lunes, 30 de noviembre de 2009

Isla Cristina mete a sus yonquis en el cementerio


La mierda bajo la alfombra

A pocos días de los Difuntos nos llevaba mi abuelo al pinar de Isla Cristina, junto al cementerio, donde en la Edad Oscura estuvo el campamento de la OJE y después un inmenso camping, un pinar que el ladrillo y la ambición cateta dejó reducido a la mínima expresión. Íbamos en busca de piñas piñoneras cuyos piñones tostaba mi abuelo en un gran perol. Era costumbre que para principios de noviembre se reuniera el pueblo en aquel pinar para comer castañas, nueces y piñones. Cuando hacía calor me encantaba mojar los pies en la playita minúscula, como una playa de juguete de una arena blanquísima, que daba a la ría, justo detrás del pinar, que en el pueblo se conoció siempre -supongo que desde aquella posguerra de enfermedades, suciedad y hambruna- como el Matapiojos.

El nombre debió marcar el destino del lugar. Años después la heroína fue devorando por igual inteligencia y mediocridades, reduciendolo todo a un cenagal de antiguos amigos destruídos, miradas perdidas, ¿tienes veinte duritos que dejarme?, temporadas en el talego, el parabrisas roto y el cassette birlado, siniestras comunidades donde cambiaban la jeringuilla por el mercadeo cristiano y al hablar pastoso del yonqui se le unía la jerga del iluminado, y un fatalismo en el que el pueblo entero ha terminado por sentirse cómodo. Fue una plaga que marcó para siempre a un pueblo que hoy se comporta como un lobotomizado, encantado de sí mismo en su estupidez bobalicona: analfabetismo funcional, explosiones de violencia irracional, degradación ética, vandalismo, mafia, ostentación hortera del dinero sucio, destrucción sistemática de paisajes y formas de vida, fracaso en todos los ámbitos y, por supuesto, toda clase de adicciones, las de siempre y las nuevas que vayan llegando. No me sorprende enterarme, por la noticia que paso a comentar, de que el ayuntamiento tiene un concejal de Familia y Adicciones; quien lo haya ideado debe padecer un empacho de manuales de autoayuda con catequesis, pero no deja de tener una siniestra lógica.

Vuelvo al pinar, pues tras los tiempos más duros de la heroína aquél acabó por convertirse en el refugio de los muertos vivientes, un asentamiento de chabolas habitadas por yonquis, enfermos de Sida muchos de ellos, donde fueron a parar los desahuciados entre los desahuciados y donde casi hasta la fecha sobrevivió un cierto mercadeo de caballo y otras sustancias; algo muy residual, zombies alimentando a zombies, el verdadero negocio está en otras zonas y pasea en Audis y hasta Lamborghinis por barrios de VPO.

Allí se quedaron, docena y media de chabolas en un paraje todavía precioso, invisibles para quienes no querían mirar, que eran casi todos, incluídas las sucesivas corporaciones. municipales La que ahora gobierna, socialista para más señas, la del concejal de Adicciones ¡¡que se apellida Raya!!, ha decidido intervenir. Hace algo más de una semana las grúas y excavadoras tomaron la zona y derribaron todas las chabolas. Según relatan los periódicos de la provincia meses antes se había estado construyendo una tapia de cuatro metros a espaldas del cementerio. lo que muchos tomaron como la anunciada ampliación de éste no era tal, sino una especie de patio anejo, donde se han instalado unas casetas de obra, módulos prefabricados a los que se ha trasladado a los yonquis que habitaban las chabolas, un recinto convenientemente amurallado para alejarlo de las miradas, y que a la par de conseguir que el pueblo y sus visitantes no vean sus propias miserias, acerca un poco más a sus desdichados inquilinos al cementerio, literalmente. Protestaron algunos vecinos de urbanizaciones cercanas y responsables de un hotel, pero lo que les molestaba era que, al fin y al cabo, sus antiestéticos vecinos se quedaban en los alrededores. Todo se desarrolló "con normalidad dentro de lo posible" dijo el concejal Raya; después se aprobó una moción para instar a las consejerías de Salud e Igualdad y Bienestar Social de la Junta de Andalucía a que se hagan cargo de los zombies y si se dejan y no muerden los metan en algun centro donde se les vea aún menos; a otros con el (los) muerto (muertos o casi), y la alcaldesa, a inaugurar azulejos, que es lo suyo.



Yo me podría ahora hacer el ignorante, pretender no haber leído las noticias, simular que no sé qué se esconde tras la nueva tapia del cementerio, volver a pasear encantado por el Matapiojos de mi infancia, pensando en mi abuelo Federico y en piñones, creyendo que las autoridades han recuperado el bosque de pinos en nombre del medio ambiente, ignorar incluso lo que acertadamente planteaba un comentario en la web de Huelva Información a una de las informaciones aparecida sobre el tema: "Si pretenden instalar casas prefabricadas en un anexo al cementerio, es probable que estén dentro de la llamada zona de protección del Dominio Público Marítimo Terrestre (de anchura 100 metros a partir de la ria), por lo que incumplirian la vigente Ley de Costas. Por tanto, seria denunciable ante Dirección General de Costas". Si otros toman ejemplo pronto dejarán de verse los asentamientos en Lepe y Palos en los que pasan hambre -literalmente- casi doscientos inmigrantes africanos que no logran trabajo en la fresa porque ahora los españoles lo necesitan. Un muro, unas casetas de obras, y nadie hará preguntas. Por ignorancia o por cortesía nadie levanta la alfombra para descubrir la mierda escondida debajo.

Fotografías de Huelva Información

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