domingo, 8 de abril de 2012

En el centro comercial



 
Ha sido el plan de la Semana Santa. Toda la familia pasando la tarde en el nuevo centro comercial. Sus pasillos y accesos se convertían en un infierno poblado por hordas de caris -”Cari, ¿me llevas al centro comercial nuevo?” “Claro que sí, gordi”-. Hoy ocio consiste en compras, cine de palomitas -o mejor expresado, palomitas acompañadas de alguna bazofia en 3D- y picoteo dentro de un espacio cerrado de luz artificial, multitudes y uniformidad. Un lugar desarraigado del territorio, donde no distinguimos si estamos en Granada o en Kuala Lumpur: Idénticas marcas, productos clónicos, reino de las franquicias.

Al centro comercial acudes a comprar sin saber qué; esperas que brote el deseo de consumir, porque entre sus paredes eres más manipulable que cuando acudes a un mostrador con las ideas claras.
Miras a la multitud y preguntas ¿dónde está la crisis? Pero te das cuenta de que la mayoría salen sin bolsas. En tiempos de vacas flacas hay que contar con  la imposibilidad material de consumir, pero en tal caso tampoco importa. El centro comercial es la plaza pública donde se estructuran las relaciones, la calle por donde la ciudadanía pasea, liga, se encuentra con conocidos, con una diferencia: No te puedes detener a menos que gastes.



Uno se reconoce consumista, pero prefiere el aire libre, el centro urbano, el lugar al que se acude a pie o en transporte público, aunque sea un paisaje conquistado también por las franquicias, y pide a gritos a las tiendas tradicionales que se pongan las pilas y sobrevivan. Existen otra clase de centros comerciales, agrupaciones de comerciantes individuales con una filosofía muy distinta: el Mercado de Fuencarral en Madrid o los Stables de Candem en Londres.
No es el caso de Granada, donde pronto abrirán otros dos monstruos despersonalizados, si no son ciertos los rumores de que Tomás Olivo no tiene un euro para seguir adelante con el Nevada.
A estos lugares el comprador acude en coche privado y se crea la falsa ilusión de pagar menos al no contabilizar los gastos de combustible, aparcamiento, y tiempos de desplazamiento. Por no hablar de los atascos. El centro abierto esta Semana Santa ha provocado retenciones y molestias que esta vez no han hecho a los vecinos colgar pancartas de protesta en los balcones como sí hacían contra el mercadillo de los sábados. ¿Será que estos no son vendedores pobres ni gitanos? Yo tras la apertura, no puedo evitar acordarme -y dejar aquí constancia- de otro daño colateral del nuevo recinto. Durante su construcción y larga paralización dos perrillos vigilaban las obras soportando fríos, lluvias y solanas. Hoy ya no hacen falta y, sustituidos por la habitual seguridad uniformada, vagan abandonados por los barrancos del Serrallo.



"Gran Superficie", documental completo (58')

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