lunes, 11 de noviembre de 2013

Barataria

Sancho Panza obtuvo el gobierno de la ínsula Barataria, prometido por su señor don Quijote, como pago por su lealtad y buen servicio al por entonces apodado Caballero de los Leones, aunque quienes como burla se lo concedieron fueron aquellos extraños duques de innombrado ducado de quienes nadie sabe cómo sufragaban sus ricos banquetes y agasajos y sus farsas teatrales con docenas de figurantes. Del mismo modo los virreyes de las autonomías españolas instalaron en los territorios bajo su dominios sus propias ínsulas con la coartada del servicio público y la forma de mastodónticas cadenas de radio y televisión; el resultado, útiles instrumentos de propaganda y manipulación de las masas al servicio de esos mismos virreyes. No se puede negar que esas empresas son necesarias para la vertebración de las sociedades y la creación de conciencia territorial; si me apuran incluso las televisiones locales son útiles porque lo es la información de cercanía, siempre que sean capaces de escapar al enaltecimiento de alcaldes y concejales, festejos populares y el rescate de tradiciones inventadas.

Hubo tiempos mejores en los que se llegó a aspirar a más. En Andalucía Canal Sur soñó con un tercer canal de noticias y se ha quedado en medio canal desnutrido, alimentado sólo de coplerío y Juan y Medio. Sancho abandonó el gobierno de Barataria cansado del mal comer, el poco dormir y los ingratos retos a los que le sometía su cargo; pero, en estos tiempos de vacas flacas,  hay grandes diferencias con el extemporáneo cerrojazo a la Radiotelevisión Valenciana. Sancho dejó Barataria desgobernada, y ni siquiera era verdadera ínsula, pero sí ciudad o villa, con centenares de vecinos que retomaron su normalidad y sus rutinas, pero estos nuevos duques de nada no se han interesado por las mil setecientas familias que dejan a la intemperie, desamparadas frente a los vientos gélidos de la crisis. Y todo en el mismo reino donde hasta ayer mismo se soplaba el cuerno de la abundancia. A todos nos ha llamado la atención la desvergonzada demagogia del presidente valenciano Alberto Fabra -Con el dinero que se lleva la RTVV se construyen sesenta y tantas escuelas y no sé cuántos hospitales- ¿Y con el de un circuito de Fórmula Uno, un campeonato de vela, un Museo de Ciencias, una Ciudad de la Luz o un aeropuerto del abuelito?.  ¿De qué sirve la resistencia numantina de los trabajadores frente a una sentencia ya dictada que otros observan atentamente para imitarla? El presidente de Madrid Ignacio González ya ha puesto en manos de la docilidad de los sindicatos la continuidad de su propia televisión.

Es de lo más engañoso diferenciar entre las comunidades con lengua propia y las que no la tienen. La justificación en este caso era la defensa del idioma ¿un idioma inexistente como el valenciano? En Valencia se habla una variedad dialectal del catalán, el del Baix Ebre. Los valencianos podían captar una televisión en su lengua, TV3, hasta que el Govern de Francisco Camps ordenó la destrucción de sus repetidores en la CoMunitat para acallar voces que ellos no pudieran dirigir, siguiendo un ejemplo, no diré que de ETA, pero sí del terrorismo incruento de la Angry Brigade británica, que se cebaba con las torres de televisión.

Perdido el otro pilar de los poderes territoriales -las cajas de ahorros- sin las radiotelevisiones no podría sostenerse el Estado de las Autonomías al que se aferra el Partido Popular, ni nacer la federación que dicen propugnar PSOE e IU. No vamos a retroceder hacia la España recentralizada que en privado defiende UPyD, pero las instituciones regionales han sido y serán imprescindibles para el desarrollo y la civilización. Andalucía, sin ir más lejos, es un ejemplo; en muchos pueblos abandonados en el olvido y el desempleo, la apertura por la Junta de una biblioteca o unos talleres ocupacionales ha insuflado una nueva vida y compensa treinta años de monocromatismo político y el lenguaje hueco del emprendimiento y la implementación.

Lo más grave de lo ocurrido en Valencia no es tanto el qué como el cómo. Ha sido patético escuchar a la dimitida directora general que ha perdido la confianza en los dirigentes políticos sin atreverse a reconocer que durante meses ha sido obediente correa de transmisión de los mensajes del poder y el partido que lo detenta.

Nuestros dirigentes han de entender que un medio de comunicación público no es un juguete caro que pueden romper cuando se cansen, y los periodistas deben comprender que quien se deja manipular es porque quiere, que no es excusa la obediencia debida y que hace falta una rebelión tranquila y diaria para imponer la vocación y el deber a las presiones.

1 comentario:

Unknown dijo...

Estoy de acuerdo contigo en todo y además voy a añadir que estos juguetes de canales públicos, que son para los políticos, van a ser sustituidos por otro juguete que presta el mismo servicio pero tiene un chip diferente. Será un servicio público de titularidad pero privado en su prestación. También en Canal Sur. Creo que lo tienen pensado y diseñado de hace tiempo. Es algo parecido a la "diversificación de Santana Motor", la diversificaron tanto que terminó por desaparecer. Ah, y por cierto, la culpa para los trabajadores. Todo esto es como un deja-vi porque la historia vuelve a repetirse mientras quienes titulamos y ejercemos el servicio de la prensa debemos de dejar de asistir a este espectáculo, querido Quijote, con los brazos caídos sino queremos ver como los virreyes siguen montando a caballo.