Pocos casos como el de la revuelta libia, la guerra civil y la intervención contra Gadafi sacan a la luz tanta porquería, tanta miseria, tantos intereses bastardos entrelazados. La política mundial y las relaciones internacionales son -¿Ya habéis olvidado Wikileaks?- un gran pozo negro, un cieno pestilente en el que casi nada y nadie - aquí no cabe el 'casi'- está limpio. Libia, el régimen de Gadafi, sus enemigos de anteayer, cómplices ayer y hoy de nuevo antagonistas, el saqueo y los negocios de las materias primas y las armas son sólo grumos en el detrito de tamaño cósmico que la raza humana deyecciona en su inexorable camino hacia la extinción. Dicho esto es cierto también que las ansias de libertad y la lucha por conseguirla son, como las creaciones artísticas y de la imaginación, las ilusiones a las que la especie se aferra para justificar su paso por el planeta, y sirvan o no -va a ser que no- para salvarnos de nuestro patético destino es a ellas a las que debemos aferrarnos si queremos levantarnos cuando mañana amanezca. El hecho de que al mal no se le pueda combatir con el bien porque éste último ni está ni se le vislumbra en el horizonte no quiere decir que renunciemos a darle -o ayudar a darle- al malvado patadas en la boca hasta saltarle los dientes. Me van a perdonar por no ser pacifista, por pensar que si pones la otra mejilla sólo consigues dos manos marcadas en la cara, por creer que, aunque sea acudiendo a otros miserables, si borramos a un miserable de la faz de la tierra algo habremos ganado.
Como todo es tan confuso, como hay tanto ruido y todos hablan y opinan tanto, me ha costado ponerme a escribir sobre lo que está ocurriendo en Libia salvo por algún tuiteo y para denunciar algunos silencios al principio de esta crisis. Como a los reaccionarios me los veo venir, me molestan más quienes desde la buena fe alimentan prejuicios, quienes prefieren que no se haga nada si quienes van a hacerlo están de mierda hasta los ojos -como si alguien no lo estuviera-. Esos provocan lo que alguien llamó -no recuerdo si se lo leí a Rosa Mª Artal- 'los daños colaterales de la demagogia' Creo que lo visto y oído permite extraer algunas lecciones; lo de sacar conclusiones es harina de otro costal.
Lecciones de periodismo
Desde que tunecinos primero y egipcios después decidieron tomar las riendas de su futuro, cuando intento no sólo enterarme sino además comprender lo que está sucediendo, sólo hay una fuente de la que no puedo prescindir y esa es Al Jazeera en inglés. La prevalencia de la información sobre el sesgo ideológico -que lo tiene, pues el medio inmaculado no existe, fue revelador su silencio respecto a las revelaciones de Wikileaks sobre dirigentes de Catar y otros países del Golfo- se equilibra de forma exquisita con el compromiso inequívoco de la cadena catarí con las revueltas democráticas en los países de su ámbito. Por algo los periodistas de Al Jazeera son los primeros en ser perseguidos por las dictaduras y sus emisiones cortadas antes que las de, pongamos por caso, la CNN. En el otro extremo, lo que desde luego no se me ocurre es informarme a través de Telesur, la cadena panamericana que promueve el teniente coronel Hugo Chávez, aquel que regaló a Muamar Gadafi la espada de Simón Bolívar en premio por su compromiso revolucionario. Ni Telesur ni Gramma Digital, las dos fuentes más repetidas en cuanto se tira del hilo de los tuiteros, blogueros y representantes políticos más hostiles frente a la intervención internacional en Libia, son un ejemplo de credibilidad en este momento histórico. Tampoco la neutralidad ha sido nunca una de sus aspiraciones prioritarias; en eso no
engañan ni pretenden engañar a nadie.
