martes, 26 de julio de 2011

Conservadores y antisistema


Cuando el 23 de julio Anders Behring Breivik voló las oficinas gubernamentales del centro de Oslo, matando a ocho personas, y posteriormente asesinó a 68 jóvenes participantes en un campamento de verano del Partido Laborista en la isla lacustre de Utoya, se hizo una primera atribución del atentado a extremistas islámicos a partir de una falsa reivindicación. La derecha global, la de las guerras contra el terror, encantada. Resultó que no había sido cosa del moro, pero la derecha mundial, más encantada todavía porque ahora se hablaba de un antisistema. A ver que tardan en vincularlo al 15-M, vaticinaban algunos. A eso se agarran fervientemente desde los medios ultras españoles -La Gaceta-Intereconomía, Libertad Digital, Periodista Digital...- incluso después de que quedase meridianamente claro que aquel ario de pura cepa que como ellos detestaba la España de Rodríguez Zapatero era uno de sus cachorros, un fruto de la papilla de odio, racismo, cristianismo de cruzados, desprecio a los principios democráticos y justificación de la violencia que vienen suministrando a manos llenas a sus seguidores. Lo diré sin ambages: Uno de los suyos.

Anders Behring Breivik
Ahora esos mismos medios se afanan en hacer ver que el asesino de Oslo es simplemente un majara, un psicópata aislado con ideas de copypaste -Arcadi Espada dixit- y sólo el rojerío más recalcitrante se empeña interesadamente en establecer conexiones con las ideologías del lado oscuro. No es ahora, sino hace unos días cuando el bunker tenía toda la razón: Anders Behring Breivik es, efectivamente, un antisistema, como ellos mismos, como Rupert Murdoch y sus medios, como Dominique Strauss-Kahn ejerciendo el derecho de pernada, como los economistas que desde las universidades estadounidenses inoculan el veneno neoliberal en gobiernos y opinadores, como los tertulianos de la copa de vino en la mano y la ponzoña en la lengua, como el Tea Party, como los partidos del odio que emergen en el Norte de Italia, en Francia, Holanda, Rusia, Austria o la propia Noruega, como los partidos de la derecha convencional -esa que confunde populismo y democracia- que no dudan en tomar la misma deriva con tal de no ceder terreno, como las agencias de calificación y los especuladores que han organizado el mayor y más peligroso golpe de estado contra el sistema democrático, como los empresarios, corporaciones y cabilderos envalentonados que han emprendido una contrarreforma que sólo puede acabar en una restauración de nuevas formas de esclavitud o servidumbre, como tanto canalla como anda suelto y armado de micrófono, ordenador o mando en plaza.

Pero a la caverna le interesa vendernos la imagen del loco, a quien no hay que dar publicidad. No sea que alguien identifique sus ideas con las de la propia caverna.

Timothy Mc Veigh y Jared Lee Loughner







Porque si Anders Behring Breivik, con sus pamplinas templarias y todo, fuera solo un loco, si fuera tan simple, Timothy McVeigh, autor de los atentados de 1995 en Oklahoma City, lo sería también, y no un exmilitar ultraderechista que odiaba al Gobierno, adoraba las armas y creía en la supremacía blanca y cristiana. Y sería un simple orate el seguidor del Tea Party Jared Lee Loughner, que en enero pasado acabó con la vida de seis personas cuando intentaba asesinar en Tucson a la senadora demócrata por Arizona Gabrielle Gifford, a quien Sarah Palin situó bajo la mirilla de un rifle en un ingenioso mapa de los EE.UU. en el que localizaba a los enemigos progresistas a eliminar. No, ninguno de ellos es un psicópata, desequilibrados y fanáticos sin duda, un narcisista patológico que se muere por ser el ídolo de todos los pirados del mundo en el caso de Breivik, pero no locos aislados. De Breivik se van probando sus contactos y conexiones con ultraderechistas de distintos puntos de Europa. Se trata, sí, de antisistema. Antisistema que han llevado al extremo de la violencia indiscriminada el discurso que de forma más o menos matizada mantienen otros antisistema: Murdoch, Palin, Bossi, Aznar, Heider, Le Pen, Friedman, Rodriguez Braun, Espada, Sostres, Vidal, Wolfowitz, Mayor Oreja y tantos otros en los ámbitos de la política, la economía, la universidad y los media. En los más inteligentes apenas encontraremos rastros de fanatismo religioso o racial, no pierden el tiempo en tonterías, pero sí alimentan en los demás ese tipo de sentimientos para servirse del odio que generan.

Los medios de Rupert Murdoch son una fuerza antisistema. Es antisistema un modelo financiero que malgasta, se juega y pierde nuestro dinero y posteriormente recibe más dinero del nuestro para recuperarse. Es una premisa antisistema que ninguna autoridad democrática se imponga y vigile los movimientos del capital. Destruye el sistema el que los gobiernos electos se sometan a cualquier indignidad para salvar el culo a los inversores. No hay nada más antisistema que una religión que impone sus principios a quienes no la profesan y encima cobra del Estado por ello. Si un sistema exige que los trabajadores pierdan sus empleos y recorten sus sueldos y los ciudadanos se queden sin sanidad o educación gratuitas, es que es una falsificación del sistema, es que lo han destruido y reemplazado por otra cosa. Es antisistema que cuando los antisistema ponen en práctica su hoja de ruta se pretenda defendernos con la excepcionalidad: Si la prensa se extralimita, leyes mordaza, leyes antiterroristas si hay matones sueltos, estados de alarma ante una huelga...

Y es la presencia, la influencia y en casos tan extremos como el de Noruega, la acción de los antisistema lo que por oposición lo convierte a uno en un conservador. Nos vemos en la obligación de conservar los logros del estado del bienestar, el derecho a la negociación laboral, las pensiones, la educación, la salud, la libertad de expresión, la igualdad de oportunidades, una democracia hoy devaluada que alguna vez se aproximó a la verdadera representatividad. Quien iba a decirnos que nos veríamos defendiendo el capitalismo, entendido según los principios keynesianos de mercado regulado y vigilado por los poderes públicos, el capitalismo que cree en que el trabajador bien pagado es un motor económico, admitir que mientras era el modelo dominante fue la garantía de la prosperidad y una cierta justicia social, frente a los unabomber de la desregulación, los terroristas del dinero que defienden que el capitalismo es bueno para todos menos para ellos mismos, que exigen que el Estado esté detrás, subvencionando, rescatando o amparando con leyes su impunidad.

Pese a los ingenuistas, iluminados y frikis que han desenfocado el movimiento, descubrimos que la protesta social surgida en España el 15 de mayo es un movimiento en pro del sistema, de un sistema de democracia, libertad, prosperidad y justicia, un movimiento conservador de los valores, los derechos y la decencia. Los antisistema están enfrente, dando clases en la Universidad de Chicago, debatiendo en El Gato al Agua o emprendiendo cacerías humanas en una isla. En medio, los partidos convencionales tienen la obligación de dejar bien claro de que lado están. Guiñar el ojo estratégicamente o hacer estudiados gestos de simpatía como los del candidato Pérez Rubalcaba no basta. No son los Rubalcaba que tantas veces hincaron la rodilla ante los antisistema los que detienen a los antisistema antes de que hagan de las suyas.

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