viernes, 15 de agosto de 2008

Wall-E, un clásico instantáneo

Cuando las películas te cambian la vida


Hay una sensación que el aficionado al cine experimenta en muy escasas ocasiones, pero cuando la vive, no se olvida. No es malo que sea así, si todo fueran obras maestras perderíamos la ilusión de encontrarlas entre la basura. Es esa sonrisa que llega de una oreja a la otra al salir de la sala, es el "¡hostias!" que estás a punto de soltar en algunos momentos de la proyección, es, al fin y al cabo, la sensación única que supone vivir un momento histórico siendo plenamente consciente de que lo es.


Lo que he vivido la primera vez que he visto Wall-E sólo me ha ocurrido otras dos veces en una pantalla de cine. Hay otras muchas películas con las que he tenido la sensación de obra maestra instantánea, títulos de todos los géneros, descubiertas en un cine o en la pantalla de la tele, algunas más grandes e influyentes en la historia del cine que las que voy a citar, pero es que Wall-E está íntimamente relacionada con otras dos cintas únicas que han marcado mi vida como espectador de cine; una es 2001, una odisea del espacio -Wall-E está llena de homenajes muy explícitos a la cinta de Stanley Kubrik- y la otra, A.I. Inteligencia Artificial, la herencia de Kubrik que recogió Spielberg -espero que no queden tarugos a quienes a estas alturas aún haya que explicarles por qué A.I. es una pelicula arrebatadoramente moderna y una obra maestra revolucionaria, puro riesgo formal y filosófico y no la cursilada ternurista que los analfabetos cinematográficos pretenden-. Las tres películas nos hablan de lo mismo, la evolución de la especie humana, la relación del hombre con las máquinas que crea y de las máquinas entre sí. Las tres son distopías aterradoras. Las tres optan por el modelo de La Odisea: el viaje y la aventura como fuente de conocimiento y de evolución. En un momento dado hay que soltar amarras en pos del conocimiento o la redención. 2001 es la menos pesimista, deja la puerta abierta a un superhombre nietszchiano que no sabemos sí vendrá para mejorar la especie o no. A.I., con su explícita referencia a Pinocho, nos plantea que no es el razonamiento más sofisticado sino el sentimiento más simple lo que marca un estadio evolutivo más elevado, y la necesidad de dar y recibir cariño lo que para las máquinas significa el reto de la evolución de las especies.


En Wall-E el horizonte distópico que se nos plantea es el más atroz que cabe imaginar, y lo interesante es que se logra una película apta para todas las edades en la que no se nos escamotea el horror de un futuro en que el planeta es un desierto de residuos, del que el ser humano ha desertado hacia el espacio sin aprender la lección, preso del consumismo, esclavo de las grandes corporaciones, infantilizado por la publicidad, pusilánime, vago, gordo y atrofiado. Sin embrgo, la especie humana no ha perdido del todo su capacidad creativa, es capaz aún de retomar las riendas, pero eso sólo es posible mediante un proceso revolucionario, en el que la ayuda de las máquinas será esencial.

Claro que en Wall-E, el ser humano es sólo un actor secundario, es la máquina la protagonista, y es ahí donde Wall-E se convierte, no ya en la mejor película de animación de la historia del cine, que lo es -no me sonroja en absoluto la hipérbole, tiempo al tiempo- sino en autentica poesía visual que habría hecho las delicias de Picabia, Duchamp y Marinetti. Qué lejos de todos los prodigios de la reciente animación digital que suelen ser colecciones de gags mejor o peor ensamblados, esto habla otro idioma; está una obra que nos habla del fetichismo de una máquina hacia otras más primitivas -la fascinación de EVA y Wall-E por un encendedor Zippo-, que logra para Wall-E el Sancho Panza perfecto en la minimalista cucaracha que apenas es una línea de color, que transmite más emoción con los dedos metálicos del robot chatarrero cuando se cruzan en esa mezcla de expectación, resignación y amor que los mohines de cientos de actores de carne y hueso, o que nos sitúa a personajes presos de su destino cuyo reto vital será romper con la función para la que han sido diseñados, Wall-E como humilde compactador de chatarra y EVA como mortífero robot explorador. Lo lograrán por amor, pero también por un sentido del deber que se parece mucho a la conciencia, y, en el caso de Wall-E también por salvar a la especie humana cuyos recuerdos colecciona compulsivamente y admira cuando se encierra en su contenedor a cuidar su colección de objetos y ver una y otra vez Hello Dolly.

