miércoles, 9 de julio de 2008

Pantagruel en Hokkaido

Por intoxicación o detonación ¿Cómo prefiere ver morir a los líderes del G-8?

Público reconstruye en su portada el menú de 19 platos -"Delicias de la tierra y el mar"- elaborado por 25 cocineros que en el Hotel Windsor de Hokkaido degustaron los superlíderes mundiales tras la reunión del G8 en la que supuestamente debía abordarse la crisis alimentaria mundial. La primera pregunta que me hice fue si para elaborar uno de los entrantes, el maíz relleno de caviar, reclutaron un ejército de niños orientales para que rellenaran uno a uno los granos con huevas a cambio de un plato de arroz blanco, claro que con una subida del 275% en el precio del arroz los niños tal vez se tuvieran que conformar con una sopa aguada. En el intervalo que va del entreplato al prepostre, los Merkel, Bush, Sarkozy, Berlusconi, Medvedev, Durao, Fukuda, Harper y Brown tuvieron la desfachatez de eructar que los países pobres son unos proteccionistas y así les va. Pero estas ofensas a los muertos de hambre del mundo y al mismísimo sentido común no merecen las excusas que sí dieron a Berlusconi por el perfil biográfico distribuido entre los periodistas estadounidenses en el que se calificaba de polémico líder de un país corrupto.

La segunda foto –y que no ha necesitado reconstrucción pues ha sido facilitada a todos los medios como el gesto simpático de la cumbre- está en la portada de El País, y es la de los superlíderes plantando un pino cada uno, una aportación contra el cambio climático sin duda más efectiva que las tacañas medidas que han acordado tomándonos el pelo una vez más con la reducción de emisiones. Ante ambas fotografías se me ocurren dos hermosas posibilidades. La primera sigue el guión de Rafael Azcona para La Grande Bouffé y consiste en encerrar a los superlíderes obligándoles a a devorar menús diarios de diecinueve platos hasta que revienten. Pero como eso requeriría un dispositivo y un gasto considerable vería más efectivo que una oportuna infección bacteriana en los bulbos de azucena, o una buena concentración de anisakis caníbales en los rollitos de anguila den buena cuenta de ellos entre estertores y diarreas. La otra opción es que en el momento de la plantación de arbolitos la pala de uno de los mandatarios tropiece con un proyectil norteamericano que yacía semienterrado desde la Segunda Guerra Mundial y los superlíderes acaben listos para sashimi. Qué mejores pruebas de la existencia de un Dios justo serían esas. Se aceptan peticiones: detonación o intoxicación.

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