Enajenación
En Valencia se precisan psiquiatras. Cuentan que su presidente no está bien, que anda acusando a la oposición de querer darle el paseo nocturno. La mirada piadosa de Francisco Camps ya no apunta hacia donde habitan los ángeles, su sonrisa bobalicona de talla de San Antonio se volvió rictus, ese que comparte con Rodríguez Zapatero y que expresa en mitad de la tempestad que aquí no pasa nada. Cuentan que la tensión le pasa factura, que sufre crisis de ansiedad, que se refugia en su familia y en su director espiritual.
La mente humana, ni siquiera la de los místicos como Camps, no está preparada para tanta contradicción. Cada domingo ante la Virgen de los Desamparados el president se queda sin respuestas, nunca antes se había planteado que su fe chocara con la rapacería, tantos años creyendo observar los mandamientos para darse cuenta de que se ha estado pasando por el forro del traje el séptimo, el octavo y el décimo. Pero tampoco hallo raciocinio en la fidelidad ciega de los valencianos hacia alguien como Camps; yo desconfiaría siempre de su beatería, llevo muy mal esa empalagosa cursilería o ese amaneramiento blando de curita que me hacía evitar toda cercanía física al profesor de religión, no me fío de un heterosexual casado defensor de la familia tradicional con tantísima pluma. Por eso dudo si la de Camps, de existir, no será una locura contagiosa.
No parecía Camps un orate, sino un canalla, cuando se lanzaba a destrozar la reputación del sastre José Tomás, no era un majadero sino un cacique cuando ordenaba destruir los repetidores de TV3 en territorio valenciano. Si fue locura y no chulería el intento de impartir ciudadanía en ingles, docenas de políticos, maestros y pedagogos le siguieron la corriente ¿Cómo están de la cabeza los diputados del PP valenciano que aplaudieron a rabiar la intervención en que su jefe se veía asesinado en una cuneta? Si locura es perder el contacto con la realidad ¿qué ocurre en una Comunidad cuyo inexistente idioma oficial, el valenciano, es una invención política, pero tiene académicos de la lengua? ¿Fue tronado Mariano Rajoy a la plaza de toros de Valencia para celebrar con Camps la sentencia del juez que era más que amigo mientras todos sabíamos que no cegaba ni mucho menos la ciénaga de Gürtel?
Tal vez como a la pobre Ingrid Bergman de Luz que agoniza haya quienes estén llevando a la locura a la gente. No cuesta reconocer al malvado Charles Boyer en ese magma mediático de la ultraderecha -Intereconomía, La Razón, Es Radio, Periodista Digital, La Gaceta, El Mundo...- que arrastra a miles de incondicionales a un delirio en el que ven conspiraciones y repiten hipnotizados las consignas. Habría que preguntarse por la cordura de un electorado –dicen que de los dos millones no baja- que vota a una Comunidad endeudada y ruinosa, a las regatas y la Fórmula Uno, a líderes sacados de El Padrino –Fabra- o de Ocean’s 11 –Costa-, a los regalos y los amiguitos del alma, a la devastación de la Sanidad y la Educación públicas.
La mente humana, ni siquiera la de los místicos como Camps, no está preparada para tanta contradicción. Cada domingo ante la Virgen de los Desamparados el president se queda sin respuestas, nunca antes se había planteado que su fe chocara con la rapacería, tantos años creyendo observar los mandamientos para darse cuenta de que se ha estado pasando por el forro del traje el séptimo, el octavo y el décimo. Pero tampoco hallo raciocinio en la fidelidad ciega de los valencianos hacia alguien como Camps; yo desconfiaría siempre de su beatería, llevo muy mal esa empalagosa cursilería o ese amaneramiento blando de curita que me hacía evitar toda cercanía física al profesor de religión, no me fío de un heterosexual casado defensor de la familia tradicional con tantísima pluma. Por eso dudo si la de Camps, de existir, no será una locura contagiosa.
No parecía Camps un orate, sino un canalla, cuando se lanzaba a destrozar la reputación del sastre José Tomás, no era un majadero sino un cacique cuando ordenaba destruir los repetidores de TV3 en territorio valenciano. Si fue locura y no chulería el intento de impartir ciudadanía en ingles, docenas de políticos, maestros y pedagogos le siguieron la corriente ¿Cómo están de la cabeza los diputados del PP valenciano que aplaudieron a rabiar la intervención en que su jefe se veía asesinado en una cuneta? Si locura es perder el contacto con la realidad ¿qué ocurre en una Comunidad cuyo inexistente idioma oficial, el valenciano, es una invención política, pero tiene académicos de la lengua? ¿Fue tronado Mariano Rajoy a la plaza de toros de Valencia para celebrar con Camps la sentencia del juez que era más que amigo mientras todos sabíamos que no cegaba ni mucho menos la ciénaga de Gürtel?
Tal vez como a la pobre Ingrid Bergman de Luz que agoniza haya quienes estén llevando a la locura a la gente. No cuesta reconocer al malvado Charles Boyer en ese magma mediático de la ultraderecha -Intereconomía, La Razón, Es Radio, Periodista Digital, La Gaceta, El Mundo...- que arrastra a miles de incondicionales a un delirio en el que ven conspiraciones y repiten hipnotizados las consignas. Habría que preguntarse por la cordura de un electorado –dicen que de los dos millones no baja- que vota a una Comunidad endeudada y ruinosa, a las regatas y la Fórmula Uno, a líderes sacados de El Padrino –Fabra- o de Ocean’s 11 –Costa-, a los regalos y los amiguitos del alma, a la devastación de la Sanidad y la Educación públicas.
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