Cabildeo
Según el organismo independiente Public Campaign 400 legisladores estadounidenses han recibido en los últimos cinco años cerca de once millones de dólares de mecenas partidarios del embargo económico a la isla de Cuba. El bloqueo es, por tanto, una decisión económica y no ideológica. El último candidato republicano a la presidencia, John McCain, fue uno de los beneficiados. Sólo en Bruselas quince mil personas trabajan para grupos de presión empresariales o ideológicos con el objetivo de orientar el voto de los europarlamentarios en asuntos que afectan a los intereses a los que dichos lobbies representan. En sólo un año 2.100 grupos de interés se han inscrito en un registro abierto por la Comisión Europea en nombre de la transparencia. El registro es voluntario, luego, un pálido reflejo del entramado.
En cuanto un gobierno anuncia que quiere regular un sector, se ponen en marcha los grupos de presión de dicho sector. Pocos ciudadanos que no estén en política –y que siguen llamando democracia al sistema que les gobierna- conocen esta realidad porque, aunque desde los lobbies se hable siempre de transparencia, sus actividades no tienen regulación ni publicidad, son socialmente invisibles y todo lo que les rodea despide olor a corrupción.
En Estados Unidos la compraventa de voluntades se entremezcla públicamente con la política. Los medios informan con naturalidad de quién se reúne con quién y para qué. Aquí aprendemos rápido a asumir como normal lo que en español atinadamente se llama cabildeo. Leo en diarios económicos quejas porque España emplea poco el cabildeo en sus negociaciones con otros socios comunitarios. Penalmente sólo están tipificadas conductas extremas como las amenazas, los sobornos o el tráfico de influencias. Pero hay un inmenso territorio sin delimitar en el que todo vale, un espacio en que la democracia representativa se diluye en democracia corporativa, controlada por personas a quienes nadie elige y cuyo programa de gobierno es totalmente opaco.
Según escribe Joaquín Vidal “Los lobbies españoles no son sino la actualización de una forma caciquil de poder que consistía en tener contactos y hacer pasillos, algo tan ibérico”. El cabildeo se enquista allí donde una regulación puede dar pie a un suculento negocio. Por algo nuestro diccionario tenía preparada una alternativa al barbarismo. Lo desolador es que estas prácticas que podrían parecer ligadas a los programas ultraliberales y al capitalismo sin doma, se consideran ahora correctas y útiles por sectores progresistas, y así aparecen lobbies gays, feministas o ecologistas del mismo modo que Hazte Oír o el Foro de la Familia son poderosos lobbies ligados a la extrema derecha y la Iglesia Católica o que el más antiguo e influyente de los lobbies es el Opus Dei. Algunos siguen llamándolo democracia.
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