domingo, 6 de noviembre de 2011

Patentados

Grave revés para la ciencia, alarma entre la comunidad científica mundial, freno retrógrado al progreso... Había en la prensa una unanimidad tan sospechosa como en el linchamiento mediático a Papandreu. El toque a rebato era por la decisión del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de que los tratamientos o las investigaciones científicas que empleen células madre embrionarias no podrán ser patentados.
Los medios recogían la inquietud de una supuesta comunidad científica internacional: La prohibición de patentar terapias surgidas de células madre desincentivará la investigación, dejará sin esperanza a los enfermos de parkinson o alzeimer y promoverá la fuga de investigadores europeos a Asia y América.


Veladamente las informaciones vinculaban la decisión judicial con las ideas reaccionarias de sectores ultracatólicos, que evidentemente han aplaudido la sentencia. Pero, ¡vaya!, la denuncia no partía de ninguna secta religiosa, sino de Greenpeace que, al contrario que los integristas, no se opone a la investigación con células madre, sino que pretende evitar que los resultados se privaticen y sus beneficios queden fuera del alcance de los países más pobres. Miren por donde no preocupaban los enfermos, preocupaban los mercados.


No comparto el fundamentalismo antitransgénicos de los grupos ecologistas –con la mejora genética de los alimentos, desde la iniciativa pública y con un estricto control pueden obtenerse victorias contra el hambre-, y reconozco que la explotación de patentes estimula la investigación y recompensa costosos trabajos científicos, siempre que se patente lo razonablemente patentable. Pero desconfío de las empresas privadas que mercadean con dichas patentes.


El intento de patentar células humanas es otra vuelta de tuerca en la aplicación de la propiedad intelectual a las especies, cerrando el cerco en torno a la nuestra. Como ocurrió con la creación cultural tras la irrupción de Internet, el concepto y las normas de propiedad intelectual se han quedado obsoletos ante los intentos de las multinacionales para patentar plantas, microorganismos, animales, procesos biológicos o segmentos genéticos humanos

Ríos de tinta han corrido respecto al agresivo monopolio alimentario de Monsanto, que deja a Microsoft y Apple como unos angelitos. Patenta semillas que las comunidades rurales llevan siglos cultivando y mejorando, venden las semillas, castradas para que produzcan plantas estériles –las famosas Terminator-, y compra las cosechas imponiendo precios y prohibiendo a los agricultores que comercien con el producto vegetal. Hace cinco años
Monsanto controlaba el 10% del mercado de semillas de soja; hoy tiene el 90%. Los piratas biológicos despliegan a sus bioprospectores por todo el planeta recogiendo saberes milenarios que patentan como si fueran hallazgos propios. No cuesta imaginar los mismos métodos aplicados al desarrolllo de la vida humana y al tratamiento de las enfermedades de quien pueda pagarlo. No, esto no es contra la ciencia, es contra el mercado. 

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