domingo, 4 de marzo de 2012

Quemado





Estoy quemado, achicharrado como mi pobre coche. Cómo quieren que te sientas cuando sales a la calle una preciosa mañana de domingo con tu perro para que corra feliz por la playa, se moje y regrese para ponerlo todo perdido de arena, y te encuentras con que el coche en el que os ibais a escapar es sólo medio coche. El resto ha sido pasto de las llamas, víctima de lo que unos descerebrados conciben como diversión de sábado noche, la quema de contenedores y lo que pillen cerca para, seguramente, grabarlo todo con el móvil y alardear de la hazaña.

Dylan, mi perro, no entendía nada, lloriqueaba viéndome plantado como un pasmarote ante piezas de motor calcinadas que nunca supe para qué servían, ¿por qué este desconsiderado no me lleva ya a dejar mi marca en farolas y esquinas? Él, que a un coche ajeno todo lo más sería orinarle un tapacubos. No sé a cuento de qué me acordé del ministro de Medio Ambiente declarando que “a ver si con tanto proteger especies nos olvidamos de la especie humana”, y yo pensé en todos los especímenes humanos que en ese momento me encantaría ver extinguirse. Me había tocado una lotería carente de causalidad, no era el “Burnin' and a-lootin'-” de Bob Marley, carecía de la mecha de injusticia que incendiaba los barrios de Londres; ni rastro del justificado cabreo contra los poderosos de los jóvenes de Atenas. Ni siquiera ese gamberrismo descerebrado pero organizado de los alborotadores de Barcelona. No, los que me habían tocado en suerte eran sólo unos tarados, y yo echaba humo. Es lo que tiene ser un daño colateral. A la incapacidad de entender la satisfacción que se siente de ver arder los bienes comunes y los ajenos, se unen esos pensamientos oscuros que te igualan a la jauría humana, las ganas de cobrarte a hostias el daño causado, lamentarte de años de permisividad en las relaciones familiares, arrepentirte de haberles proporcionado educación gratuita a quienes devuelven a la sociedad la destrucción convertida en forma de ocio.

Yo no era una excepción. Aflora inevitablemente esa retórica de la mano dura, de las leyes blandengues, de la indignación de la clase media a la que le queman el coche unos vándalos. Pero entonces uno de los jóvenes agentes de policía que acudieron a mi llamada se sintió solidario conmigo y se vino arriba profiriendo improperios contra unas leyes que no persiguen al que delinque, jueces que lo ponen en la calle, y la necesidad de más palo y tentetieso -y después me dijo que no podían hacer nada más y que acudiera a comisaría-, y me asusté, de él y de mi mismo. Me preguntaba si toda esa retórica justiciera sale a la superficie cuando te calzas el equipo antidisturbios y te lías a mamporros con chavales del bachillerato y la ESO. Y sin dejar de sentirme calcinado pensé, que le den a mi coche; qué demonios, yo no soy así.

P.S.:  Guardando cola en una comisaría durante tres horas para presentar denuncia porque era domingo, uno de los agentes de  atención ciudadana estaba de baja y con los recortes las bajas no se cubren, descubro que  igual que Gallardón  pretende implantar la justicia a dos  velocidades  según puedas pagar o no el recurrir a instancias superiores, ya hay una Policía a dos velocidades. Si llamas a un 902 -con su musiquilla de espera, sus tantos céntimos por minuto, su establecimiento de llamada y su IVA- y pones la denuncia por teléfono, no guardas cola y te atienden al instante; si recurres al 091, a esperar. Tampoco esperas si denuncias por Internet pero la web policia.es no es raro que atraviese "problemas técnicos transitorios". Quien paga,  es atendido antes , independientemente de la entidad de su denuncia. Los sinuosos caminos de la privatización de todo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pasado el sofocón, no sé si no es peor que te lo vayan desgraciando a golpes y a arañazos como aquí los spaghetti.

Aprovecha y pásate a uno eléctrico. Así nos aprovechamos todos. Hasta esos vándalos de mierda.

Santi Amén dijo...

¿Ein? ¿Pero tú tienes coche???? (¿tenías?)