lunes, 19 de septiembre de 2011

Pensamiento positivo

Mariano Rajoy, siempre positivo
 
En los últimos tiempos la necedad humana se ha revestido de ropajes filosóficos a menudo asociados a las seudociencias y las supersticiones: Nueva Era, sincretismo espiritual, pensamiento positivo... Esta última teoría fue expresada por Norman Vincent Peale en “El poder del pensamiento positivo”, el primer manual de autoayuda, y llevada al paroxismo por Ronda Byrne en “El secreto”, donde se formula la 'ley de la atracción', la idea de que los pensamientos influyen en la vida. Es decir, que si uno quiere salir de la crisis hecho un ricachón sólo necesita practicar el pensamiento positivo, desear con todas sus fuerzas que llueva dinero, creer que todo va a ir fenomenal; si tienes cáncer, piensa que lo superarás y acabarás sanando; si pierdes tu empleo, piensa que pronto encontrarás otro mejor.

Si uno se vuelve adepto de esas ideas, en sus vertientes new age o en las más materialistas -el best-seller "¿Quién se ha llevado mi queso?"- puede acabar cargado de pulseras magnéticas, rodeado de cristales sanadores y acudiendo un día al homeópata y al siguiente al acupuntor, pero además puede acabar parado, arruinado y contento -o con cara de gilipollas, que a veces es lo mismo-. Porque ese optimismo enfermizo y milagrero justifica la desregulación laboral  alimentó la burbuja económica: el endeudamiento privado, las hipotecas basura, la flexibilidad laboral, la negación del realismo en economía; la traca final neoliberal, en definitiva.




El pensamiento positivo inspiraba el “Gracias por no fumar”, mensaje de una inutilidad manifiesta frente a la coercitiva y efectiva ley antitabaco en vigor. Es pensamiento positivo lo que exudan esos patéticos mensajes en los luminosos de las autopistas, “Gracias por conducir bien”, -ver vídeo- cuando lo que de verdad impone es una pareja de guardias civiles blandiendo el talonario de multas.


Mariano Rajoy se ha abonado al pensamiento positivo. Frente al negativismo del Gobierno que castiga a las clases medias -esas que según el vicepresidente de la CEOE Arturo Fernández poseen más de setecientos mil euros- con la vuelta de un descafeinado impuesto sobre el patrimonio, Rajoy propone medidas en positivo: premiará con desgravaciones a aquellas empresas que reinviertan sus beneficios. Al 'hombre sin nada que decir', como le calificó The Economist en un ya histórico pie de foto, le obsesiona no asustar. Nada de gravar los beneficios en un país cuyo empresariado se niega a poner nada de su parte para salir del agujero, nada de penalizar a quien no mueve su dinero. Él prefiere premiar la buena conducta y, dado que el trabajo sucio ya se lo hace el gobierno socialista, nos asegura que con que lo deseemos con fuerza y le votemos las cosas irán mucho mejor.


Pero los destinatarios de las promesas de Rajoy se ríen de ellas como de los inspectores de Hacienda; como se ríen del impuesto de patrimonio Amancio Ortega y Emilio Botín, que no lo pagarán pues sus fortunas están en Sicav, sociedades prácticamente exentas de impuestos. Y no es el buen rollito sino la persecución del fraude, el palo y tentetieso lo que necesita esa autodenominada clase media que, como sin que se le caiga la cara de vergüenza asegura el antes citado Arturo Fernandez, necesita hacer cuentas para saber si tiene más de setecientos mil euros. Yo no he de calcular mucho para saber que no los tendré en la vida y eso es realismo, es decir, lo opuesto al pensamiento positivo.

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