domingo, 8 de noviembre de 2009

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2.183 días

No comparto del todo ese aserto de que al desaparecer un periódico perdemos parcelas de libertad de expresión. La palabra encuentra siempre rincones donde florecer; como la energía, se transforma para seguir viva. No se mide la libertad en número de periódicos, emisoras o cadenas. Podría haber mil cabeceras que dijeran lo mismo y sirvieran a los mismos, y no seríamos libres. A la gente puedes arrebatarle su megáfono pero quien tiene algo que decir hallará la forma de hacerse oír. Tal vez sin ataduras laborales seas más libre que cuando, en la rutina diaria, las presiones ideológicas, los intereses empresariales, la autocensura y la prudencia trazan unos claros límites y dan lugar a un producto que gusta de proclamarse libre, independiente y riguroso mientras quienes lo fabricamos no sentimos lo mismo.

Trabajas para un periódico, eso dices, pero por pudor callas que trabajas para una jerarquía, un grupo empresarial, unos anunciantes, un mercado, unos grupos políticos e ideológicos, unos consensos sociales… Respondes a tantos jefes que te asfixia y te paraliza el temor a ser prescindible para cualquiera de ellos. Es probable que te paguen mal, que nunca sepas cuándo acaba tu jornada y tu puesto siempre esté en el aire. O puede que disfrutes de un puesto fijo, pero bastará con echar el cerrojo y mañana se habrá esfumado. Y siempre habrá una crisis a la que quienes jamás padecen las crisis se agarrarán para tratarte como lastre.




Nadie que se pretenda humano se alegrará de contar con un competidor menos, aunque habrá corruptos contentos de que sean menos quienes denuncien sus tropelías. Nadie que se proclame decente, especialmente si trabaja para este negocio llamado periodismo, puede sentirse hoy lejano o ajeno a cuarenta y cinco personas, a sus familias, a quienes de la noche a la mañana el futuro se les ha desdibujado. Yo echaré en falta las caras, las conversaciones, se me hará corto el repaso a los titulares de cada mañana en la radio, no me sentiré menos libre, sino más sólo en un mar frío y plagado de tiburones.




No, esto no va de libertad de expresión. Va de clases y no de castas, de enterarnos de que somos unos asalariados más, ni profesionales liberales ni depositarios de valores que duran lo que se tarda en decir “estás despedido”. Va de subsistir, de sacar adelante una familia, de aspirar a una cierta calidad de vida, de que vivir en el filo no sea el pago por haber ofrecido un puñado de noticias, unos ratos de entretenimiento, unas opiniones, un producto hecho con honradez y dignidad durante 2.183 días. De lo que escribo es de un sistema productivo que mide todo ese trabajo honrado en términos de beneficio, riesgo y valor añadido. Defender la libertad de expresión es hacer saltar por los aires ese sistema... y contarlo en el periódico de mañana.

La foto es de Miguel Ángel Molina para EFE


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