Los putrefactos fue uno de los escasísimos trabajos conjuntos de
Salvador Dalí y
Federico García Lorca, realizado durante la época en que ambos convivieron, junto a
Luis Buñuel y
Pepín Bello entre otros, en la
Residencia de Estudiantes de Madrid. En aquel momento el libro no llegó a ver la luz, pues si bien el pintor entregó las ilustraciones y caricaturas que le correspondían, el poeta granadino se limitó a completar los textos y comentarios que las acompañaban y no escribió el prólogo al que se había comprometido. Fue ya en 1995 cuando la mentada institución y la Casa Museo Federico García Lorca de la Huerta de San Vicente publicaron al fin la obra y organizaron una exposición de originales y documentos que pudo visitarse en Madrid y Granada. En aquella edición incluyó la directora de la Huerta de San Vicente la dedicatoria que aquí reproduzco.
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Dedicatoria de Los putrefactos por Laura García Lorca |
Según la despiadada -más que irónica- visión de
Lorca y
Dalí,
putrefactos son los anticuados, cursis, retrógrados, blandos y patéticos -los que hoy llamaríamos casposos-. Por eso mismo el título de este artículo no es adecuado: los putrefactos no han regresado ni están de vuelta, porque nunca se han ido; siempre han estado entre nosotros. Putrefacta entre putrefactos fue la España de la dictadura franquista, un régimen asentado en la corrupción y el robo, que apestaba a
cerrado y sacristía -como la definió y la anticipó
Machado-, a pies de
gris -como se quejaba el
Jarabo que interpretó
Sancho Gracia para
Juan Antonio Bardem y
Pedro Costa; aquella España con los hombros cubiertos de caspa de militar chusquero, embadurnada de beatería y del conservadurismo interesado de quienes tenían muchos privilegios heredados que defender.
También esta democracia de hoy está plagada de
putrefactos; cada mañana desayunamos con nuevos casos de putrefacción de todos los colores, sean populares valencianos y mallorquines o socialistas andaluces
ERE que ERE, con
cospedales y
blesas, con Betis y Osasuna, estamos lo bastante entretenidos para no precisar echar la vista atrás, ni acordarnos de
Soficos,
Matesas o aceites de Redondela; para ilustrarnos nos bastan las fotografías de prensa o las imágenes de los noticieros; no nos hacen falta aquellas caricaturas de trovadores cubistas y lectores de
La Veu de Catalunya, pero ¡que grande es repasar tanta genialidad y mala uva!
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Ni Picasso se libró de las puyas de Lorca y Dalí |
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