Por supuesto es la primera media hora de la historia, la parte de la narración que transcurre en la tierra y que es puro cine mudo, donde Wall-E alcanza la perfección, es cuando asistimos a una obra radical y vanguardista, pero Andrew Stanton y Pixar nos reservan momentos cautivadores durante el resto del metraje. Así lo que comienza como un gag divertido, el baile en el exterior de la nave con Wall-E propulsándose con un extintor,
y que acaba recordando a las maravillosas escenas en el espacio abierto a ritmo de vals de 2001, es de tal belleza que justificaría por sí sola toda la película. La batalla por el control del crucero espacial de los humanos no se resuelve al estilo del moderno cine de acción con sus dosis calculadas de suspense y espectacularidad; tiene una estructura narrativa compleja y llena de sorpresas. Hasta el factor cómico, la banda de robots defectuosos que lidera la rebelión, se resuelve de forma nada convencional: Son locos escapados de un sanatorio, y entre ellos va un temible robot psicópata que, por fortuna, está del lado de los buenos, pero hace una escabechina entre los agentes del orden.

Son innumerables los detalles que convierten a esta película de animación en una obra vanguardista y arriesgada, mucho más allá de la preciosa historia de amor y amistad, de la incómoda denuncia ecologista, y del deslumbrante despliegue visual que también es, pero aunque las críticas están siendo unánimes a favor, es de esa radicalidad de lo que muchos no se enteran. Leo en EP3 una de esas reseñas-píldora a las que se ha visto reducida la crítica cinematográfica en estos tiempos de pereza mental, con una pega: "Una pena que no se incida lo suficiente en el mismo (uno de los más preocupantes planteamientos de ciencia-ficción de los últimos tiempos, escribe antes), en favor de reforzar la vertiente más tierna del argumento, como es costumbre en la casa" ¿Hemos ido a la misma película, A.S.B.? ¿Te has enterado de algo?

Wall-E, incluyendo homenajes a otras cintas, -el parecido del protagonista con E.T. es evidente y las llamadas a 2001 son constantes en la segunda parte- escapa del modelo referencial y la sobredosis de citas tan de moda en el cine de animación. Contiene incluso guiños extracinematográficos a la propia tecnología: El robot Wall-E se reinicia con el sonido de los viejos mac y mucho se ha escrito del parecido de EVA con los iMac blancos, por algo Steve Jobs es el jefe de todo esto. Wall-E viene del autor de la excepcional Buscando a Nemo, pero ésta película, o Los Increibles, o Toy Story, en toda su genialidad se quedan a años luz de un producto que va mucho más allá de lo que Pixar ha significado hasta ahora en términos de innovación. Wall-E trasciende a sus creadores y viene a reclamar su lugar entre los clásicos que cambian el cine y que le cambian la vida al espectador de cine.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Fede, yo he sentido lo mismo, y eso que aun no le he podido ver completa; ahora, sí, la he podido tocar y armar en pedacitos, rollos, qué lujo, ¿eh?
Un abrazo, te tengo dos invitaciones para el "bajo las estrellas" de graná, ervergeles, sí...
Nos vemos pronto.
Un beso de la Su.

Anónimo dijo...

Verdaderamente una de las mejores películas de la historia y la mejor de Pixar, completamente perfecta.
Excelente reseña también.