jueves, 10 de diciembre de 2015

Marte en celuloide (y digital): ¿Qué tiene esta bola que a todo el mundo le mola?



En el año 2287 el planeta Marte estará en su punto más cercano a la Tierra desde hace casi sesenta mil años: a una distancia de. Hasta entonces habrá que esperar para lograr las condiciones ideales para intentar una excursión tripulada al planeta de órbita solar más cercano a nosotros. Temo que para entonces estemos todos desdentados, pero no habrá otra oportunidad más próxima tras haber desaprovechado la anterior, cuando en 2003 Marte estuvo a sólo 70.000 kilómetros más. En 2015 el film de Ridley Scott Marte (The martian), asesorada e indirectamente promocionada por la NASA semanas después del hallazgo de agua líquida en su superficie y tal vez la más realista y científicamente coherente aventura marciana rodada hasta la fecha, nos brindó la más reciente de la miriada de aproximaciones que,durante toda su historia, el cine ha reslizado al planeta rojo, todo un filón temático y fuente de negocio sobre todo para el género de la ciencia ficción. Y precisamente de esta historia de las relaciones Marte-Hollywood es de lo que me popongo escribir aprovechando estas nuevas aproximaciones física y cinematográfica.

Marte, nombrado así por los romanos en honor al dios de la guerra, es el planeta más cercano a la tierra y el cuarto del Sistema Solar. Su diámetro es de 6.787 kilómetros, menor que el de nuestro planeta;su día y el nuestro tienen prácticamente la misma duración, mientras el año marciano dura 687 días. Las tempersturas en el Ecuador oscilan entre los -80º y los +23ºC. Su atmósfera está compuesta en un 95% de dióxido de carbono, igual que el hielo de sus casquetes polares. La gravedad equivale a un tercio de la terráquea. Tiene dos pequeños satélites con nombres maravillosos: Fobos -miedo- y Deimos -terror-. En su oro grafía destaca una impresionavte cordillera volcánica coronada por el monte Olimpo, de 24 kilómetros de altura, y unas formaciones rectilíneas, los canales, que hasta no hace demasiado tiempo muchos consideraron artificiales, lo que alimentó leyendas  sobre la existencia de vida inteligente en el planeta. Se trata en realidad de cañones, probablemente formados por grandes ríos de anhídrido carbónico líquido. La riqueza en olivina y ácido férrico de la superficie da al planeta su característico color rojizo, que desde la Tierra percibimos a simple vista.


Tras las ya numerosas sondas, laboratorios y robots de exploración que han llegado a Marte,el envío de una misión tripulada tiene más riesgos que utilidad real, pero sí una gran importancia simbólica. En la actualidad se piensa que, independientemente de la mayor o menor cercanía, ese viaje se podría realizar en la década de 2030. Incluso se ha especulado con realizar allí prograas de telerrealidad para financiar las expediciones con la publicidad que aquellos generasen. Puestos a idear...

Planeta rojo, hombrecillos verdes

Para la ciencia ficción, fuera literaria o cinematográfica, el color rojo de Marte se ha asociado desde siempre con hombrecillos verdes. Así se ha hecho, más o menos, durante más de un siglo. En la narrativa brillan por encima de todas las obras que eligieron como escenario el planeta vecino las Crónicas marcianas de Ray Bradbury (1946). Como toda la obra del narrador de Illinois se caracteriza por su escaso rigor científico y su maravilloso aliento poético. Los relatos de Crónicas marcianas narran los primeros esfuerzos terrestres por conquistar y colonizar Marte, los infructuosos intentos por conectar con los marcianos, telépatas y pacíficos, y finalmente el efecto en los colonos de una gran guerra nuclear en la Tierra, todo ello desarrollado entre los años noventa del siglo XX y los cincuenta del siglo actual y trufado de evocadoras imágenes de veleros surcando las arenas, ciudades ajedrezadas o fantasmas de la antaño floreciente civilización marciana, culta y delicada, a la que mata la varicela, y retratos despiadados de la estupidez humana. Pero la otra gran referencia literaria al planeta rojo es muy anterior: en 1898 el británico H.G. Wells publicó La guerra de los mundos, que profetizaba la llegada de avanzadas naves espaciales procedentes de Marte cuyos tripulantes no buscan ningún contacto con los terrícolas sino su aniquilación. La invasión está a punto de tener éxito de no ser por unos microscópicos aliados de los humanos: las bacterias comunes del planeta, frente a las que los invasores sucumben. El recuento de adaptaciones de La guerra de los mundos -finalizadas y frustradas- es interminable. La pena es que no fraguara el primer proyecto de llevarla a la pantalla que unió nada menos que a Cecil B. De Mille y a Sergei M. Eisenstein. En 1938 la novela cayó en manos de otro genio, Orson Welles, que no la llevó al cine -pese a la insistencia de RKO- sino alaradio´junto al Mercury Theatre. Su escenificación, tal vez el primer reality show, como si de un informativo especial se tratase, y los episodios de pánico que provocó son historia de la radio en Norteamérica. La primera y mejor adaptación fílmica llegó dquince años después de la mano de George Pal en la producción (War of the worlds. Byron Haskins,1953): maravillosos efectos especiales, ejemplar suspense, precioso tecnicolor y cargante mensaje religioso. No fue sino hasta medio siglo  después cuando Steven Spelberg realizó otra adaptación directa de la novela de Wells (War of the worlds, 2005), ésta de irregular resultado: potente arranque, ruidoso y poco interesante desarrollo y empalagoso desenlace. Con posterioridad a la película de Haskins hubo versiones apócrifas, que retomaron sólo en parte la temática de La guerra de los mundos. El ejemplo más recordado -aunque no mucho-  es La Tierra contra los platillos (Earth vs. the flying saucers. Fred F. Sears, 1956), con estupendas maquetas de Ray Harryhausen.

