lunes, 10 de mayo de 2010

María Antonieta


El restaurado Salón de los Espejos del Palacio de San Telmo es una réplica a menor escala de la Gran Galería de Versalles. Tienta imaginar a Jose Antonio Griñán perdido por sus pasillos como María Antonieta, a quien el rígido protocolo versallesco le resultaba incómodo pero no por ello renunciaba a sus fastos. Es probable que, tras el alboroto que se ha montado al conocerse que el coste de la restauración del palacio de los Duques de Montpensier se acerca a los cincuenta millones, Griñán acabe refugiándose en su Hameau particular y nunca ocupe el loft de trescientos metros que fue diseñado como vivienda del presidente de la Junta dentro de San Telmo, aunque ahora todos lo nieguen.


Nota: El vídeo, publicado por Libertad Digital TV y locutado por un parlamentario del PP, es bastante tendencioso, pero sirve para hacerse una idea de cómo se las han gastado en la rehabilitación de San Telmo.

Sea o no residencia de presidentes -algo que uno tiende asociar más con los tiempos del emperador Chaves que con el sobrio Griñán-,
no se nos puede ventilar con acusaciones de demagogia e incultura si nos escandalizamos de que en una Andalucía en ruinas, imparable en su declive de paro y pobreza, se siga confundiendo grandiosidad con progreso. No lo llamen demagogia, sencillamente es incompatible el mármol de Carrara con las aulas en barracones; las lámparas de diseño a ocho mil euros la pieza con las listas de espera maquilladas y la falta de camas en los hospitales; el garaje para cincuenta coches oficiales con las colas que cada tarde se forman ante los contenedores de basura de los supermercados. Demagogia e ignorancia es pretender que la dignidad de las instituciones la marca la suntuosidad que gasten.



Ni Chaves ni Griñán han podido, pero yo sí pasé un año viviendo en el Palacio de San Telmo, cuando albergaba un colegio mayor explotado por la Archidiócesis sevillana. En el torreón que mira a la Puerta de Jerez celebré mi mayoría de edad invitando a litronas -nuestro botellón de entonces- y gambas a mis amigos. Conocí la ruina y el abandono en el que los curas mantenían el inmueble. Liábamos aquellos cigarrillos en los cenadores donde Alfonso XII cortejaba a su prima María de las Mercedes de Orleans. Remedábamos torpes valses en el Salón de los Espejos. Dormíamos en las celdas que los curas construyeron para residentes y seminaristas destrozando alas completas del palacio. Todo era vulnerable al expolio, te podías llevar un Zurbarán enrollado bajo el brazo. Por eso la recuperación de una joya del Barroco andaluz es una buena noticia para nuestro patrimonio, pero no lo es su enorme coste, ni la supeditación de la rehabilitación al disfrute de una élite política, que antes se saca una muela que recortar un alto cargo, un sueldo o un viaje oficial; todo porque el sueño imperial del socialismo andaluz necesita de la ostentación de su grandeur. Pero el boato se paga. En el Salón de los Espejos podría bailar Griñán su último vals ...y no debería olvidar cómo acabó María Antonieta.

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