He buscado en las principales tiendas on-line –Disco-Web, FNAC, iTunes Store- los discos de José Ignacio Lapido: Sólo están disponibles dos o tres de sus trabajos como solista y ni uno sólo de 091. Leo el artículo La hoguera publicado por José Ignacio el jueves pasado, en el que critica la reacción ante el nombramiento de Ángeles González-Sinde como ministra de Cultura y defiende el actual sistema de gestión de derechos de autor frente a las descargas de Internet, y me pregunto: ¿Prefiere Lapido que todos esos chavales que te miran como a un marciano si les hablas de comprar un disco se queden sin conocer la mayor parte de su música porque se les prohíba descargar toda aquella que a la industria no interesa mantener en circulación? Yo que tengo –muy gastados por el uso- todos los discos de vinilo de 091 y los cedés de Lapido ¿Debo volver a pagar los derechos de autor –y a toda la caterva de intermediarios que parasitan la música- por bajarme esa misma discografía o por transformarla en mp3 para mi iPod?
Entendería a Lapido si fuera Bisbal, La Oreja de Van Gogh, o cualquiera de esos músicos a los que todo el lobby de discográficas, emisoras, distribución y gestión de derechos promociona en régimen de cuasimonopolio. La música de Lapido, como la de la mayoría de las bandas que van a ver 120.000 personas en Benicassim, no suena en las radios, sus lanzamientos no se programan desde el grupo Prisa. Sin MySpace, sin los blogs musicales, sin las descargas que crean públicos libres que no compran en el economato de los lobbies, y que seleccionan según sus criterios, los amigos o las redes sociales y después van a los conciertos, ya no existiría. Si no me las bajo no puedo ver Man on Wire, Déjame entrar, Control o La buena vida, las mejores películas de la cartelera española y que los exhibidores no traen a Andalucía. Si quiero comprar anticipadamente entradas para un concierto de Lapido casi con seguridad deberé pasar por el aro de Ticketmaster, monopolio de facto de la venta de entradas, que casualmente se ha fusionado con Live Nation, que controla la organización de conciertos. Internet es lo que nos salva por ahora de que nos impongan unos pocos discos o películas objetivo como único plato de lentejas. Frente a esto no estamos cuatro frikis fundamentalistas digitales sino una sociedad que quiere acceder a la Cultura con poder de decisión. No es una demanda frívola para poder bajarnos música gratis, es una guerra económica en la que unos se juegan dividendos y otros libertades. Y en esta guerra no están autores contra piratas: Gracias a la Red, primer medio de comunicación auténticamente bidireccional de la Historia, todos somos autores y podemos generar contenidos.
No es una cuestión de titiriteros ni paniaguados; la ultraderecha usa este debate con fines muy diferentes a los defensores de internet. La clase política se alinea con todo lo que sean mecanismos de control porque tiene pavor al maravilloso caos que representan millones de opiniones que se expresan y organizan libremente. Esa bidireccionalidad asusta. No es por sus opiniones -estaría bueno- por lo que tantos consideramos peligrosa la presencia de González-Sinde en Cultura. Es que su nombramiento cae en buena parte de las incompatibilidades recogidas en la Ley 5/2006 de regulación de los conflictos de intereses de los miembros del Gobierno y los Altos Cargos.
No hay ministros ni leyes que paren la evolución. Las descargas sustituyen a los discos de manera natural e inevitable. Los creadores no pintan nada defendiendo un modelo de gestión de la propiedad intelectual, el establecido en el Convenio de Berna, que no protege la Cultura, sino el negocio de los vendedores de copias, un negocio que está muerto, se pongan como se pongan, pues copias podemos hacerlas todos. Los que os consideráis creadores deberíais ver en Internet a vuestro aliado, no vuestro enemigo: Os brinda la autopromoción, MySpace, el copyleft - un modelo de derechos de autor que elimina las restricciones de modificación y distribución de copias- o las licencias de Creative Commons, que garantizan la libertad de cita y reproducción con restricciones como no permitir el uso comercial o respetar la autoría original.
Los artistas, José Ignacio, podéis estar en el bando de Ramoncín, como perros de presa de la SGAE; o en el de Kiko Veneno, que rompió con su discográfica publicando el Manifiesto Liberación, que denunció los abusos de la heredera de Rafael Alberti cuando frustró un festival de homenaje al poeta exigiendo una millonada por el uso de sus versos, y que defiende el copyleft desde la Plataforma de Autoeditores (PAE). Ramoncín o Veneno, no hay color.
*Lo publicado este lunes en el periódico era algo más corto. No tengo más remedio que quedarme por debajo de los 2.900 caracteres en las columnas.
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