Contra la opinión generalizada, fuimos los terrícolas quienes primero importunamos a los terrícolas en su propia casa. Las primeras referencias a Marte de la historia del cine lo prueban: Viaje a Marte (A trip to Mars. Bud Fischer, 1920) y Un viaje a Marte (A trip to Mars. Maxwel Keger, 1921). Poco después Aelita, la reina de Marte (Aelita. Jákov Protávzanov, 1924) fue todo un mito en la naciente Unión Soviética. En aquella absurda pero fascinante película los terrícolas del soviet viajan a Marte para guiar a los hombrecillos verdes en la revolución proletaria contra la tiranía. Se situó en las antípodas ideológicas de la ciencia ficción norteamericana del macartismo: El rojo planeta Marte (Red planet Mars. Harry Horner, 1952) no tieneuna trama menos surrealista: cuenta cómo los rusos descubren desolados que los mensajes igualitaristas que llegan desde el planeta vecino no son tan rojos como ellos creían; los hombrecillos verdes son en realidad piadosísimos. Al final los marcianos logran que una horda de fundamentalistas cristianos invadan Moscú y acaben con el comunismo. Tan real como la vida misma.

La invasión de estos seres en los cines de la Tierra tuvo su apogeo en los años cincuenta del siglo pasado, y entonces el color de su planeta era muy sospechoso. En la Norteamérica de McCarthy la llegada de extraterrestres era una perfecta metáfora de la infiltración comunista, pero también fue puro divertimento, comida rápida en imágenes, pasto de autocines para adolescentes con granos como platillos volantes que se rompían las manos aplaudiendo mientras los marcianos destrozaban la torre Eiffel, la plaza de Las Ventas o el monte Rushmore. Una legendaria, y no por ello lograda cinta de 1953, Invasores de Marte (Invaders from Mars. William Cameron Menzies), mostraba unos impresentables marcianos en pijama que se apoderaban de las mentes de los papis del niñito protagonista y jugaba con una trmpa de guión demasiado vista: todo era un sueño del mocoso. Tuvo un remake más interesante de Tobe Hooper en 1986.

Leonard Nimoy
en Zombies from stratosphere
Hubo una sucesión de subproductos de serie B que a menudo eran puro absurdo. Destacan Vuelo a Marte (Flight to Mars. Leslie Selander, 1953), donde unos marcianos en plena crisis económica se vuelven quinquis y les pretenden robar una astronave a los terrícolas para invadir nuestro planeta; por no hablar de Invasion of the saucer men (Edward Cahn, 1957), parodia involuntaria con marcianos con cabeza de lechuga iceberg, quinceañeros atolondrados y paletos armados hasta los dientes. Flying discman from Mars (Fred Bannon, 1951) fue un serial que unía hombrecillos verdes y nazis. El propio Fred Bannon se lleva la palma con la película que demuestra que Leonard Nimoy no era vulcanita: antes de que se le afilaran las orejas era todo un señor marciano en Zombis estratosféricos (Zombies from stratosphere, 1952). Pero si hablamos de delirios y diarreas mentales la chapuza titulada Robot monster (Phil Tucker, 1953), rodada en 3D y en la que un robot marciano que parece in gorila en traje de buzo llega como avanzadilla de una invasión de la Tierra, pero cae enamorado de la gritona protagonista. Personajes de lo más variopinto pasn por Marte en muchas películas. Ahí van algunos títulos: Robinson Crusoe on Mars (Byron Haskins, 1956), el serial Flash Gordon trip to Mars (Varios directores, 1938), Abbot and Costello go to Mars (Charles Laumont, 1953) y hasta Woodpecker fton Mars (Pal J. Smith. 1956). No faltan los productos exóticos: Los platillos voladores (Juan Soler, 1955), The angry red planet (Ib Melhior, 1960) o la delirante coproducción hispano-italiana Llegaron los marcianos (I marciani hano ddici mani. Franco Castellano, 1964).  En este apartado de3lirante también hay que mencionar The  wizard of mars (David L. Hewitt, 1965), que lleva al espacio la historia de El mago de Oz pero sin Dorita.

