domingo, 15 de septiembre de 2013

El paso imperceptible de periodistas a voceros

Todos estamos de acuerdo en que el fiasco de la candidatura olímpica Madrid 2020 resultó un ridículo absoluto. Pero como siempre ocurre apenas rascamos la superficie. Hablamos del inglés fromlostiano de Ana Botella o de su célebre café con leche; nos escandalizamos del enorme gasto dilapidado e ironizamos con la superpoblación de barandas a la caza del canapé perdido y hallado en Buenos Aires; pero pasamos por alto que, al igual que se dice que en las guerras la primera víctima es la verdad, en fastos como éstos cargados de triunfalismo en los que se apela a un patriotismo sin fisuras, el principal damnificado es el periodismo. De todos los implicados en la quimera olímpica, quienes realizaron el verdadero papelón y enseñaron sus vergüenzas fueron los medios de comunicación españoles. 

Llamaría la atención tanta sumisa unanimidad en un gremio tan dado a mirarse el propio ombligo como el periodistico, si no fuera porque han sido numerosos los eventos, sobre todo deportivos, ante los que la prensa ha adoptado la misma postura de adulación acrítica sin fisuras ¿Alguien ha oído o leido el menor reproche hacia la selección de fútbol o la actuación de Rafael Nadal y Fernando Alonso? No, sólo se narran gestas. En estos malos tiempos para la lírica todo es épica. Loor a los héroes y que nadie se salga de la senda trazada. En su ensayo Todo lo que era sólido Antonio Muñoz Molina nos advierte de que en España, especialmente desde los tiempos de la cultura subvencionada y la recuperación de festejos populares y las tradiciones olvidadas la figura más detestada es la del aguafiestas.

Por nada del mundo los medios y quienes los poseen quieren aguarle la fiesta a nadie. Una vez embarcados todos en una nave que navega hacia lo que algunos han apuntado como el bien común pelillos a la mar, se aparcan las diferencias ideológicas y todos se entregan a la adulación y la fe ciega en la victoria.

Resulta desconcertante que quienes tanto se quejan de que los políticos comparezcan escudados tras pantallas después no tengan nada que preguntar, al meno nada incómodo. No, del periodismo de trincheras pasamos a estar todos en el mismo bando, de la crítica a la propaganda. Lo primero que aparcamos es el escepticismo. Echamos mano de los datos oficiales sinponerlos en duda. Repetimos como loros las especulaciones sobre la creación de empleo y riqueza que traería una olimpiada. Nos tragamos la monserga de los apoyos mayoritarios a la búlgara y los votos comprometidos. De este modo cruzamos sin  darnos cuenta las líneas rojas que separan al narrador de la realidad del militante y a éste del forofo.

Tal vez sea un problema de formación y en las facultades de periodismo la asignatura de pensamiento crítico se eche en falta tanto como la de modestia. Sea como sea, debemos rescatar la dignidad de la profesión, demostrar a los dueños de los medios que en estos tiempos de caída de la rentabilidad no se venden más periódicos con lealtades incondicionales y adhesiones inquebrantables, que a gente espera vernos resoplar en el horizonte como la indomable ballena blanca aunque sea para lanzarnos a hundir el Pequod.

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