Los seguidores de los documentales en la sobremesa de la 2 -que pretenden ser muchos más de los que muestran los índices de audiencia- saben que en la sabana los depredadores jamás combaten los unos con los otros. Hienas y leones se gruñen y se rugen, el chacal y el veloz quepardo bufan y fanfarronean pero sin llegar a mayores; hay una entente cordial: puede ser que el que más ruido hace se lleve la mejor pieza, pero el otro sabe que al final habrá festín para todos a la hora de repartirse los restos del ungulado más débil de la manada.
El hambriento cocodrilo se zampa al pobre ñu |
En la realidad que vivimos de puertas afuera del Serengeti las presas somos usted y yo; como lo pueden ser un espacio natural, una superficie agrícola o un casco antiguo, cuando no es el dinero y el patrimonio de todos. A menudo los carnívoros y cazadores carniceros se los zampan de un mordisco, gruñéndose y amenazándose entre sí, pero jamás atacándose o dañándose entre ellos. Al contrario, lobos y grandes felinos estarán de acuerdo en vendérnoslo como sacrificios por el bien común. El resultado puede ser un inútil puerto deportivo, un campo de golf para aburridos podridos de billetes o una urbanización en mitad de la nada. Si hace falta se cambian unas cuantas leyes y entre ellos será un aquí paz y después gloria. Los coyotes corruptores y los chacales deseosos de ser corrompidos babean de gula. Los predadores, tan amigos, se reparten el Serengeti mientras el espectador ronca en su chaise loungue.
Basado en un artículo publicado en Granada Hoy en junio de 2009
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