Invasion of the saucer men
Hay casi un sub-subgénero de películas de marcianos en el que los hombrecillos -o las mujercillas- verdes andan faltos o eswcasos de sexo opuesto y en lugar de consolarse entre ellos/ellas vienen a la Tierra a rememorar el rapto de las sabinas. Es el caso de Mars needs women (Larry Buchanan, 1967), Devil girls from Mars (David McDonald, 1954), marcianas coleccionistas de hombres, y la inenarrable Frankenstein meets the space monster/Mars Attacks Puerto Rico (Robert Gaffney, 1965). Agárrense: una guerra nuclear acaba con las marcianas y la reina Marcuzan ordena a sus súbditos venir a la Tuerra, a Puerto Rico para ser exactos, a secuestrar féminas. Pero los marcianitos se quedan a disfrutar de las playas caribeñas y el daiquiri. Más caliente Bad girls from Mars, nada menos que con Sylvia Kristell; y oara guinda un porno cuyo título merecía un  Óscar: La venganza de los chochos chupadores de Marte (Over-sexed rugsuckers from Mars. Michael Paul Girard, 1989). Ahí es nada.

Renacimiento marciano

En las décadas siguientes una ciencia ficción más intelectual de un lado y la space opera de otrohicieron caer en el olvido a los demasiado cercanos marcianos. Por lo tanto saltamos hasta 1990, cundo en su mejor película,  Desafío total (Total Recall), Paul Verhoeven implantó insertos de memoria a Arnold Schwarzenegger para liberar a Marte del colonialismo y de paso ir preparando su carrera a gobernador de California, todo gracias a una agencia de viajes menos fiable que Marsans, MemoryCall. Pocos años después. y pese a que por ningún lado aparecían ni Marte ni los marcianos, la colosalista y tontorrona Independence day (Roland Emmerick, 1996) retoma lejanamente temática y estructura de La guerra de los mundos, aunque las providenciales bacterias que nos libran de los alienígenas son ahora virus informáticos lanzados al corazón tecnológico de la invasión. En el mismo año Tim Burton se lanzó a una revisión nostálgica, y divertidísima, de la retahila de pintorescos productos y subproductos mencionados: Mars attacks!! oroporciona el inmenso placer de ver a los hombrecillos verdes más feos que quepa imaginar machacando con fruición los símbolos del american way of life, desde el donut hasta Las Vegas, sin olvidar la paloma de la paz que unos candorosos hippies sueltan ante la delegación invasora, que la fríe al instante, pero son incapaces de sobrevivir a Tom Jones. Pese a algunos trzos gruesos, contiene situaciones memorables. En cierta forma la quinta película de M. Night Shyamalan, la excelente Señales (Signs, 2002), emplea la premisa de La guerra de los mundos para explicar lo que ocurre en el exterior del mundo sitiado de los protagonistas, como si construyera un prólogo y un epílogo a la novela de Wells.

Mientras la NASA se estrellaba una y otra vez contra la superficie de Marte, entre 2000 y 2002 se estrena un buen número de cintas, también algunas superproducciones ambientadas en tierras marcianas devolviendo a los vecinos  sus visitas de otras épocas y revelando extrañas fuerzas allí ocultas. El veterano Brian De Palma prima e espectáculo visual y el gran documental sobre la aventura en Misión a Marte (Mission to Mars. 2000); y el nóvel Anthony Hoffman encuentra en aquellos rojizos arenales espacio para la reflexión existencial con Planeta rojo (Red planet, 2000). Junto a canales y casquetes polares, lo que más ha alimentado las elucubraciones de los crédulos es una curiosa estructura rocosa llamada Cydonia Mensae (Cidonia). Situada entre la Planicia Acidalia y la Tierra de Arabia, en el hemisferio norte. Fotografiada desde distintos ángulos por la sonda Viking I en 1976 asemeja un rostro humano y está rodeada de otras estructuras de apariencia geométrica que pueden parecer edificios y su alineación aumenta la impresión de artificialidad. La leyenda de la ciudad marciana de Cidonia sirve de excusa argumental de Misión a Marte.

A finales de 2001 se estrenó la tercera gran producción marciana del nuevo siglo. Un John Carpenter en sus horas más bajas salió al espacio para retratar en Fantasmas de Marte (Ghosts of Mars) un planeta vecino tomado -y casi superpoblado- por el hombre: seiscientos mil terrícolas viven allí extrayendo la riqueza mineral de la nueva tierra. Pero las excavaciones dan lugar al hallazgo de una desaparecida civilización marciana y los espíritus de los antiguos indígenas toman posesión de los terrestres. Otra curioidad es la película española Náufragos (Sranded. María Lidón "Luna", 2001), una rara avis en la que la directora empleó atrezzo sobrante de Space cowboys (Clint Eastwood, 2000) para facturar una tediosa cinta de desventuras marcianas pretendiendo disimular las siderajes diferencias presupuestarias entre el Marte de aquí y el de allí. Vincent Gallo, Joaquim de Almeida y Pepe Sancho son los improbables expedicionario de este cargante drama espacial.


Y así volvemos al presente y a The martian. Se podrá discutir sobre la fidelidad científica de lo último de Ridley Scott, pero me parecen indiscutibles lo entretenido de su propuesta, su apasionante suspense y las brillantes interpretaciones de Matt Damon y Jeff Daniels. Hasta otra, Marte.






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