Estoy quemado, achicharrado como mi pobre coche. Cómo quieren que te sientas cuando sales a la calle una preciosa mañana de domingo con tu perro para que corra feliz por la playa, se moje y regrese para ponerlo todo perdido de arena, y te encuentras con que el coche en el que os ibais a escapar es sólo medio coche. El resto ha sido pasto de las llamas, víctima de lo que unos descerebrados conciben como diversión de sábado noche, la quema de contenedores y lo que pillen cerca para, seguramente, grabarlo todo con el móvil y alardear de la hazaña.
Dylan, mi perro, no entendía nada,
lloriqueaba viéndome plantado como un pasmarote ante piezas de motor
calcinadas que nunca supe para qué servían, ¿por qué este
desconsiderado no me lleva ya a dejar mi marca en farolas y esquinas?
Él, que a un coche ajeno todo lo más sería orinarle un tapacubos.
No sé a cuento de qué me acordé del ministro de Medio Ambiente
declarando que “a ver si con tanto proteger especies nos olvidamos
de la especie humana”, y yo pensé en todos los especímenes
humanos que en ese momento me encantaría ver extinguirse. Me había
tocado una lotería carente de causalidad, no era el “Burnin' and
a-lootin'-” de Bob Marley, carecía de la mecha de injusticia que
incendiaba los barrios de Londres; ni rastro del justificado cabreo
contra los poderosos de los jóvenes de Atenas. Ni siquiera ese
gamberrismo descerebrado pero organizado de los alborotadores de
Barcelona. No, los que me habían tocado en suerte eran sólo unos
tarados, y yo echaba humo. Es lo que tiene ser un daño colateral. A
la incapacidad de entender la satisfacción que se siente de ver
arder los bienes comunes y los ajenos, se unen esos pensamientos
oscuros que te igualan a la jauría humana, las ganas de cobrarte a
hostias el daño causado, lamentarte de años de permisividad en las
relaciones familiares, arrepentirte de haberles proporcionado
educación gratuita a quienes devuelven a la sociedad la destrucción
convertida en forma de ocio.
Yo no era una excepción. Aflora
inevitablemente esa retórica de la mano dura, de las leyes
blandengues, de la indignación de la clase media a la que le queman
el coche unos vándalos. Pero entonces uno de los jóvenes agentes de
policía que acudieron a mi llamada se sintió solidario conmigo y se
vino arriba profiriendo improperios contra unas leyes que no
persiguen al que delinque, jueces que lo ponen en la calle, y la
necesidad de más palo y tentetieso -y después me dijo que no podían hacer nada más y que acudiera a comisaría-, y me asusté, de él y de mi
mismo. Me preguntaba si toda esa retórica justiciera sale a la superficie cuando
te calzas el equipo antidisturbios y te lías a mamporros con
chavales del bachillerato y la ESO. Y sin dejar de sentirme calcinado
pensé, que le den a mi coche; qué demonios, yo no soy así.
P.S.: Guardando cola en una comisaría durante tres horas para presentar denuncia porque era domingo, uno de los agentes de atención ciudadana estaba de baja y con los recortes las bajas no se cubren, descubro que igual que Gallardón pretende implantar la justicia a dos velocidades según puedas pagar o no el recurrir a instancias superiores, ya hay una Policía a dos velocidades. Si llamas a un 902 -con su musiquilla de espera, sus tantos céntimos por minuto, su establecimiento de llamada y su IVA- y pones la denuncia por teléfono, no guardas cola y te atienden al instante; si recurres al 091, a esperar. Tampoco esperas si denuncias por Internet pero la web policia.es no es raro que atraviese "problemas técnicos transitorios". Quien paga, es atendido antes , independientemente de la entidad de su denuncia. Los sinuosos caminos de la privatización de todo.
2 comentarios:
Pasado el sofocón, no sé si no es peor que te lo vayan desgraciando a golpes y a arañazos como aquí los spaghetti.
Aprovecha y pásate a uno eléctrico. Así nos aprovechamos todos. Hasta esos vándalos de mierda.
¿Ein? ¿Pero tú tienes coche???? (¿tenías?)
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