Jeremy Irons ¿ginecólogo o derviche en Inseparables? |
David Paul Cronenberg nació en Toronto hace setenta años. Esa es la excusa con la que traigo hoy aquí a David Cronenberg, director de cine, guionista y ocasional actor canadiense que ha sabido hacer de la enfermedad, la degeneración humana, las mutaciones y las obsesiones más sombrías material de culto. Cronenbergerg, el cineasta de la enfermedad, la anormalidad y las malformaciones es el creador de un concepto clave del cyberpunk: la Nueva Carne; es decir, el material humano condenado a entenderse y a integrarse con el metal y la tecnología, concepto esbozado por el ilustrador suizo H. R. Giger en sus diseños para Alien y su portada para el único disco de Debbie Harris, y llevado al paroxismo por el danés Lars Von Trier en Antichrist. No hay ni que decir que esta unión creó una amplia escuela a partir de los años ochenta.
Ya en la década anterior, los setenta, el splatter, ese cine en el que la sangre se muestra sin tapujos, se convirtió en un género revientataquillas. Cronenberg vino a iniciar una generación de cineastas que daban respetabilidad cinéfila a la hemoglobina; con él se podía hablar de gore de autor.
David Cronenberg, mutando |
Tras varios cortos en 16 milímetros y dos largometrajes que el propio Cronenberg no quiere ni recordar, Estéreo (1970), donde nos enseña por primera vez qué se trae entre manos es en Vinieron de dentro de… (Shivers,1975), una intensa serie B que con inteligencia combinaba sexo, malformaciones, muerte y biogenética: los inquilinos de una moderna y fría urbanización se convierten en bestias insaciables de sexo y de sangre por culpa de una especie de babosas fabricadas por un científico que buscaba un método para incrementar la excitación sexual. En las películas de Cronenberg lo gore es un medio, nunca mostrar la sangre es un fin en sí mismo. En su siguiente título, Rabia (Rabid, 1977), una exactriz de cine porno es sometida a una operación de cirugía estética, a resultas de la cual le sale un extraño punzón parasitario en la axila a través del que contagia la rabia a los demás. Las obsesiones sexuales de la anterior película se transforman en Rabia en fascinación por el crimen. Poco después de esta cinta, Cronenberg escribió y dirigió su película más atípica: Fast Company (1979), no estrenada en España. Es una cinta de acción, al estilo Burt Reynolds, sobre carreras de coches. Sólo los fans acérrimos distinguen en ella la obsesión del director por la simbiosis entre cuerpo humano y tecnología. También una mujer lleva el mal en el cuerpo en Cromosoma 3 (The Brood, 1979), uno de sus mejores trabajos. La protagonista exterioriza su odio lanzando a los demás pequeños monstruitos amorfos. Cromosoma 3 cuenta con uno de esos actores que, como Jeremy Irons o Genevieve Bujold, se adaptan como un guante al universo Cronenberg. Se trata en este caso del británico Oliver Reed.
Cromosoma-3, al rico feto |
Entrando en los ochenta, Scanners (1981) cuenta la historia de un grupo de telépatas que planea dominar el mundo sirviéndose de sus facultades paranormales, fue una película que se hizo famosa por las cabezas que estallan en pedazos. La última película de Cronenberg antes de dar el salto a los Estados Unidos es también su trabajo más rompedor e interesante, digno de figurar junto a Brazil (Terry Gilliam, 1985) y Blade Runner (Ridley Scott, 1982) entre los productos de ciencia ficción que mejor retratan el mundo moderno. Videodrome (1983), protagonizada por James Woods y Debbie Harry, cantante de Blondie, es reconocible en la premiada Tesis (Alejandro Amenábar, 1996). Una cadena pirata de televisión emite continuamente escenas snuff de torturas y muertes reales sobre mujeres, pero hay algo más: con la visión de las imágenes un extraño tumor se implanta en el cerebro del espectador. Pese a su absoluto fracaso comercial, es la Biblia de la Nueva Carne, con sus memorables escenas de Debbie engullida por la pantalla, la cinta de vídeo entrando en el estómago de Woods, o la clínica de desintoxicación de teleadictos. Una obra imprescindible.
