lunes, 23 de agosto de 2010

Millán Astray cabalga de nuevo


De las serpientes de verano de 2010 la más ridícula y antipática es la falsa crisis de Melillla. Hacen pasar por disputa internacional lo que sólo son fuegos de artificio de consumo interno. No ha habido bronca entre estados sino gruñidos amplificados, en España por la derecha política y mediática para desgastar al Gobierno, mie
ntras en Marruecos el ruido en torno a Ceuta y Melilla busca, como siempre, desviar la atención de otros problemas internos.

Los servicios secretos de Mohamed VI reclutan a unos pob
res descerebrados para que griten y les llamamos activistas. Cuando estos perros ladran a España lo hacen para que se oiga en Marruecos. Sus acusaciones hacia los agentes españoles suenan cómicas para cualquiera que haya soportado a la corrupta y grosera policía fronteriza marroquí. Que se ensañen con las mujeres policía de frontera sólo prueba que son palurdos ignorantes y machistas, pero los hipócritas que aquí claman por la dignidad de esas agentes son los mismos que llaman modistillas a las ministras de Zapatero o zorra a una consejera de la Generalitat.

La nostalgia por la guerra de Marruecos es un atavismo de esa derecha española que encuadernaba el Blanco y Negro, añora a Millán Astray y el desembarco de Alhucemas y asusta a los niños traviesos con que Abd el Krim aparecerá en sus pesadillas. Para pescar en estas aguas revueltas y extremistas desembarcan en Melilla legionarios de salón como Esteban González Pons y el mismísimo libertador de Perejil, terror de las cabras sarracenas que pueblan el disputado peñasco, José María Aznar, marcando músculo ante el infiel. ¡Qué pesadez!



El debate sobre la españolidad de las ciudades africanas aburre a los monos de Gibraltar y lo rige lo emocional, no lo racional. Ni la historia ni la política son ciencias exactas; la geografía, más o menos, lo es. Y el mapa nos dice con tozudez que Melilla y Ceuta son restos de la presencia colonial europea en África. Pero no es menos cierto que en ambas orillas del Mediterráneo no hay nadie mínimamente interesado en modificar el statu quo. Marruecos necesita fronteras con Ceuta y Melilla. El Norte del país es una gigantesca olla a presión que sólo da problemas a la dinastía alauí. Melilla y Ceuta son las válvulas de escape de esa olla. La aduana, el comercio más o menos legal, el trapicheo y el clima de inofensiva corruptela implícito a lo fronterizo dan de comer a muchas familias. Por nada del mundo el Rey o el Gobierno de Marruecos cerrarían una espita que, además de evitar que les estalle el país en las manos, de vez en cuando se agita para entretener a los súbditos. Eso lo sabe muy bien el Gobierno español y hasta el PP, aunque por lo leído estos días haya quienes aún sueñan con ver a Millán Astray, manco, tuerto y estúpido, galopando de nuevo por las montañas del Rif.



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