domingo, 10 de mayo de 2015

El arte de la impostura

Enric Marco en los periódicos de 2005






































La manoseada cita de Groucho Marx "Tengo unos principios, pero si no le gustan tengo otros" me viene al pelo para hacer un cierto elogio de lo que llamaré el arte de la impostura, esto es, la capacidad de algunas personas para tomar el pelo a sus semejantes haciendoles ver épica y heroismo donde sólo hay medianía acomodaticia, arte auténtico en la falsificación más o menos hábil y, en general, lo que es en lo que no es aunque quisiera serlo. La primera parada ha de ser, por reciente, la novela de no ficción El impostor de Javier Cercas, la peripecia, en parte real, y en parte dramatizada, con mucho edulcorante, eso sí, de Enric Marco, que para su propia gloria y a la postre vergüenza se inventó un pasado de prisionero de un campo de concentración nazi que hizo derramar no pocas lagrimas y de luchador antifranquista. Cercas advierte que pretende entender pero no justificar al embaucador -dos conceptos que Primo Levi equiparaba en su trilogía de Auschwitz: entender es justificar, mantenía-. Este intento de comprensión y su afirmación de que toda historia colectiva tiene una mentira dentro y que Marco, es decir, falseadores de nuestro propio pasado, lo somos todos, granjeó críticas a su autor de quienes sólo admiten una Historia con héroes y villanos bien definidos en la que el malo siempre es el otro -esos demócratas de toda la vida sin ayer que crecieron como setas en la Transición- y especialmente de los paladines de la memoria histórica, un concepto que el escritor considera un oxímoron -la memoria es personal, parcial y subjetiva, mantiene, mientras la Historia aspira a ser colectiva, total y objetiva- Su Enric Marco tiene bastante en común con el embustero que protagoniza El adversario de Emmanuel Carrère.

No era la primera vez que Javier Cercas recibe críticas extraliterarias parecidas: en la novela Soldados de Salamina por atreverse a hacer protagonista al falangista fugitivo Rafael Sánchez Mazas y en el ensayo Anatomía de un instante los conspiracionistas  quedaron muy decepcionados porque no implicara al entonces rey Juan Carlos I en la intentona -el autor considera que el rey paró el golpe de estado, no lo incitó, pero sus irresponsables guiños y chalaneos con la élite militar posfranquista y su indisimulada ojeriza  hacia Adolfo Suárez propiciaron el clima adecuado para el golpismo-. El 23 de febrero de 1981 fue también el tema del polémico falso documental de Jordi Évole Operación Palace. El género no era nuevo en absoluto; recuérdense La cara oculta de la luna -A funny thing happened on the way to the moon. Bart Sibrel, 2001- , La verdadera historia del cine -Forgotten silver. Peter Jackson, 1995- o Autopsia de un alienígena -Alien autopsy. Jonny Campbell, 2006-.  Pero fué el maestro Orson Welles quien en F for fake -Vérités et mensonges, 1974- nos hizo dudar de nuestra sombra con su reflexión sobre autenticidad y autoría en la historia  -ésta sí real- del falsificador de obras de arte Elmyr de Hory que él mismo interpreta. No puedo permitirme dejar de lado el gigantesco follón  en toda América que el propio Welles al frente de su Mercury Radio Theatre formó a través de las ondas de la CBS el 30 de octubre de 1938 con la emisión de su versión trucada de La guerra de los mundos.
Matt Damon como Tom Ripley
Regresando de los medios modernos a la literatura es obligado referirse a uno de los más conocidos impostores de la literatura, el protagonista de buena parte de la obra de Patricia Highsmith, Tom Ripley.  El astuto Ripley suplanta a su amigo y víctima Dickey Greenleaf -que aparentemente reaparece en la quinta novela, Ripley en peligro- en El talento de mr. Ripley y al pintor Philip Dewartt en La máscara de Ripley. Puedo continuar con muchos otros ejemplos de célebres imposturas, aunque nunca tan épicos ni tan gloriosos, pues pueden ir de las modernas sagas cinematográficas de acción -sería el caso de Jason Bourne, siempre obligado a transformar su identidad como un camaleón por su propia seguridad, hasta lo chusco -no sé si conocerán el caso real del estafador  español José Manuel Quintia Barreiros,  que en los años sesenta del siglo pasado se hizo pasar por un alto mando militar para prometer a varios empresarios jugosos contratos con el Ministerio del Ejército y que, después de obtener un importante adelanto (en total 1300 millones de pesetas), desaparecía (ya saben lo que dicen de la avaricia), pero seguro que recuerdan los casos más recientes y probablemente más ridículos de la falsa articulista Amy Martin y de Francisco Nicolás (el pequeño Nicolás)-.
Zelig mimetizándose con unos doctores
En fin, que impostores hay muchos más de los que pensaban y para todos los gustos: algunos, como Enric Marco, buscan destacar y otros mimetizarse y pasar desapercibidos, como el Zelig -1983- de Woody Allen -donde un impostado falso documental es una técnica para incrementar la comicidad-;pero la mayoría son sólo sinvergüenzas inofensivos y caraduras simpáticos.

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