El otro día miraba aburrido un debate en televisión que versaba sobre si los políticos españoles ganan mucho o poco dinero. Los tertulianos más reaccionarios -quiero decir, unos tertulianos que eran más reaccionarios que los demás- se enrocaban en la falacia de que los políticos deben cobrar altos sueldos para evitar que les tiente corromperse. Es como si yo le exijo a mi jefe que me suba el sueldo si no quiere que me tire a la calle a dar tirones a los bolsos de las viejecitas. Uno de ellos llegó a defender que la política sea una suerte de meritocracia a la que sólo accedan los mejores y más preparados, lo cual, al precio que están las matrículas y los masters equivale a decir que sea territorio exclusivo de quienes tienen pasta.
Recordé el caso de un político andaluz que fue sucesivamente concejal y alcalde de su ciudad, posteriormente delegado del gobierno autónomo en su provincia y hasta la fecha, gerente de un parque tecnológico en la misma ciudad. El susodicho, por otra parte una excelente persona a quien además cabe el honor de estar emparentado con los más célebres maquis de Andalucía, tuvo como única profesión privada la de payaso, sí, de esos que animan fiestas infantiles. Es rigurosamente cierto, de hecho se anunciaba como ******* y su troupe -permítanme que oculte el nombre-. No obstante, y pese a mi coulrofobia, reconozco que la de payaso es una profesión tan digna y honesta como cualquier otra e, insisto, se trata de una persona llena de cualidades humanas.
Menos inocente me parece el caso de la nueva presidenta andaluza, que en el curriculum con el que se presentó a las elecciones primarias que nunca llegaron a celebrarse aseguraba que ya era miembra (sic) de las Juventudes Socialistas antes de los dieciocho años, es decir, que la señora Díaz en toda su vida sólo se ha apeado de coches oficiales.
Lo que ni políticos ni opinadores parecen percibir es que el acceso a la política debe ser vocacional, una actividad que se abandona sin traumas para ejercer otra profesión, y ue la dedicación y la honestidad van con el sueldo, por pequeño que éste sea. De lo contrario podría ocurrir que eso que, despectivamente, algunos llaman la plebe un día se dé cuenta de que a veces hasta el payaso de Micolor destiñe.
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