Cronenberg entró en Hollywood facturando su película más comercial. La zona muerta (The Dead Zone, 1983) es una vigorosa adaptación del pesado de Stephen King. Christopher Walken —fantástico, como siempre— tiene poderes proféticos y reconoce en el futuro presidente norteamericano al hombre que apretará el botón nuclear y se plantea la duda de si matarlo para salvar a la Humanidad. Dos años después David Cronenberg acepta un encargo, realizar una nueva versión de La mosca (The Fly, 1958), el clásico de Kurt Neumann. En La mosca (The Fly, 1986) de Cronenberg, Jeff Goldblum es un perfecto hombre-insecto a quien sus ojos saltones hacen ni pintado para el papel, y la sublimación de su estilo Nueva Carne, empleando alta tecnología, da lugar a un remake mucho más que digno, brillante y arriesgado, aunque exige un buen estómago para aguantar ciertas secuencias.
“No creo que las cosas y las personas normales sean muy interesantes para hacer una película. Es bastante lógico que dramáticamente te intereses más por las situaciones conflictivas, y éstas se manifiestan siempre con el cuerpo, encargado de sacar a la luz los desajustes psicológicos. Todos nuestros estados emocionales encuentran una manifestación física. Esa relación entre lo físico y lo psíquico me fascina. (David Cronenberg)
Videodrome |
El realizador canadiense vuelve en 1999 a la ciencia ficción, con una cinta íntimamente relacionada con su Videodrome. Ahora no es la televisión, sino los juegos de realidad virtual los que se confunden con lo tangible en mundos paralelos y continuos equívocos sobre lo que es real y lo que no. eXistenZ puede considerarse un autohomenaje o un catálogo de la Nueva Carne dirigido tanto al gran público como a los conocedores de los mundos de Cronenberg. Sus consolas biomecánicas, los biopuertos que comunican la máquina con el cuerpo y sus pistolas hechas de huesos de anfibio sólo pueden ser obra de una mente como la suya. Aquí vuelve a lanzar la idea de una sociedad en la que la realidad es algo de límites muy confusos y en la que la tecnología es una prolongación de la carne. Es una película poco habitual, en la que sólo los conocedores del universo Cronenberg reconocen un trabajo menor en el que el director nos muestra un catálogo completo de sus obsesiones con el que disfrutar de lo lindo. Pero, al contrario que lo que hemos visto últimamente sobre realidades paralelas no emplea grandes efectos visuales, ordenadores ni apenas imágenes infográficas. Su aproximación a los videojuegos tiene algo de retrofuturista, recordando la simplicidad de las estructuras poligonales de algunos juegos primitivos. Lo curioso de esta cinta es que fue inspirada por una entrevista entre Cronenberg y el escritor Salman Rushdie. La protagonista, perseguida a muerte por fundamentalistas contrarios a la realidad virtual, es una extrapolación del propio Rushdie. Se trata de Allegra Geller, la creadora del juego más avanzado: eXistenZ. La metáfora orgánico-tecnológica de Videodrome, quince años después de aquella cinta, y con los avances técnicos conocidos desde entonces, cobra un poder profético. Cronenberg no moraliza; como casi en todas sus películas, advierte. Sin la brillantez visual o interpretativa de trabajos más ambiciosos del canadiense, la película número diecinueve de su filmografía es también la más divertida, porque inscribe en un juego sobre la subjetividad de la percepción la atmósfera asfixiante de su cine.
A vueltas del nuevo siglo y ya en 2002, David Cronenberg estrena y presenta en Sitges su vigésima película. Spider no es cine fantástico, salvo que la representación de las creaciones propias de locura pueda considerarse dentro del género. Es una vez más su obsesión por la enfermedad lo que mueve esta magistral cinta maravillosamente protagonizada por Ralph Fiennes. Spider Nos devuelve al Cronenberg más inspirado y transgresor, que opta por la primera persona y la subjetividad para retratar a un esquizofrénico en su descenso al infierno. La locura es la excusa para plantear la tesis de que los fantasmas del pasado y la culpa permanecen siempre amenazando y condicionando el presente como una tela de araña. Lejanamente emparentada con Inseparables, contiene una de las mejores partituras compuestas por Howard Shore.
A vueltas del nuevo siglo y ya en 2002, David Cronenberg estrena y presenta en Sitges su vigésima película. Spider (Spider. David Cronenberg, 2002) no es cine fantástico, salvo que la representación de las creaciones propias de locura pueda considerarse dentro del género. Es una vez más su obsesión por la enfermedad lo que mueve esta magistral cinta maravillosamente protagonizada por Ralph Fiennes. Spider Nos devuelve al Cronenberg más inspirado y transgresor, que opta por la primera persona y la subjetividad para retratar a un esquizofrénico en su descenso al infierno. La locura es la excusa para plantrear la tesis de que los fantasmas del pasado y la culpa permanecen siempre amenazando y condicionando el presente como una tela de araña. Lejanamente emparentada con Inseparables, contiene una de las mejores partituras compuestas por Howard Shore.
El instrumental |
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