martes, 17 de agosto de 2010

Origen, la seudociencia del sueño


Definitivo. No debo tener ni puñetera idea de cine. No puede ser que la crítica aplauda con unanimidad un producto que además arrasa en la taquilla y que a mí me haya parecido un truño pretencioso e insoportable. No debo haberme enterado de nada.


El descoloque me viene tras el visionado de Origen (Inception, 2010), de Christopher Nolan, cuyas dos horas y media me resultaron tan eternas como insufribles y cuyo buceo en los mundos oníricos a punto estuvo de dejarme grogui en algunos de los múltiples planos de la somnolencia por los que los protagonistas se mueven como peces en el agua. Pero no debo haberme enterado de nada. Todos los críticos de La Butaca dan a Origen una generosa lluvia de estrellas y alaban un guión milimetrado, un prodigio visual, una maravillosa inmersión en el subconsciente. Otros hablan de notable, intenso e hipnótico thriller de ciencia-ficción. Vas al Tomatómetro de la crítica estadounidense y los tomates frescos -las críticas positivas- son un apabullante 87%. Y la taquilla... 160 millones de dólares invertidos y ya van 360 millones recaudados. Esta claro, debo ser yo el equivocado, y todo me pasa por haber escogido la jodida pastilla azul y no estar abierto a dejarme llevar.



¿Pastilla azul?... um... Ya me sonaba tanta unanimidad, la coincidencia en proclamar una nueva revolución cinematográfica tras la que ya nada será igual, el consenso onanista en que no todo está perdido en el cine comercial, en que también puede haber inteligencia en un blockbuster -toma, claro, menudo hallazgo-. ¿Alguien se acuerda de Matrix (1997)? Aquello era el no va más, pura innovación tecnológica con aquellos planos ralentizados que una década después han quedado para las parodias, con esa estética gótico-futurista que los años han situado al nivel del primer Travolta -Neo era un hortera integral, y Morfeo, no digamos-; y cómo babeábamos con la supuesta carga filosófica tras la que sólo había vana palabrería, trascendencia de todo a cien y la jerga seudocientífica tan querida por el cyberpunk.

Pues sí, tras intentar en vano meterme en la película de Nolan -es difícil conectar con una historia que pone tanto empeño en tomarte el pelo-, y ver después los halagos que se le dispensan, estoy convencido de estar ante un nuevo fenómeno Matrix de obnubilación colectiva. Para empezar, lo primero que mueve a sospecha es que sea Christopher Nolan el director y guionista. Recordad que Nolan perpetró pretenciosas pajas mentales -con legión de seguidores- como Memento (2000) e Insomnia (2002) y aunque sus dos Batman -sobre todo El Caballero Oscuro (The Dark Night, 2008)- le redimen en parte, en ambas el segmento final revelaba que lo que más interesa a Nolan es curtirse en el cine de espectáculo pirotécnico y ruido, que es el que da pasta. Porque, no se engañen, el sobrevalorado Christopher Nolan en el fondo quiere ser Michael Bay y dirige más torpemente que Michael Bay la misma clase de espectáculo al que añade mucha cháchara, mucho mesianismo pero al final todo se resuelve a base de explosiones, tiros y trompadas que, eso sí, suenan que te cagas.

Ojo, no es legítimo reivindicar Origen como espectáculo circense y palomitero cuando queda tan claro que las pretensiones de trascendencia son exacerbadas. Porque esa inmersión más confusa que compleja en los mundos del subconsciente, tan recurrente en la filmografía de Christopher Nolan, se hunde en su propia fatuidad a poco que se compare con obras mucho menos ambiciosas y mucho más logradas con los sueños y la vigilia como materia prima. Sea desde un punto de vista cercano a la comedia -La ciencia del sueño (La science des rêves, Michel Gondry, 2006)- o con gravedad claustrofóbica -El Maquinista (The Machinist, Brad Anderson, 2004)-. O porque la enrevesada retórica con la que se nos da gato por liebre es tan hinchada y pedante como un álbum triple de Bumbury.



Cuando llega el desenlace en el paisaje nevado te das cuenta del timo: los escenarios exóticos -Kyoto, Mombasa, los bosques alpinos- las armas sofisticadas, las motos de nieve, las explosiones, las persecuciones... te habían vendido una peli de autor de gran presupuesto pero lo que te llevas es una de James Bond. ¿Y la unanimidad de la crítica? tal vez sea que hay mucho crítico harto de cinestudios y festivales que se agarra a la primera justificación vagamente intelectual que encuentra para pasarse al más agradecido mundo de las palomitas. Y hay algunos que, por lo general, preferimos un buen filete pero cuando queremos palomitas no necesitamos dar vueltas y vueltas al quiosco disimulando.

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