Conviene recordar, para vergüenza de estos medios, cuál fue su primera interpretación sobre lo que ocurría en Túnez, Egipto o Bahrein en los primeros días de las revueltas. Eran 'revoluciones de colores' auspiciadas por la CIA, que buscaban crear regímenes afines a Occidente, cuando era precisamente Occidente y los intereseses de sus empresas y gobiernos el mejor sostén de los dictadores contra quienes se levantan los pueblos árabes. En Occidente hubo miedo, no apoyo, a las revueltas: En España y casi toda Europa los medios conservadores estuvieron aireando el supuesto peligro islamista intentando enfriar las simpatías hacia las revoluciones. La posición de Al Jazeera no ha variado en todo este tiempo. Sus periodistas han seguido sobre el terreno los levantamientos y han prestado un gran servicio a los manifestantes y fuerzas democráticas. La identificación ha sido total en el caso de los rebeldes libios que buscan derrocar a Gadafi y ahí es donde el posicionamiento de Al Jazeera ha sido más arriesgado -junto a su reciente negativa a retransmitir discursos de determinados dirigentes de Hezbolá-. La cadena se la juega al no ponerse en contra de los ataques aliados a las fuerzas de Gadafi, ataques que los alzados en armas contra el régimen ven con alivio -les va la vida en ello- y no como una intolerable intromisión imperialista. A quienes ven en ello una claudicación hay que recordarles que Al Jazeera es tan crítica hoy como ayer tanto con la invasión ilegal de Irak como con la amparada por Naciones Unidas pero igualmente nefasta de Afganistán. No se le pueden dar muchas lecciones de coherencia y menos desde medios de comunicación ligados a regímenes como el de Chávez o de Raúl Castro que guardan no pocas similitudes con los que el pueblo árabe hace tambalearse. ¿Miedo al contagio?
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Gaspar Llamazares |
Lecciones de la calle
En las calles españolas ha reaparecido una pancarta, la del "No a la guerra"; desde el palco de invitados del Congreso se escucha de nuevo el mismo grito. Es, desde luego, una pálida sombra del clamor que llenó las calles hace ocho años, tras la foto de Las Azores. Es cierto que en esta ocasión Izquierda Unida es prácticamente la única fuerza organizada que se opone abiertamente a la intervención aliada en Libia y lo es también que hoy los españoles no se movilizan ni cuando les quitan sus sueldos, sus derechos y su futuro. Por tanto no es raro que sean pocos. Y aún así son demasiados si tenemos en cuenta que quienes en los propios países árabes se manifiestan en contra de los ataques son... Nadie. No hay apenas artículos en la prensa árabe abiertamente críticos con la intervención, si acaso se recogen los reparos sobrevenidos de la Liga Árabe. Las calles de las ciudades árabes, que estallan en llamas por una simple caricatura sospechosa de sacrilegio, que se levantan contra las agresiones israelíes o por las revelaciones de Wikileaks sobre los abusos de las fuerzas estadounidenses en Bagdad o Kabul; esas mismas calles están ahora vacías salvo, claro está, que sean las calles donde se producen las revueltas ¿Cómo es posible que salgamos a protestar aquí por aquello contra lo que los propios afectados no protestan?¿Nuestro pacifismo nos vuelve más papistas que el Papa?
Cualquier ambivalencia acerca de ese régimen se fue, se fue, se fue. Es brutal, corrupto, engañoso, demencial
. (Helena Sheeham, activista irlandesa de extrema izquierda invitada por Gadafi a la que la rebelión sorpendió en Trípoli)
Lecciones de la Historia
Ya se ha escrito mucho sobre las similitudes y diferencias entre el caso libio y otros acontecimientos históricos en los que se ha debatido sobre la conveniencia de la intervención extranjera en conflictos locales. La comparación con Irak es en el caso de la izquierda tan solo una torpe excusa, tan irresponsable como ignorante, para desempolvar consignas que hace años les -nos- dieron visibilidad en las calles. Hay una excepción, la de quienes comparan Libia no con el Irak de 2003 sino el de 1991 -la excusa era liberar un territorio de un tirano chiflado, hubo amplio apoyo
internacional y hasta se habló de llevar la democracia a Kuwait-; es cierto que ahora se podrían cometer los mismos errores, que no se puede prever en qué y cuando acabará la intervención, pero también lo es que entonces en 'nuestro bando' sólo estaban unos príncipes podridos de millones, no un pueblo exigiendo ser libre. En cuanto a la derecha la comparación con Irak 2003 es una forma de intentar justificar miserias del pasado proclamando que España también va a la guerra con el pacifista Zapatero. No merece más líneas.
