Sí, es nuestra culpa, es el mundo que hemos construido.
Hace diez mil días yo estaba aquí y pensaba ¡ya está, misión cumplida! tenemos un
mundo agradable. Felicidades Occidente, lo hemos conseguido, hemos sobrevivido
¡qué idiota! era una ilusa incapaz de ver a los payasos y los monstruos
que acechaban en la esquina, saltando unos sobre otros, sonriendo
¡Por Dios, menudo carnaval! y no hizo falta más. diez mil días.
Algunos ya no están, nos libramos de ellos, pero esperad, te libras de un monstruo
y acto seguido otro sale de su cueva.
Cuidado con esos hombres, los de la eterna sonrisa, los bromistas y los payasos.
Del monólogo final de Muriel Deacon (interpretada por Anne Reid),
abuela de la familia Lyons en la serie Years and years (HBO, 2019)
En La doctrina del shock Naomi Klein se detenía en el caso del Chile de 1973, cuando los economistas de la Escuela de Chicago llevaron al extremo su premisa de que el poder político debe estar de acuerdo con quienes lo financian incluso si para ello era preciso sacrificar la propia democracia y sustituirla por un fantoche como el general Pinochet que aplicara fielmente las políticas económicas de Milton Friedman y sus compinches de Chicago: el infausto monetarismo.
En estos tiempos de pandemia no sufren y mueren tan solo las personas, sino que es la vida en libertad la que está en peligro. También el autoritarismo se contagia. Rosa María Artal dijo muy claro con su lucidez de siempre en un reciente artículo que la mayor amenaza a la que hoy nos enfrentamos no es microscópica sino grande y antigua, aunque para muchos es invisible y lo son sus síntomas: el fascismo: "Los titulares alarmantes sobre la epidemia del coronavirus pueden servir para ilustrar la ligereza con la que se abordan amenazas mucho más graves. No, no hay organismos que alerten de la extensión del fascismo, ni "planes de contingencia" para hacerle frente, ni se aísla a los portadores, ni bajan precisamente las bolsas". Sobre el fascismo vuelvo a recurrir a palabras de La educación católica, la novela de Edoardo Albinati que ya cité en la anterior entrada de este blog, la que dediqué a la pandemia de mentiras y bulos:
¿Por qué -me pregunto desapasionadamente-el fascismo resulta tan ridículo si lo sometemos a un análisis profundo y racional? Grandioso quizá, terrible o trágico a veces,
es posible, incluso admirable, pero en todo caso ridículo. Cada vez que leemos testimonios, vemos grabaciones o escuchamos discursos, nos quedamos de piedra. Surgen espontáneamente
las ganas de parodiarlo, pero como si el fascismo mismo fuera el principio consciente y
burlón de esa mofa. No parece posible que semejante payasada haya generado tantas esperanzas
y tragedias, haya agitado tantos corazones, bastones, puñales, bombas de mano y vehículos blindados. Pero sí, fue posible y quizá siempre lo sea. Lo que significa que cuando al fascismo
se lo ilumina con la luz de la razón, se lo descubre, desvela o extrae de la
materia concreta de la acción histórica para escrutarlo bajo la razón y la crítica,
muta su esencia a esqueleto carnavalesco que sólo sirve para asustar y hacer reir.
Como un pez de los abismos que pierde su misteriosa luminosidad en la superficie,
donde sólo parece un mísero monstruito. ¿Era ese chisme el que suscitaba tanto miedo
o un entusiasmo tan desenfrenado? De la tragedia y la épica sólo quedan montones de ceniza,
y lo poco que sobrevive presenta el aspecto de una escenografía teatral al final del espectáculo:
árboles pintados, espadas de cartón y pollos de yeso.
