martes, 5 de enero de 2010

Avatar, un estomagante papilla new-age vendida como revolución high-tech

Mata jipis en Pandora

Avatar entra en la historia, Avatar ya es leyenda... La prensa generalista no sabe ya qué hipérbole emplear para vendernos la moto de que la última película de James Cameron es la revolución tras la cual el séptimo arte no volverá a ser el mismo. Y tras las dos horas y media llevando en los ojos una imitación de wayfarers por las que me cobraron casi diez euros para ver una experiencia 3-D que no me ha llevado mucho más lejos que It Came From Outer Space (1953), servidor sigue convencido de que la revolución será televisada, pues Mad Men, The Wire y hasta Lost si me apuran son más revolucionarias que esta carísima bazofia hippy.



La revolución a la que los periódicos se refieren es económica, desde luego no artística, aunque se tienda a confundir ambas cosas. Que haya superado los mil millones de dólares de recaudación -es decir, los ingresos en tres semanas han triplicado los costes declarados- es para la prensa prueba más que suficiente de genialidad y de que estamos ante el non plus ultra del cinematógrafo. Pero lo realmente triste es leer a críticos hechos y derechos que también recurren a la cantinela revolucionaria al referirse
a Avatar: "Los signos de la revolución" (Jordi Revert), "La revolución de lo clásico" (Miguel A. Delgado). El personal anda empeñado en buscar una tabla de salvación para el cine en sí mismo, y se le ha metido en la cabeza que el 3-D y la tecnología infográfica plantarán cara a Internet y el cine en casa, que Avatar puede ser la piedra angular y James Cameron el líder de la revolución en marcha. De ahi tanta proclama sobre el amanecer de una nueva era en la historia del cine, como si la meticulosidad narrativa con la que Michael Haneke compone La cinta blanca, esas imágenes puras que no necesitan el truco o el golpe bajo para contener más violencia que cualquier espectáculo pirotécnico, y retratar la sumisión y la obediencia de la forma más perturbadora imaginable, no hiciera avanzar al cine e hiciera más por su pervivencia que todos los piojosos elfos azules. Como si a la hora de ensamblar una revisión posmoderna de los géneros y los hallazgos del pasado no tuviera más mérito el Quentin Tarantino de Malditos bastardos que juntar en la Turmix Bailando con lobos, La selva esmeralda, Apocalypto, Planeta Salvaje, Bartolomé de las Casas, darle unas gafas al respetable ...e incluso reproducir aquella insufrible fiesta de los ewoks al final de El retorno del jedi.



Nos han vendido demasiadas veces la piedra filosofal, casi siempre asociada a algún hallazgo técnico que se ha quedado en anécdota de inmediato superada por la rápidísima evolución de la tecnología ¿No era Matrix esa revolución? Una década después a quién no se le atraganta su empacho de filosofía de baratillo, el empleo de las técnicas de bullet time ha quedado para las parodias y sobre todo, ¿qué oscuro estante ocupa la trilogía de los Wachowsky en la historia del cine? ¿No era otra revolución el programa Massive empleado en la trilogía de El Señor de los Anillos?. El cine lo revolucionan Murnau, Ford, Fuller, Hitchcock, el neorrealismo, la nouvelle vague, Coppola... los creadores, los narradores, los innovadores y James Cameron no está en ninguna de las tres categorías.



Cameron es un efectivo artesano, no un genio, ni siquiera un cineasta personal, sino un honesto entertainer. Eso deberia ser bastante para él, pues con habilidad y la justa ambición ha sido capaz de regalarnos divertimentos tan de agradecer como Terminator, Aliens o Mentiras Arriesgadas. Pero el éxito de Titanic le esclavizó al bigger than life, James Cameron ya no puede hacer películas como todo el mundo. Con Avatar ni siquiera estamos ante una revolución tecnológica. Con un 60% de infografía y sólo cuatro partes de imagen real para James Cameron y sus aduladores la revolución cinematográfica es una pelicula de dibujos animados más cara de lo normal y en la que un visionado cuidadoso nos revelará que la técnica no está del todo perfeccionada.



Eso en lo que se refiere a la técnica, porque si nos paramos en la historia, el cóctel de tópicos no puede ser más estomagante. Su apuesta por el retorno a la naturaleza frente al afán desmedido de poder y el progreso destructor pasa por la palabrería new age sobre fuerzas telúricas, energías interconectadas, recurre a la religiosidad, cae de lleno en la cursilería y nos vende una ecopacifismo políticamente correcto que nos recuerda las visiones idílicas de los pueblos precolombinos -y la maldad de los colonizadores- que glosaron desde la Brevísima relación de la destrucción de las Indias hasta el Terr
ence Malik de El Nuevo Mundo, pasando por Cortez Cortez de Neil Young. Todo sin matices, previsible, exento de originalidad, y lo que es más grave, radicalmente fariseo, pues al mismo tiempo que se defiende un mensaje ecologista, la película se regodea en el despliegue de poderío militar de forma casi orgásmica. Si en algo destaca el talento de James Cameron para el cine es en su prodigiosa concepción de las secuencias de acción, y claro, el espectador se ve tentado a embelesarse con todo ese lujo de armamento y desear que machaquen sin piedad a los jodidos elfos azules, que además están en desventaja por culpa del mal gusto de sus diseñadores.



Nada de esto parece desanimar a la crítica, dispuesta a comulgar con ruedas de molino. "Las sencillas bondades de un libreto previsible y fácil, repleto de lagunas y fallos devorados por el conjunto y a la postre irrelevantes" escribe José Arce. ¡Irrelevantes!... Me temo que nos enfrentamos a una concepción de lo audiovisual definitivamente contaminada por el videojuego. Pero, ojo, como videojuego tiene Avatar una desventaja fundamental: La audiencia no puede interactuar, salvo comiéndose las gafas 3-D.



¿Salvo alguna cosa de la quema? Sí, esas secuencias de acción realizadas con la brillantez y espectacularidad que son marca de la casa y, lo mejor, la infalible Sigourney Weaver, es verla aparecer y se te pone una sonrisa en los labios, por fin algo que merece la pena. Por cierto en ella la cirujía estética y el ejercicio han obrado milagros, debería presentarle su especialista a Nicole Kidman ...o a Belén Esteban.

Escribe Miguel A. Delgado que "Tal vez dentro de veinte años nos encontraremos con la sorpresa de que los mismos críticos que ahora la denostan la conviertan en una referencia del género". Yo apuesto a que dentro de diez nadie se acuerda de Avatar.



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