domingo, 6 de julio de 2008

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De romería

Llega el Día del Orgullo Gay y quienes cuentan manifestantes calculan invariablemente el millón de participantes en la romería de Madrid, igualito que en la del Rocío. Aunque evidentemente siento mayor simpatía hacia la reivindicación igualitarista y festiva madrileña que a la iluminada devoción marismeña, una común alergia me impide ser romero en ambos casos. Celebro que uno o una pueda festejar en las calles lo que siente –aunque prefiero el orgullo por lo que se hace y no por lo que se es- mediante un carnaval sin complejos, pero me desagrada ver en la marcha anual de Madrid reflejada una deriva que sitúa al movimiento gay a la sombra del poder y le vuelve domesticado, inofensivo y sometido a poderosos intereses económicos.

Huele a chamusquina ver en la cabecera de la manifestación a una ministra, y al omnipresente Pedro Zerolo, símbolo de una complicidad que está convirtiendo un movimiento heterogéneo y anarquista por naturaleza en el brazo rosa del PSOE. Claro que al querer garantizarse el voto gay los socialistas no se dan cuenta de que con tanta normalización los gays pronto votarán sin complejos a Gallardón. El Gobierno socialista ha entregado a homosexuales y lesbianas un caramelito, el matrimonio, que obliga a pasar por el aro de una institución caduca para acceder a la igualdad de derechos, mientras se sigue discriminando a las parejas de hecho -homo o heterosexuales- sin adopción ni herencia y sometidas a cambiantes legislaciones autonómicas. A cambio de tan magro reconocimiento buena parte de los gays se sienten satisfechos en un modo de vida pequeñoburgúes, felices en su barrio-gueto.

Por desgracia frente a la opción pluralista se está imponiendo la comunitarista, que considera la opción sexual una identidad y busca la uniformidad ideológica, cultural y estética de los miembros de la comunidad gay. Mientras el modelo pluralista considera el ambiente como un espacio de ocio gratificante, el comunitarista cree que no se puede vivir fuera de él. Considera la homofobia connatural al heterosexual y para defenderse adopta prácticas sectarias -los absurdos restaurantes gays, agencias de viajes o de reparaciones gay, literatura o cine rosa…- alimentando a un nuevo poder económico, el euro rosa, que vuelve al gay competitivo, clasista, insolidario y creyente entusiasta en la fe capitalista. Hay críticos, claro: Con el lema “No a las olimpiadas gay, sí a los gays en las Olimpiadas” la Fundación Triángulo ha iniciado una campaña contra las Olimpiadas Gay de Barcelona, que hacen de la visibilidad un lucrativo negocio. Pero somos minoría quienes reivindicamos el carácter insurrecto y la estela de marginalidad underground que no debería perder un movimiento que en sus expresiones culturales ha cambiado la bendita sordidez de Genet, Isherwood y Pasolini por la revista Zero –y sus anuncios de calzoncillos a precios escandalosos- o los himnos de Fangoria.

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