Tu forma de vida incluía el unifamiliar en las afueras y eso implicaba no uno sino dos coches en casa, y la moto primero y el tercer coche después para el chaval que no tiene la culpa de que sus padres se fueran a vivir a la mejor zona residencial de la quinta puñeta, y que ha crecido en esos mismos valores y ahora no conoce otros. ¿Y cómo te planteas salir de ésta? El albañil que vio el cielo abierto y se metió a constructor ¿volverá ahora a la obra? ¿En qué obra le darán trabajo? Claro que igual supo guardar el suficiente dinero B para capear el temporal, porque ese dinero B fue otro grial de los buenos tiempos. Ahora por favor, no llames a la Policía si un día esa casa vacía que no puedes vender te la encuentras ocupada. A quienes pagamos a la Policía no nos gusta que pierda el tiempo en salvarte el trasero, paga matones con tu dinero B.
Era tu escala de valores, la impusiste y nos trataste de infelices a los que no la compartíamos, a los que preferíamos, ya que –sin aspavientos- podíamos permitírnoslo, cuidar los placeres del cuerpo y del alma, ir al cine, a conciertos, viajar, comer bien, comprar libros, ropa bonita o hasta salir a ligar y volver en autobús a nuestro piso de lo más normalito, de alquiler o de cuando la propiedad era asequible, ah, y por lo general en un barrio en el que se puede ir andando a comprar el pan. “Ideal para inversión” se leía en los anuncios de venta de viviendas cuando éstas estaban muy deterioradas. Al final todo era ideal para inversión, firmabas hipotecas que eran pactos con el diablo pensando en que invertías en futuro, en que tu casa, o la casa que comprabas para dejarla vacía, se revalorizaría más y más, sacarías una pasta. Invertiste en el monstruo que te está devorando. Tú y otros como tú construíais carísimos castillos en el aire, pero ahora ¿qué vas a hacer con tanto ladrillo sin vender? Es tu problema, a mi me olvidas. Mi simpatía deja que la invierta en los más débiles, en quienes ya estaban en el agujero y hoy siguen estándolo.