Nos quedamos sin una de las voces más libres que puedan encontrarse aún en la prensa convencional y en Internet. Javier Ortiz ha muerto. Su columna en Público, El dedo en la llaga, su blog y sus colaboraciones periodísticas y literarias han sido en los últimos años, desde que en 2004 decidió romper su relación con El Mundo, una referencia que muchos hemos buscado a diario; una voz con rabia, lucidez, compromiso e inteligencia. Una menos.
Javier Ortiz ha dejado su propio obituario escrito desde 2007, y esta mañana ha aparecido en su blog:
OBITUARIO
Javier Ortiz, columnista
Javier Ortiz, columnista
Falleció ayer de parada cardio-respiratoria el escritor y periodista Javier Ortiz. Es algo que él mismo, autor de estas líneas, sabía muy bien que sucedería, y que por eso pudo pronosticar, porque no hay nada más inevitable que morir de parada cardio-respiratoria. Si sigues respirando y el corazón te late, no te dan por muerto.
Así que en ésas estamos (bueno, él ya no).
Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles. Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía –lo que tal vez se justifique considerando el hecho de que era policía–, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro recién difunto. Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito.)
1 comentario:
Qué putada, Fede, qué grandísima putada.
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