domingo, 31 de enero de 2010

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Enemigos del pueblo

El enfrentamiento contra las fuerzas vivas del doctor Thomas Stockmann, el protagonista del drama Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen, y el precio que ha de pagar quien proclama lo que la mayoría niega, seguirán vigentes así que pasen décadas, mientras la demagogia, los políticos de doble lenguaje, los medios de comunicación serviles, los intereses particulares disfrazados de bien común y una opinión pública a la que primero se manipula y después se sacraliza, sean los valores que nos gobiernan.

Entonces eran las aguas contaminadas del balneario que era la principal atracción turística del pueblo. Hoy puede ser la instalación de un vertedero de residuos radiactivos –perdón, "Almacén Temporal Centralizado", término que podría definir incluso a un trastero-. El corto plazo, la cortedad de miras cejijunta, los mitos, los argumentarios dictados por los lobbies, la codicia y la ignorancia han situado en el mapa mediático parajes tan ignotos como Santervás de Campos, Melgar de Arriba, Torrubia, Zarra, Villar del Pozo, Congosto de Valdavia, Albalá, Yebra y Villar de Cañas. Alcaldes que jamás tuvieron una sola idea para mejorar la vida de sus vecinos hallan la justificación de sus tristes existencias y movilizan al vecindario con promesas de empleo y riqueza a cambio de convivir con instalaciones de dudosa seguridad y más dudosa rentabilidad para quienes las rodean, que no crean apenas trabajo pero sí mala fama a los productos que se crían en las inmediaciones; y convierten en enemigos del pueblo a aquellos que rascan el oropel cuando sus vecinos ven poner huevos de oro.


En todas partes, por fortuna, hay enemigos del pueblo. Todos podemos participar en su linchamiento, o pasarnos a su bando. En tal caso deberemos oponernos a los sindicatos, a los partidos y a las corporaciones si celebramos que la Justicia haya decidido poner fin a la locura de décadas de mantener flotando sobre el río Tinto balsas de yesos radiactivos del tamaño de la ciudad de Huelva. Estaremos poniendo en peligro puestos de trabajo, seremos unos caínes irresponsables que no piensan en las familias, que buscan hundir a empresas que han tenido muchos años y muchos beneficios pero muy pocas ganas para corregir sus errores.



Cuidemos a estos enemigos frente a los benefactores del pueblo: esos agricultores de Albuñol o Castel de Ferro que han invadido las orillas con sus invernaderos, creando playas tóxicas con sus plásticos, envases y pesticidas; o los gobiernos que encarcelan a quienes ridiculizan la inutilidad de las cumbres del clima; o los partidos que en el Congreso promueven reformar la Ley de Costas para privatizar el litoral; o los abogados de Endesa que pedían penas de 14 años, más que a asesinos, para quienes cometieron el crimen de desplegar una pancarta en la fachada de sus clientes.

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