Grave revés para la ciencia, alarma entre la comunidad científica mundial, freno retrógrado al progreso... Había en la prensa una
unanimidad tan sospechosa como en el linchamiento mediático a Papandreu.
El toque a rebato era por la decisión del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de que los
tratamientos o las investigaciones científicas que empleen células madre embrionarias no podrán ser patentados.
Los medios recogían la inquietud
de una supuesta comunidad científica internacional: La prohibición de
patentar terapias surgidas de células madre desincentivará la investigación, dejará sin esperanza a los enfermos de parkinson o
alzeimer y promoverá la fuga de investigadores europeos a Asia y
América.
Veladamente las informaciones vinculaban la decisión judicial con las
ideas reaccionarias de sectores ultracatólicos, que evidentemente han aplaudido la sentencia. Pero, ¡vaya!, la
denuncia no partía de ninguna secta religiosa, sino de Greenpeace que,
al contrario que los integristas, no se opone a la investigación con
células madre, sino que pretende evitar que los resultados se privaticen
y sus beneficios queden fuera del alcance de los países más pobres.
Miren por donde no preocupaban los enfermos, preocupaban los mercados.
No comparto el fundamentalismo antitransgénicos de los grupos
ecologistas –con la mejora genética de los alimentos, desde la iniciativa pública y con un estricto control pueden obtenerse
victorias contra el hambre-, y reconozco que la explotación de patentes
estimula la investigación y recompensa costosos trabajos científicos, siempre que se patente lo razonablemente patentable. Pero desconfío de las empresas privadas que mercadean con dichas
patentes.
El intento de patentar células humanas es otra vuelta de tuerca en la aplicación de la propiedad intelectual a las especies, cerrando el
cerco en torno a la nuestra. Como ocurrió con la creación cultural tras
la irrupción de Internet, el concepto y las normas de propiedad
intelectual se han quedado obsoletos ante los intentos de las multinacionales para patentar plantas, microorganismos, animales, procesos biológicos o segmentos genéticos humanos.
Ríos de tinta han corrido respecto al agresivo monopolio
alimentario de Monsanto, que deja a Microsoft y Apple como unos angelitos.
Patenta semillas que las comunidades rurales llevan siglos cultivando y
mejorando, venden las semillas, castradas para que produzcan plantas
estériles –las famosas Terminator-, y compra las cosechas imponiendo
precios y prohibiendo a los agricultores que comercien con el producto
vegetal. Hace cinco años
Monsanto controlaba el 10% del mercado de semillas de soja; hoy tiene el 90%. Los piratas biológicos despliegan a sus bioprospectores por todo el planeta recogiendo saberes milenarios que patentan como si fueran hallazgos propios. No cuesta imaginar los mismos métodos aplicados al desarrolllo de la vida humana y al tratamiento de las enfermedades de quien pueda pagarlo. No, esto no es contra la ciencia, es contra el mercado.
Monsanto controlaba el 10% del mercado de semillas de soja; hoy tiene el 90%. Los piratas biológicos despliegan a sus bioprospectores por todo el planeta recogiendo saberes milenarios que patentan como si fueran hallazgos propios. No cuesta imaginar los mismos métodos aplicados al desarrolllo de la vida humana y al tratamiento de las enfermedades de quien pueda pagarlo. No, esto no es contra la ciencia, es contra el mercado.
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