Una sombra de censura se cierne de nuevo sobre Europa aunque no se pronuncie abiertamente la palabra. En Suecia se empieza a aplicar un test que clasifica las películas de cine según su sexismo. Aún desde el Ministerio de Cultura se hace una calificación moral de las películas como aquellas, redactadas habitualmente por religiosos, que en otros tiempos leíamos cuando consultábamos la cartelera en el periodico -todos los públicos, mayores de 14 ó 18 años, menores acompañados, mayores con reservas o altamente peligrosa-. Soy consciente de que lo que me propongo escribir dará mucho que hablar, y no bien de mi, a mis amigas feministas entre otros, pero pienso que el respeto a la igualdad de derechos y a la diferencia no puede llevarnos a anatemizar todo lo que se salga de la norma común.
Paso a los ejemplos, que son más ilustrativos. Hoy John Ford no podría estrenar sin cortes su magistral El hombre tranquilo (The quiet man, 1952), al menos la secuencia casi al final de la película en la que John Waine arrastra de los pelos a Maureen O'Hara colina arriba y una vecina de Innisfree le ofrece una vara de madera -Tome, para pegar a su señora esposa-. Sería considerada una exaltación de la violencia de género.
Descendiendo de lo artístico, y considerando que el buen gusto y el respeto han de poner límites a chascarrillos y gracietas sin gracia, resulta impensable que el dúo Martes y 13 interpretaran hoy su gag Mi marido me pega, o que la misma pareja cómica representara su parodia Maricón de España o la protagonizada por Isabel Pantoja y Encarna Sánchez sería tachado de homófobo. Incluso la canción Corazón de tiza de Radio Futura estaría prohibida o mal vista por amenazar con dar una paliza a la amante.
El exceso en la corrección política y en el no sexismo coarta la libertad y suele propinar malos tratos al diccionario. Hemos de utilizar la razón y el respeto, pero si nos la cogemos con papel de fumar caemos irremediablemente en la autocensura. La mujer que nos da la bienvenida al futuro no nos trae lejía sino censura.
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