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Plaza Syntagma, Atenas. Febrero de 2012 |
Los jardines de la disidencia, la última novela del estadounidense
Jonathan Lethem -Literatura Random House, 2014- dibuja, a traves de la trayectoria de tres generaciones de un par de familias, la geografía y la historia de la contestación norteamericana desde mediados del siglo XX hasta estos inicios del XXI. Esa historia comienza con el triste devenir del comunismo americano, que vivió sometido a la implacable persecución de
Joseph McCarthy y
J. Edgar Hoover -para la que haber luchado en la Brigada Lincoln o simpatizado con la República Española no eran motivos de sospecha sino pruebas de cargo para una condena- y se diluyó como un azucarillo en el café de la decepción y el desconcierto cuando
Nikita Kruschev, en el XX Congreso del PCUS, denunció las purgas y los crímenes del estalinismo; continúa con la generación
beat y la contracultura, el floreado
hippismo -sobre el que no escatima ironía- y la protesta contra la guerra del Vietnam; ya en el ocaso del siglo la solidaridad con los movinientos de liberación de America Latina -el Chile de
Allende y el sandinismo-; y por último las acampadas que culminaron en el reciente
Occupy Wall Street.
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Los jardines de la disidencia |
Estos años, particularmente los últimos, no sólo han conocido la disidencia en Norteamérica sino en todo el mundo, aunque en algunos casos y lugares los resultados no han sido los esperados ni tan siquiera han sido positivos -las primaveras árabes, la plaza Maidan en Kiev, Hong Kong-; y por aquí hemos debido prestar especial atención a la rebelión de la plaza Syntagma en Atenas y a nuestro 15-M, movimiento al que me he referido varias veces en este
blog,
unas con esperanza,
otras con decepción, pero siempre con escepticismo. Algo más que unos lemas ingeniosos nos debe haber quedado de lo ocurrido en Grecia y España en 2011 cuando los griegos tienen un gobierno que planta cara a la hasta ahora intocable oligarquía económica que controla Europa -aunque sea dejando en el camino compromisos y ambiciones sanas y legítimas- y aquí el sistema se ve
contaminado por formas y formaciones diferentes -Podemos, aun con el lastre de su soberbia y sus amistades bolivarianas, y la Izquierda Unida de
Alberto Garzón, con el de unas malas expectativas electorales en las encuestas-, que acarician la posibilidad de ser determinantes. Podemos limtarnos a prestarles -nunca darles- la confianza del voto, pero con eso no basta, ni mucho menos. Mientras tanto y después tenemos mucho más que hacer, muchos trenes que coger, mucho barro con el que mancharnos. Hay que tenerlos vigilados, estar en todos los fregados, meterse en todos los jardines, pisar todos los charcos.
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