Babel
La escandalosa sentencia "Matar a un niño indefenso, y que lo haga su propia madre, da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer", ha hecho pasar desapercibidos pasajes de la inspirada y comentadísima homilía navideña del arzobispo de Granada que rivalizan en fanatismo e ignorancia con dicha arenga antiabortista. El texto completo distribuido por el Arzobispado coloca a quienes hoy dirigen la Iglesia Católica, al menos a su representante en Granada, no muy lejos de los policías religiosos que en Somalia arrestan a los varones que afeitan su barba. O de los países islámicos que, animados por la católica Irlanda, reclaman a la ONU la persecución universal de la blasfemia.
En ese texto echa de menos Francisco Javier Martínez la Edad Media, “esa preciosa Edad Media –escribe- que nadie se atreve a recordar porque tampoco es políticamente correcto”, y sus órdenes militares que aniquilaban infieles en nombre de Dios. El arzobispo no ha leído quizás la “Historia natural del alma”, de la neuróloga argentina Laura Bossi, donde se cuenta que en su añorado medievo, y hasta el Siglo XIX, la idea predominante entre los teólogos era que “el alma humana entraba en el feto masculino alrededor del día 40 -seis semanas-, y en el femenino en torno al día 80”, es decir, nada menos que 12 semanas –según las ideas aristotélicas tan preciadas por la Iglesia, el feto del varón madura antes, prueba de la superioridad masculina-. Como no era posible conocer el sexo del feto hasta el parto -o hasta el aborto- “tan sólo se excomulgaba por abortos posteriores al día 80″. ¿El catolicismo propugnaba una ley de plazos en plena Edad Media?
Pues sí. Para Martínez la reforma del aborto es “una ley que impone a miles de médicos y enfermeras el mismo tipo de obligación que a los oficiales en los campos de concentración de Auschwitz -¿Mengele iba obligado?- o Dachau, en los que no podían rebelarse porque eran órdenes superiores”. No serán, pues, tan afortunados como los sacerdotes que asisten a los reos de muerte en las ejecuciones, los capellanes de los campos de concentración de Franco o los curas que decían misa obligatoria a los trabajadores esclavos del Valle de los Caídos. Éstos actuaban sin ser presionados.
Que otros, a poder ser con toga de fiscales, diriman si de las palabras del prelado, y de su refrendo por los obispos del Sur, por “licencia absoluta y sin límites” cabe interpretar una bula a la imposición a la mujer que aborta de relaciones sin medidas anticonceptivas, o directamente sexo no consentido, incluso con violencia. A Martínez en los juzgados ya le saludan. Yo me quedo con otra de sus frases: “Es posible construir un mundo al margen de Dios -estamos asistiendo a su construcción-, pero se trata de la Torre de Babel”. Justo donde quiero vivir.
En ese texto echa de menos Francisco Javier Martínez la Edad Media, “esa preciosa Edad Media –escribe- que nadie se atreve a recordar porque tampoco es políticamente correcto”, y sus órdenes militares que aniquilaban infieles en nombre de Dios. El arzobispo no ha leído quizás la “Historia natural del alma”, de la neuróloga argentina Laura Bossi, donde se cuenta que en su añorado medievo, y hasta el Siglo XIX, la idea predominante entre los teólogos era que “el alma humana entraba en el feto masculino alrededor del día 40 -seis semanas-, y en el femenino en torno al día 80”, es decir, nada menos que 12 semanas –según las ideas aristotélicas tan preciadas por la Iglesia, el feto del varón madura antes, prueba de la superioridad masculina-. Como no era posible conocer el sexo del feto hasta el parto -o hasta el aborto- “tan sólo se excomulgaba por abortos posteriores al día 80″. ¿El catolicismo propugnaba una ley de plazos en plena Edad Media?
Pues sí. Para Martínez la reforma del aborto es “una ley que impone a miles de médicos y enfermeras el mismo tipo de obligación que a los oficiales en los campos de concentración de Auschwitz -¿Mengele iba obligado?- o Dachau, en los que no podían rebelarse porque eran órdenes superiores”. No serán, pues, tan afortunados como los sacerdotes que asisten a los reos de muerte en las ejecuciones, los capellanes de los campos de concentración de Franco o los curas que decían misa obligatoria a los trabajadores esclavos del Valle de los Caídos. Éstos actuaban sin ser presionados.
Que otros, a poder ser con toga de fiscales, diriman si de las palabras del prelado, y de su refrendo por los obispos del Sur, por “licencia absoluta y sin límites” cabe interpretar una bula a la imposición a la mujer que aborta de relaciones sin medidas anticonceptivas, o directamente sexo no consentido, incluso con violencia. A Martínez en los juzgados ya le saludan. Yo me quedo con otra de sus frases: “Es posible construir un mundo al margen de Dios -estamos asistiendo a su construcción-, pero se trata de la Torre de Babel”. Justo donde quiero vivir.
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