Se lo dijo Pérez a Rodríguez. Sólo a Alfredo Pérez se le ocurriría la broma pesada de convocar en 20 de noviembre las elecciones que El País -el periódico de Pérez- había exigido el 18 de julio. Pero claro, ya no se sostiene ver al candidato Pérez enarbolando la bandera de la izquierda mientras el presidente Rodríguez y la vicepresidenta Salgado cumplen la hoja de ruta de los mercados. Para el PSOE la izquierda es esa endorfina que le salía por los poros a los españoles desde 2004 hasta el estallido de la crisis, droga euforizante que hace ver grandes conquistas donde apenas se hacen avances testimoniales. Cuando no han podido seguir pagándose la dosis diaria que les inhibía de la realidad han descubierto que tras el halo romántico y utópico de su líder se transparentan las garras de Botín, Alierta y Moody's.
El candidato Pérez no tiene tan complicada su reinvención como la credibilidad de la misma. Es hombre de recursos; si Rajoy no acepta preguntas, él es capaz de hacerse preguntas a sí mismo para evitar las de los periodistas. Pero era hasta anteayer el portavoz y vicepresidente de los recortes sociales, del rescate de bancos, del sí señor a los mercados. Ahora Pérez es el candidato del impuesto sobre el patrimonio que él mismo derogó; es el que propone las listas abiertas, él, que blindó el bipartidismo de forma que es casi imposible que a las próximas elecciones concurran nuevas opciones, quien pretende “abrir debates que están en la sociedad” y a los que su partido y su gobierno han sido sordos como una tapia.
Quien dice querer llevar la voz del 15-M a las Cortes, anteayer mandaba a la policía que seleccionaba según el aspecto quien podía y quien no acceder a la Carrera de San Jerónimo. Cuando anuncia que creará “el mismo impuesto a los bancos que Merkel, Sarkozy y Brown crearon en sus países”, reconoce que el gobierno socialista de Rodríguez y Pérez ha sido más sumiso con el poder económico que sus colegas conservadores europeos. Como un crío en Halloween llama a las puertas de los bancos: “¡Susto o muerte!”; pero era parte del gobierno que, presidiendo Europa, desobedeció al Parlamento que exigía una autoridad europea que supervisara el sistema financiero. Tras el candidato Pérez hay la misma sinsustancia que en el presidente Rodríguez: Otro traficante de endorfina capaz de euforizar a sus fieles, de hacerles creer en que de una democracia sorda y recortada, de una partitocracia solipsista, de un chapapote de corrupción, puede salir un cambio social.
Pérez no superará el reto de la credibilidad, así que más pronto que tarde optará por el discurso del miedo. Lo tiene más fácil: Quienes votan no a que el general Franco deje de ser alcalde honorario de Valencia o le suben un cincuenta por ciento el billete de metro a las clases humildes de Madrid, dan bastante miedo.
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