Se ha hablado mucho de Ruanda, y del sitio de Sarajevo, como ejemplos de los efectos de que el mundo se quede de brazos cruzados ante una masacre programada. No podemos saber qué habría ocurrido de permitirle a Gadafi aplastar la rebelión; todavía está por ver que no lo haga. Pero cuando avanzaba hacia Bengasi su hijo advertía de que se iba a registrar la ciudad casa por casa, lo cual permite hacerse una idea bastante aproximada de lo que esperaba a los rebeldes.
Otro momento histórico cuya equiparación con Libia se ha debatido respecto a la oportunidad -o legitimidad- de la intervención extranjera en conflictos locales es la Guerra Civil Española y las consecuencias del no intervencionismo de las potencias democráticas europeas en la victoria final de la rebelión militar. A quienes se empeñan en negar las similitudes, las palabras de Gadafi vaticinando que su entrada en Bengasi sería como la de Franco en Madrid deberían bastarle para convencerles, aunque entre 1936 y 1939 el papel de rebeldes y leales fuera justo el contrario. Pero el parecido entre ambas situaciones no se queda ahí. Del mismo modo que ya hay una intervención extranjera del lado del régimen -miles de mercenarios subsaharianos, el inmenso arsenal vendido al ejército del coronel por las potencias que hoy le atacan...-, entonces Inglaterra , Francia y los Estados Unidos se cuidaban muy mucho de poner las manos sobre España -con la honrosa excepción de las Brigadas Internacionales- y el bando democrático sólo contó con el apoyo armamentístico que Stalin les vendió en condiciones muy ventajosas para la industria soviética, y mientras, la Legión Condor sobrevolaba impunemente la Península, barcos alemanes bombardeaban Alicante o Almería y el Corpo Truppe Volontarie de
Musolini metió nada
menos que a 140.000 soldados italianos en nuestro país. Con mucha menos gente ya es invasión. Luego, tal vez una intervención extranjera del bando de los rebeldes libios sea simplemente una cuestión de equilibrar la balanza de la internacionalización del conflicto que ya se daba con anterioridad.
Tenemos otro ejemplo aún más evidente, pero menos comentado, en la
Segunda Guerra Mundial. El no intervencionismo estadounidense -muy arraigado en la opinión pública norteamericana- estuvo a punto de dar la victoria a
Hitler. Incluso después de que los japoneses hubieron atacado territorio de los EE.UU. en Pearl Harbor, el
Departamento de Defensa tuvo que recurrir a una intensísima propaganda -la magnífica serie de documentales
Por qué luchamos dirigida por
Frank Capra es un ejemplo- para convencer a su país de que había que entrar en guerra contra el
Eje. Antes, ya que hablamos de taparnos la nariz cuando nuestros aliados apestan, el miserable
Stalin se había repartido Polonia con
Hitler en su vergonzoso
Pacto de no agresión, lo que no fue obstáculo para que, una vez que Alemania invadió la URSS, los aliados occidentales aceptaran a los soviéticos como amigos de conveniencia, conscientes de que el pueblo y el ejército rusos eran imprescindibles para derrotar a los nazis. Estoy seguro de que los rebeldes que han estado a punto de perder la guerra contra
Gadafi tampoco tienen demasiados remilgos ni se preguntan ahora por el pasado de quienes les ayudan.
El no intervencionismo, por último, nunca ha sido una doctrina pacifista. La utopía pacifista -además de una quimera- es necesariamente universal y exige que una parte de la Humanidad acuda siempre en socorro de otra cuando ésta sufre opresión. Ya sé que en la práctica sólo se suele acudir a ayudar a los opresores o a sustituirlos por otros, pero como principio esa universalidad hace que lo menos pacifista del mundo sea el ahí te las apañes solo.
