Ciervo bebiendo en el río
Como en el horrendo salón de un piso de estudiantes, en Génova 13 han colgado el cuadro del ciervo que bebe confiado en el río mientras un juez y un ministro le acechan rifle en mano. Con él en vano tratan de tapar los agujeros de los gusanos, la ulceración, la gangrena y el olor a letrina. El Partido Popular ya ni siquiera se molesta en parecer honesto, tal como después de los trenes de Madrid no se molestó en disimular su larga nariz de embustero.
Respecto a la montería abomino de la cacería en sí misma, del holocausto cérvido; me repugna que se mate por deporte y me importa un rábano el rango de unos cazadores que muy bobos serían si en tiempos de teléfonos móviles, mails encriptados y discretos mensajeros necesitaran bajar a la Sierra Morena y liarse a tiros con los pobres venados para concertar estrategias. Ni siquiera cuando, sin adelantos tecnológicos, se iba a por González hacía falta ir de caza; bastaba la redacción de El Mundo o ABC para conspirar con discreción.
Lo cinegético no tapa un problema de cañerías demasiado grave. Lo que podría quedar en la clásica trama de sinvergüenzas forrándose a cambio de alimentar las cuentas del partido o las cuentas corrientes de otros sinvergüenzas con cargo público, que bastante podredumbre es en sí, va mucho más allá. Bajo las toneladas de gomina de los Gürtel es el aznarismo el que al fin muestra su verdadera cara corrupta. Si nombres de ex ministros y cuentas en paraísos fiscales aparecen en la misma frase; si hoy sabemos que nada más irse Aznar lo de los invitados a la boda de su hija olía tan mal que Rajoy les cortó el grifo de la organización de mítines; si él mismo reconoce que desde hace años informes sobre espionajes y mangoneos correteaban por las mesas de los genoveses sin que nadie les hincara el diente, tal vez ahora hasta los más ingenuos aten cabos con las empresas privatizadas para amigos de Aznar, con los manejos del yerno, con tanto enriquecimiento rápido que difícilmente casa con esa honorabilidad aznariana que la consorte Botella exige que Rajoy defienda hoy.
El aznarismo es un cáncer, un bubón arraigado en el Madrid aguirrista sede de tanta corruptela y contraespionaje; ahora que Madrid huele tan mal, incluso quienes creyeron que el tamayazo fue cosa del PSOE y no tuvo detrás sobres repletos comienzan a entender que el reino de la lideresa funciona a golpe de maletín; pero en lugar de extirpar el tumor y lanzarse al cuello de su peor enemiga, limpiando de paso al PP de roña extremista, Rajoy vuelve al victimismo, se reconcilia con la caverna mediática y pacta no escarbar en el pozo negro de la capital, que, a cambio, apuntala su fragil autoridad. Tal vez sea porque su andamiaje también descansa en Valencia, y en la tierra de Fabra el rufián y Camps el beato la ponzoña hiede tanto como en Madrid.
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