Coñac y magdalenas
El 19 de enero faltaron las tres rosas y la botella medio vacía de coñac que desde hacía sesenta años, en cada cumpleaños de Edgar Allan Poe, un misterioso personaje dejaba sobre la tumba del escritor en el cementerio de Baltimore. Desde 1949 y hasta que se cumplieron doscientos años de su nacimiento, el ‘Poe toaster’ –el que brinda por Poe- llegaba durante la madrugada, se quedaba un rato en silencio ante la lápida que corona el cuervo llamado ‘Nevermore’ y brindaba por el escritor. La ausencia del ‘Poe toaster’ en este 201 cumpleaños se ha unido a las muchas leyendas que rodean al autor de “Annabel Lee”. Algunos piensan que era una mujer llamada Ruth Lilly, que murió en diciembre, otros que el poeta también fallecido David Franks. De inmediato otros admiradores han sustituido al ‘toaster’ para perpetuar el rito.
La leyenda, sobre todo la leyenda negra que con sus difamaciones alimentó el crítico Rufus Grilwoold, liga alcohol y Poe. Una de las teorías sobre su muerte nunca aclarada habla de agentes electorales que lo indujeron a beber para hacerlo votar y, ya ebrio, lo abandonaron a su suerte. Un día, hace años, descubrí el que creía su apellido en el luminoso de un bar del barrio de la Magdalena y entré sin pensarlo creyendo que el lugar homenajeaba al escritor con el que prácticamente empecé a leer. Descubrí que aquel Poë, con diéresis, era el apellido de Ana, la angoleña que junto a su marido, el inglés Matthew, decidió quedarse en Granada y montar un bar de tapas tras desechar la idea de abrir una librería internacional porque “al fin y al cabo, aquí la gente bebe más que lee”. Desde entonces con feijoadas, galinha con coco, piri-piri o bacalhau à la Gomes de Sá, rompen con el monocromatismo del sobrevalorado tapeo de Granada, donde la demanda estudiantil llama tapa a la comida basura –esos infectos bollos con lomo y mayonesa, apreciados por lo grande y no por lo sabroso- o algunos modernos sirven un pan tostado con queso fundido en un plato enorme y lo llaman tapa de diseño. Soy de los que prefieren pagar el pincho aparte a cambio de adentrarse en el paraíso de los bares de picar de Sevilla o Huelva, pero me quedo con ese oasis afro-portugués-brasileño con clientela babélica, y hasta grupo de fans en Facebook, aunque no guarde relación alguna con la Casa Usher.
Sin embargo literatura y tapeo sí se unen en Granada. El Saint Germain de Postigo Velutti , también con grupo de admiradores en las redes sociales, debe ser –imagino- el único bar del mundo dedicado a Marcel Proust. Las fotos y los textos del autor de “Por el camino de Swan” conviven con los vinos, los callos y la ensalada de champiñones. Habrá quien piense que a Proust le iba mejor una cafetería, pero quién dice que una tapa de brie con mermelada de pimientos no pueda sustituir a una magdalena mojada en té como el detalle que te liga al pasado y despierta los recuerdos.
La leyenda, sobre todo la leyenda negra que con sus difamaciones alimentó el crítico Rufus Grilwoold, liga alcohol y Poe. Una de las teorías sobre su muerte nunca aclarada habla de agentes electorales que lo indujeron a beber para hacerlo votar y, ya ebrio, lo abandonaron a su suerte. Un día, hace años, descubrí el que creía su apellido en el luminoso de un bar del barrio de la Magdalena y entré sin pensarlo creyendo que el lugar homenajeaba al escritor con el que prácticamente empecé a leer. Descubrí que aquel Poë, con diéresis, era el apellido de Ana, la angoleña que junto a su marido, el inglés Matthew, decidió quedarse en Granada y montar un bar de tapas tras desechar la idea de abrir una librería internacional porque “al fin y al cabo, aquí la gente bebe más que lee”. Desde entonces con feijoadas, galinha con coco, piri-piri o bacalhau à la Gomes de Sá, rompen con el monocromatismo del sobrevalorado tapeo de Granada, donde la demanda estudiantil llama tapa a la comida basura –esos infectos bollos con lomo y mayonesa, apreciados por lo grande y no por lo sabroso- o algunos modernos sirven un pan tostado con queso fundido en un plato enorme y lo llaman tapa de diseño. Soy de los que prefieren pagar el pincho aparte a cambio de adentrarse en el paraíso de los bares de picar de Sevilla o Huelva, pero me quedo con ese oasis afro-portugués-brasileño con clientela babélica, y hasta grupo de fans en Facebook, aunque no guarde relación alguna con la Casa Usher.
Sin embargo literatura y tapeo sí se unen en Granada. El Saint Germain de Postigo Velutti , también con grupo de admiradores en las redes sociales, debe ser –imagino- el único bar del mundo dedicado a Marcel Proust. Las fotos y los textos del autor de “Por el camino de Swan” conviven con los vinos, los callos y la ensalada de champiñones. Habrá quien piense que a Proust le iba mejor una cafetería, pero quién dice que una tapa de brie con mermelada de pimientos no pueda sustituir a una magdalena mojada en té como el detalle que te liga al pasado y despierta los recuerdos.
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