en el tirano más siniestro que se les ocurra y se habrán quedado cortos.



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