sábado, 20 de agosto de 2011

Martirio

El polaco Stanislaw Lem narra la historia del padre Oribacio, misionero galáctico que predicó el catolicismo en el planeta Urtama a los memnogos, las criaturas más serviciales, dulces y bondadosas de todo el Cosmos. En sus prédicas el tema favorito de Oribacio era el martirio de los santos. A los asustados memnogos les describía en toda su crudeza los suplicios de los perseguidos por su fe. Les explicaba que para un creyente no hay mayor aspiración que la santidad, y si por ello ha de sufrir tormento, las puertas del Paraíso se le abrirán de par en par. Los agradecidos y altruistas habitantes de Urtama decidieron recompensar al padre Oribacio facilitándole el camino de la santificación. Siguiendo fielmente sus homilías le despellejaron la espalda y se la untaron con pez al igual que a San Jacinto, le abrieron el vientre y se lo rellenaron de paja como le pasó a la beata Elisabeth de Normandía, tras lo cual lo empalaron como los emalquitas a San Hugo, le rompieron las costillas como a San Enrique de Padua y le quemaron a fuego lento igual que los borgoñones a la Doncella de Orleans.


El estúpido anhelo de sentirse mártires y perseguidos por sus
convicciones engorda tanto a las religiones como a muchos dogmas laicos. Qué sería del nacionalismo vasco sin sus presos o cómo se entenderían las masacres en nombre del Profeta sin la exaltación del martirio del hombre-bomba y su posterior recompensa, sean setenta huríes, el paraíso de los beatos o el edén independentista. Qué pintaban en la Puerta del Sol cientos de peregrinos de la visita papal, plenamente conscientes -ellos y quienes hasta allí los dirigieron- de que el lugar era parte del recorrido autorizado para una manifestación laica. Buscaban la fotogenia de unos mártires acosados mientras rezaban, pues si en algo es experta la Iglesia Católica española es en vender la imagen de una religión perseguida, contradiciendo su realidad histórica de secta favorecida y privilegiada por el aparato del Estado en el que sigue encastrada. En estos días del orgullo católico han tenido a su servicio la administración pública y las instituciones del Estado, pero han convencido a muchos de que están siendo hostigados por una furibunda horda atea que se ha llevado más hostias que todos los comulgantes de la JMJ juntos.



También tiene Granada su mártir laico. Estoy convencido de que a Federico García Lorca
le habría molestado su santificación por parte de quienes se escandalizan de que le lleve unas flores un presidente de Diputación igual de legítimo que su antecesor. A mi también me irritan las posiciones del PP de Granada sobre tapias, esculturas y memoria histórica, pero procuro no mezclar churras y merinas. No creo que un autor sea más importante en su muerte que en su obra, ni que deba ser rebajado a mártir al servicio de tal o cual causa.

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