El 25 de abril de 1974 el Movimento das Forças Armadas, grupo de oficiales portugueses de baja
graduación, acabó con medio siglo de dictadura e instauró un
régimen democrático en su país. 37 años después, la democraciaen Portugal, en España y en casi toda Europa está en proceso dedemolición; hay una contrarrevolución en marcha para derogar los
derechos sociales, laborales y económicos adquiridos durante el
último siglo y los gobiernos están a las órdenes de intereses
privados y corporativos. Así que un episodio protagonizado de nuevo por militares portugueses, en concreto la Asociación Nacional de Sargentos, hace que a uno, bastante alérgico a los entorchados,
nunca como desde la Revolución de los Claveles le haya sonado mejor
el ruido de sables.
El gobierno del conservador Passos
Coelho, obsesionado por pagar la deuda y el rescate a sus bancos y presionado por el FMI y las instituciones europeas, aplica atroces medidas de austeridad, que están llevando a muchos
portugueses a la miseria y bastante cerca del hambre, hundiendo la
economía y acrecentando el desempleo, con lo que, como sabe
cualquiera excepto el Banco Central Europeo y los cretinos que nos
gobiernan, jamás se podrá pagar esa deuda ni salir del pozo al
que nos precipitan intencionadamente. Ya ocurrió en los ochenta en
la América Latina por la que Milton Friedman esparcía su veneno.
Hoy en Chile se lucha en las calles por una educación pública quela dictadura de Pinochet, laboratorio de las ideas de la Escuela de Chicago, desmanteló para otorgar un negocio multimillonario a las entidades de crédito.
Sí, ya sé, lo que hace el gobierno conservador de Portugal es
exactamente lo mismo que está haciendo el socialista de Rodríguez
Zapatero, pero a nuestro primer
ministro todavía no le ha salido un grupo de militares -empleados públicos a los que las medidas de austeridad también
machacan- que le advierta como sí han hecho los sargentos
portugueses de que ellos “están al servicio del pueblo
y no de instituciones particulares” y a las claras avisen a su jefe de gobierno y a quien quiera escuchar para “que nadie ose
pensar que las Fuerzas Armadas podrán ser usadas en la represión de
la convulsión social que estas medidas puedan provocar”. La verdad
es que viendo cómo se las gastaban los policías españoles o los
mossos catalanes en la represión de indignados, uno vuelve a tener
la sana envidia de Portugal que no sentía desde 1974. Hace sólo
unas semanas en una manifestación de policias en el país vecino,
los policías que mandaron para reprimirlos se unieron a sus
compañeros. Los sargentos portugueses recuerdan a Passos Coelho sus
propias palabras: “En Portugal hay un derecho constitucional a
manifestarse y un derecho a hacer huelga”. Y es que hay ya quienes lo ponen en duda.
Desde hace unos días no se me va de la
cabeza la historia leída en un periódico de Caridad Melero, vecina
de Villarrobledo (Albacete). De su pensión de 600 euros paga la
mitad a un centro para enfermos de párkinson donde pasa el día. La
Ley de Dependencia le otorgó 277 euros más, pero hace tres meses
que no los cobra. A su hija, contratada a media jornada por el
Ayuntamiento y con su marido en paro, sólo le están pagando el 60%
de la nómina, 400 euros. Éste es uno de los miles de dramas que
están viviendo esos ciudadanos españoles cada uno de los cuales ha -hemos- aportado al rescate del sistema bancario cinco mil euros,
pero a quienes el Gobierno Central y las comunidades autónomas, controlados por
una clase política que se ha puesto a las órdenes de la
cleptocracia, están despojando -robando es el término adecuado- sus
derechos a plena luz del día, para derivar el dinero al pago de deuda o ahorrárselo en nombre del control del gasto público. Ahora en casi todos los medios de comunicación se escucha un mantra insistente: Es imprescindible recapitalizar a la banca. Escondan el dinero en un calcetín. Mientras las administraciones no pagan residencias de mayores o de discapacitados pienso en esos alcaldes que avisan de que no
van a poder las nóminas -los de Armilla y Granada lo han hecho- y me
pregunto si cuando eso ocurra ellos mismos, y sus concejales y puestos de confianza, también dejarán de
percibirlas. Me lo pregunto más que nada por saber si es hora de
echarlos a patadas de sus puestos antes de que sea peor. Y hemos de recordar la idea
roussoniana del contrato social: “Los hombres
voluntariamente renuncian a un estado de natural inocencia para
someterse a las reglas de la sociedad, a cambio de beneficios mayores
inherentes al intercambio social”. Si el Estado incumple su parte
del contrato, es legítimo romperlo.
Ni que decir tiene que golpes militares o asonadas son cosas de otros tiempos, pero como creo que a esta
inmunda clase política del bipartidismo y la democracia capada hay que meterle el miedo en el cuerpo, confieso sentir aire fresco cuando leo a los sargentos
portugueses que “las revoluciones no se anuncian, cuando llegan,
llegan porque tienen que llegar". Señores diputados, ríndanse, están
rodeados por el pueblo.
1 comentario:
Desde el golpe del 74 siempre pensé que el ejército portugués era una honrrosa excepción a la regla general y que, realmente, estaban al servicio del pueblo.
Esta noticia parece confirmarlo.
No hay mucha información al respecto, pero es un atisbo de esperanza.
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