Los peligrosos payasos de los que habla la abuela Muriel en Years and years no se parecen nada a Fofó o Milikito, pero son clavaditos al presidente filipìno Rodrigo Dutarte
, ese bajo cuyo mandato han muerto asesinados dieciseis periodistas y que ha ordenado disparar a matar a quien se salte el confinamiento. No lo lllamen populismo -el premio Nobel de Economía Paul Krugman avisa de que, en cierta forma, el término sugiere que quienes asi llamamos están haciendo algo por las personas y no es así. no se queden en hablar de autoritarismo. Tampoco empleen prefijos -ni post ni neo, ni progno-. El historiador asturiano Francisco Carantoña gusta de usar los términos con precisión, y señala que la amenaza que ya es una realidad al comenzar la tercera década del siglo XX-o terminar la segunda, ustedes eligen-hay que llamarla fascismo, ni más ni menos.
Rodigo Dutarte, disparar a matar |
Sigamos dando la vuelta al mundo del fascismo y detengámonos en Brasil. Desde el Palacio de la Alvorada de Brasilia, el presidente, ex capitán y exterrorista frustrado Jair Bolsonaro rompe a menudo el confinamiento que desprecia y ante cientos de sus hoolligans amontonados y enfervorizados amenaza con un golpe de estado aún sabiendo que cada vez son más los militares de su país que no ríen sus payasadas y están hartos de su irresponsabilidad criminal que hace abrir cada día nuevos cementerios para acoger los cadáveres de víctimas del Covid-19.
Dios los cría... |
En pleno corazón geográfico e histórico de Europa, el primer ministro húngaro Viktor Orban está quemando puentes tras atravesar los límites entre autoritarismo y fascismo y aprovecha la pandemia para otorgarse poderes extraordinarios indefinidos -¡ojo a este segundo adjetivo! que le permiten ordenar y mandar orillando al Parlamento -aunque según Santiago Abascal reparte mascarillas para todo quisque-. Que alguién me explique la diferencia entre esto y una dictadura fascista, y sobre todo que alguién se lo explique a la Unión Europea a la que Hungría aún pertenece.
Orban, hermanita de la caridad |
Ni China, ni Rusia, ni Irán; pese a lo que muchos ingenuos y estafados piensan, los regímenes autoritarios no están gestionando mejor que las democracias la lucha contra la pandemia y sus poblaciones tienen la desventaja añadida de la falta de transparencia. Por el contrario la peor amenaza para los países democráticos enfrentan ahora otro riesgo: que el miedo aliente los discursos autoritarios y populistas, hablando clar, el fascismo. Eso ya es más que una posibilidad, es presente.
Pero dejemos ya de vagabundear por el mundo y centrémonos en el fascismo de casa. A quienes les asusta, sorprende o escandalice escuchar a Pablo Casado en el Congreso desplegar los discursos más extremi stas y faltones exigiendo el fin del estado de alarma y acusando a Sánchez y su gobierno de un sinfín de delitos basados en los últimos bulos que le han llegado les bastarìa un poco de edad o hemeroteca -les aconsejo que consulten noticias de los últimos mandatos de Gonzalez y los dos de Zapatero- para darse cuenta de que no hay invención, giro o cambio alguno y que la estrategia de crispar y desestabilizar son marca de la casa popular desde hace treinta años, es seña de identidad deuna derecha, la española, .que no soporta la democracia salvo que ella gobierne. Si en todas ocasiones en que se rozó la desestabilización del Estado buscando el acoso y derribo de gobiernos rivales contó con el apoyo de empresas mediáticas, periodistas poderosos, gran parte de la jerarquía católica y un sector del poder judicial. Miembros destacados del brazo periodístico de lo que Felipe González llamó el sindicato del crimen como Luis María Ansón y Pedro J. Ramírez han confesado en alguna ocasión cómo se diseñaron esas estrategias y quienes participaron en ellas en los primeros noventa. El error de Casado que le puede llevar al precipicio -además de querer jugar en el terreno de Vox- es seguir todo lo que le dicta la FAES de José María Aznar,que también le impone nombres -Álvarez de Toledo en el Congreso, Timmermans, Miguel Ángel Rodríguez y Fernández Lasquetti en la Puerta del Sol, tiburones maquiavélicos salidos de tiempos Aznrianos que sin problemas ante las formas que tensionan la democracia con tal de volver al poder-. Definitivamente, la nueva pandemia es vieja y se llama fascismo.
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