La ciudad fea
Granada es fea, horrorosa, antiestética, más fea que Picio. Más nos vale ir asumiéndolo. Te preguntarás indignado a qué viene la boutade, querido chovinista de guardia, rapsoda cofrade, antólogo de tópicos… Pues bien, te diré que Granada es fea precisamente por tu culpa. Por ensimismados como tú que han cerrado los ojos y contenido la respiración para loar las bellezas de una ciudad inexistente. No mirabais al suelo mientras la ciudad se iba destruyendo –sin más plan maestro que la codicia y la ignorancia- hasta convertirse en el ruinoso espantajo que es hoy. Glorificabais las naderías de un pasado cuya esencia menospreciabais mientras vuestra lírica desafinada, sensiblera pero insensible, no sabe cómo conjugar el futuro.
Ya es inútil referirse al leviatán de ladrillo caravista en que se convirtió la vega de Recogidas a la Circunvalación, de Puente Blanco al Zaidín o de San Juan de Dios a Almanjáyar por la abulia de gobernantes y gobernados y la devastadora acción de depredadores cuyos apellidos son hoy acepciones del verbo especular. Hablemos del presente. Un corto recorrido por un Realejo sin armonía o un bario de Gracia sin gracia y entenderán mis carcajadas cuando oigo que el centro histórico aspira a ser declarado Patrimonio de la Humanidad. En la fachada Sur de la Capilla Real pudo leerse durante semanas una enorme pintada que calificaba al edificio de “monumento decadente”, y me preguntaba si había más decadencia en la mente obtusa del escriba, un completo botarate, o en la incuria de quienes han dejado que la mancha se extienda: La Plaza de la Universidad, las iglesias y conventos del Albaicín, el Arco de Elvira y todas y cada una de las calles históricas pintarrajeadas por y ante una población y unas autoridades sin duda más desdeñosos con lo propio que los de otras ciudades similares ¿O cómo se entiende que en Santa Cruz, en Sevilla, o en la Judería cordobesa no se vea ni uno de esos grafitos?
Pero un ayuntamiento puede ser tan dañino como un ejército de niñatos con aerosoles, y unos ciudadanos tan pasivos como una manada de morsas sobre un islote ártico. La destrucción del Paseo del Violón para erigir el espantoso engendro que pronto el alcalde tendrá el atrevimiento de inaugurar, en cualquier otro lugar tendría al personal soliviantado. Primero la desvergüenza impune de la empresa concesionaria del aparcamiento, que debió pagar las obras en superficie finalmente ejecutadas a cuenta del Plan E. Después la transformación de un paseo romántico junto al río en monumento a la vulgaridad. La modernidad tiene sitio en un entorno histórico –el Centro Lorca-, pero una cosa es vanguardia y otra bien distinta esa estética gris, pobretona, soviética, de plaza dura, que tanto agrada a quienes han convertido a Granada en una ciudad fea con avaricia.
Ya es inútil referirse al leviatán de ladrillo caravista en que se convirtió la vega de Recogidas a la Circunvalación, de Puente Blanco al Zaidín o de San Juan de Dios a Almanjáyar por la abulia de gobernantes y gobernados y la devastadora acción de depredadores cuyos apellidos son hoy acepciones del verbo especular. Hablemos del presente. Un corto recorrido por un Realejo sin armonía o un bario de Gracia sin gracia y entenderán mis carcajadas cuando oigo que el centro histórico aspira a ser declarado Patrimonio de la Humanidad. En la fachada Sur de la Capilla Real pudo leerse durante semanas una enorme pintada que calificaba al edificio de “monumento decadente”, y me preguntaba si había más decadencia en la mente obtusa del escriba, un completo botarate, o en la incuria de quienes han dejado que la mancha se extienda: La Plaza de la Universidad, las iglesias y conventos del Albaicín, el Arco de Elvira y todas y cada una de las calles históricas pintarrajeadas por y ante una población y unas autoridades sin duda más desdeñosos con lo propio que los de otras ciudades similares ¿O cómo se entiende que en Santa Cruz, en Sevilla, o en la Judería cordobesa no se vea ni uno de esos grafitos?
Pero un ayuntamiento puede ser tan dañino como un ejército de niñatos con aerosoles, y unos ciudadanos tan pasivos como una manada de morsas sobre un islote ártico. La destrucción del Paseo del Violón para erigir el espantoso engendro que pronto el alcalde tendrá el atrevimiento de inaugurar, en cualquier otro lugar tendría al personal soliviantado. Primero la desvergüenza impune de la empresa concesionaria del aparcamiento, que debió pagar las obras en superficie finalmente ejecutadas a cuenta del Plan E. Después la transformación de un paseo romántico junto al río en monumento a la vulgaridad. La modernidad tiene sitio en un entorno histórico –el Centro Lorca-, pero una cosa es vanguardia y otra bien distinta esa estética gris, pobretona, soviética, de plaza dura, que tanto agrada a quienes han convertido a Granada en una ciudad fea con avaricia.
1 comentario:
boooooooom... holocausto estético de primera mano... no dejas espacio para la belleza deistraída de los ojos de quien mira... incontestable. me encanta tu playlist, me lo pongo de fondito. un abrazo.
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