Lecciones de hipocresía
El meollo de la cuestión. Como alguien señalaba con acierto en Twitter, la llamada 'Operación Amanecer de la Odisea' -ni Bunbury hubiera igualado tamaña grandilocuencia- debía haberse llamado 'Operación Amiguito del Alma'. El algodón no engaña y la prueba está en miles de fotos, es tan reciente que dan arcadas sólo de pensarlo: Gadafi en El Pardo, Gadafi financia la campaña electoral de Sarkozy, Gadafi vende petróleo y gas, Gadafi compra armas, Gadafi y sus hijos invierten el dinero robado a los libios en la Costa del Sol, Gadafi ya no es un malvado terrorista sino un freno a Al Qaeda... Es todo tan repugnante y están tan manchados de mierda Sarkozy, Cameron, Blair, Zapatero, Berlusconi, Clinton y una interminable lista de empresarios... Pero todo eso que hace que miremos con total desconfianza y asco a los promotores de la intervención no sirve para descalificarla. No, queridos demagogos, no es por petróleo, porque el petróleo ya lo tenían con Gadafi y el futuro es impredecible -Se nos olvidan los aviones llenos de trabajadores de petroleras europeas en los primeros días de la rebelión saliendo de Libia, donde vivían tan ricamente. No, queridos demagogos; no se puede decir No a la guerra ahora, cuando la guerra empezó hace un mes y la empezó
Gadafi. Hay que ser casi tan hipócritas como los examiguitos de Gadafi para en una misma pancarta llevar los lemas "Con las revueltas de los pueblos árabes" y "No a las intervenciones". Porque corréis el riesgo de que se os pregunte "Y entonces qué harías tú" ante lo que la única respuesta no balbuceante que he leído ha sido "Yo no tengo la varita mágica para resolver la situación". Queridos amigos pacifistas, os parecéis mucho más de lo que pensáis a la llamada "comunidad internacional"; nunca estáis cuando se os necesita.
Sí, es cierto, hay cientos de resoluciones de la ONU sin cumplir -Israel tiene el record-, y guerras de todo tipo de las que nadie se acuerda. Da hasta risa pensar que los mismos EE.UU. que no reconocen al Tribunal Penal Internacional puedan entregar a Gadafi a ese mismo Tribunal. Si aquí interviene Occidente -tarde, muy tarde, que no se nos olvide- no es, evidentemente, por motivos humanitarios. Una guerra larga o una rebelión derrotada pero con rescoldos activos puede poner en peligro el flujo de petróleo y gas; están las necesidades de índole electoral, sobre todo para Sarkozy, y está el ejemplo de Egipto y Túnez, revoluciones que comenzaron sin Occidente y asustando a Occidente, pero que se encauzan hacia inofensivas transiciones a la española; una vez más el gatopardiano "
Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi". Son intereses bastardos, como siempre y al servicio de los de siempre. Pero ¿Yqué pasa con los afectados? ¿Estarán los libios mejor o peor sin
Gadafi? ¿Acaso no han salido ganando egipcios y tunecinos echando a
Mubarak y
Ben Alí? Y sobre todo está la lección para el resto de los tiranos árabes:
Mubarak y
Ben Ali se equivocaron no aplastando a sangre y fuego las rebeliones, pensarán si
Gadafi se sale con la suya. Desde el momento en que han comenzado los ataques sobre Libia, en Yemen
los militares empiezan a rebelarse contra el dictador y a proteger a los manifestantes. En Siria, hasta ahora inmune a las revueltas, ya se dan los primeros movimientos contra la dinastía baazista.
No es la legitimidad de atacar al régimen de Gadafi lo que hay que discutir, sino la necesidad de ir más allá de la llamada exclusión aérea. Como no soy pacifista creo que Gadafi merece tener el mismo fin que aquellos tiranos a los que derroca el pueblo, el mismo que Ceaucescu o Musolini. Pero eso, como todo respecto a su futuro, son los libios quienes tiene que decidirlo, o deberían serlo. Si Gadafi gana la guerra nada podrán decidir, si la pierde mediante una intervención extranjera, no está claro que se les deje decidir, pero es seguro que peor no van a estar. Mejor, probablemente.