lunes, 28 de diciembre de 2009

Todo un ejemplo


Los inútiles

Hagan la prueba. Escuchen una tertulia de Onda Cero, p
or ejemplo, cuando los facundos de turno hablan de economía: Oigan perorar contra los sindicatos caducos que no entienden que no hay más dios que el despido libre y los izquierdistas que demonizan al empresariado generador de riqueza y empleo (van ya cuatro millones de parados generados) y al que estamos obligados a rescatar de sus propias torpezas. Ahora apaguen la radio y miren una foto de Gerardo Díaz Ferrán. Lean sobre sus trabajadores en la calle, sus pasajeros pasando la Navidad en los aeropuertos, sus aviones embargados, sus impagos a la Seguridad Social, su cara dura sin límites... Y entonces pregúntense: ¿De verdad está mal representado el empresariado español en el actual presidente de la CEOE, o tienen un chairman justo a su medida, su perfecto reflejo? Porque, no nos engañemos, Díaz Ferrán es plenamente representativo de una casta de hijos de papá, de tenderos de negocio heredado por el vástago más tonto, fulleros que declaran menos a Hacienda que sus empleados, oligarcas de montería y prostíbulo enriquecidos a la sombra del franquismo y las concesiones administrativas a dedo. Es lógico que los pobrecitos mascullen sin descanso la única idea que entienden: reforma laboral.



Pero los patronos no son los únicos villanos de la calamidad nacional. La incompetencia se asienta en la herencia, la fidelidad de casta o de partido, los pelotas, los trepas, y la última incorporación al estupidiario del poder: las cuotas de género.



En “Cabo Trafalgar” de Arturo Pérez Reverte no se habla de otra cosa. No lo pudo expresar mejor el anónimo autor del “Cantar de mío Cid” con aquel ‘Dios, que buen vassallo si oviesse buen señore’, o su antecedente latino en los “Anales” de Tácito: ‘Que nunca hubo ni mejor esclavo ni peor amo’. El nuestro es un país que ha estado, está y estará en manos de parásitos, necios engreídos y sinvergüenzas cuya ineptitud y bajeza anulan los brotes de genialidad, las individualidades brillantes, la inteligencia y la dignidad del pueblo que también son producto nacional, y convierten a la ruina en nuestro sino histórico. Entre políticos corruptos, curas fanáticos, gorrones y pasmados que han ganado la lotería genética y con ella la fortuna de papá, lo nuestro no tiene remedio.

Basta no ser amnésicos para localizar muy a mano ejemplos de la clarividencia de estas lumbreras. Recuérdenlos encadenados a las puertas de sus comercios para evitar la peatonalización de la calle Mesones, la misma que les ha salvado la cartera; los oirán cacarear cuando se prohíba fumar en sus establecimientos, en lugar de informarse de lo bien que les va a sus colegas europeos allá donde se ha aplicado la medida. No pidan peras a olmos que no tienen dos dedos de frente pero van sobrados de morro.

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