España ya no es roja,
España no es azul.
España ahora y siempre
es negra como el betún
(Def Con Dos
"Veraneo en Puerto Hurraco", 1991)
(Def Con Dos
"Veraneo en Puerto Hurraco", 1991)
No es la referida en la canción de Def Con Dos la España negra de la que quiero hablar en esta entrada; tampoco la de los truculentos sucesos reales que magistralmente registró Margarita Landi en el semanario El Caso y recopiló para TVE Pedro Costa en la serie La Huella del Crimen; ni los tremebundos hechos imaginados por Andreu Martín, Juan Madrid o Francisco González Ledesma en novelas y relatos. No; viajaré casi un siglo en el tiempo para encontrarme con La España negra, libro de viajes por un país que hoy pretendemos no reconocer que el pintor, grabador, dibujante y escritor expresionista José Gutiérrez Solana publicó en 1920 y la editorial Comares reeditó hace ahora diez años en la colección La Veleta dirigida por Andrés Trapiello. Hoy la obra está descatalogada y sólo puede adquirirse en el mercado de segunda mano. Aquella reedición de Comares que acabé extraviando la adquirí en la Feria del Libro de Granada de 2005 el mismo día que visité una exposición de sesenta cuadros y grabados de Solana cedidos por la Fundación Maphre en el carmen de la Fundación Rodríguez Acosta, una de las cumbres arquitectónicas del siglo XX en España junto a las obras de Gaudí desperdigadas por Barcelona, el Garraf, Astorga, León y Comillas.
El libro de Solana, imbuido de tremendismo como su pintura heredera de las pinturas negras de Goya, e influido por el expresionismo de principios del siglo XX al igual que toda su obra plástica, comienza por el Prólogo de un muerto, en el que el autor se retrata como si acabara de fallecer y no pudiera moverse ni comunicarse. Desde ahí sigue un recorrido desordenado y a salto de mata por lo que podríamos llamar la España profunda, de costumbres bárbaras y ritos chocantes, que culmina con el regreso al viejo Café Pombo de la calle Carretas y a la tertulia -inmortalizada en un cuadro por el propio Solana- que allí presidía Ramón Gómez de la Serna, a quién está dedicada La España negra.
Pretendemos hoy no conocer aquella España que nos avergüenza pero que se parece demasiado a la nuestra porque parte de lo peor de ella permanece. ¿Cómo no identificarnos con aquellos marineros holandeses que se ganaban una tunda por no descubrirse al paso del Corazón de Jesús? Dejando a un lado las esencias carpetovetónicas, no está la ciencia en la España del XXI -y no por culpa de los científicos- muy lejos de las colecciones de tenias conservadas en alcohol de una botica abulense que describía Solana: La solitaria del gobernador de Ávila se leía en uno de los frascos... la del canónigo don Pedro Carrasco, gorda y bien alimentada... y la amarilla y delgada de no comer, la del maestro de escuela. Al repasar este capitulo no puedo evitar acordarme, como entusiasta de los viejos museos de historia natural, del Museo de Ciencias del Instituto Padre Suárez en la Gran Vía granadina, un venerable liceo de 170 años de antigüedad que tuvo bachilleres tan ilustres como Federico García Lorca y Francisco Ayala. Junto a vetustos microscopios e instrumentos científicos, este fascinante museo muestra en sus cuatro salas abiertas al público en 1995 colecciones de rocas y minerales, muestras de arqueología científica y esos hipnóticos frascos que conservan en formol y otras sustancias fetos, criaturas deformes y fenómenos de la naturaleza. Te quedas boquiabierto. Será negra y extravagante, pero merece la pena adentrarse en esa España; su fascinación es imborrable.
Ramón Gómez de la Serna en el Café Pombo pintado por Solana |
Distintos especímenes del Padre Suárez |
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